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Impostores, fake-news y narcisistas
La frase “el arte es una mentira que nos hace ver la verdad” es una cita que se le atribuye a Pablo Picasso
La idea es que el arte, al no ser una representación literal, tal cual, de la realidad, sino una interpretación creativa, nos permite comprender la verdad de un modo más profundo y significativo.
A su vez, en su libro “La verdad de las mentiras”, Mario Vargas Llosa explora el poder de la ficción para enriquecer la vida y ofrecer una alternativa a la realidad más dura.
La novela, a través de la “verdad” que crea a partir de las “mentiras” que cuenta, permite que el lector viva otras vidas, experimente deseos y fantasías, y cuestione su propia existencia.
Por otro lado, Stendhal considera que la novela es la forma más adecuada para acceder a la verdad, o al menos, una representación más próxima a la realidad. Esto se basa en la visión del escritor de la novela como un “espejo que se pasea por la vida”. En sus obras, “Rojo y negro” y “La cartuja de Parma”, Stendhal explora la psicología de sus personajes y la sociedad de su época con un realismo que busca reflejar la complejidad de la vida y, por lo tanto, de la verdad.
Esto que voy a contar ahora es y al mismo tiempo no es verdad (¿o mentira?): F for fake, una película de Orson Welles de 1973 es conocida en español como Fraude o Verdades y mentiras, y cuenta las historias de Orson Welles, Clifford Irving, Elmyr de Hory. ¿Quién es quién?
Primer tramposo: Elmyr de Hory. Húngaro, famoso falsificador de obras de arte; dicen que sus Picasso, Modigliani y Matisse todavía se exponen en varios importantes museos del mundo.
Segundo tramposo: Clifford Irving. Acusado por publicar una biografía completamente falsa de Howard Hughes que iría a ser publicada por McGraw-Hill. Pasó un tiempo preso luego de que se descubriera que había falsificado tanto las entrevistas como incluso la propia voz de Hughes y su firma.
Tercer tramposo: Orson Welles. Para la realización de F for Fake, el cineasta usó las cintas rodadas por François Reichenbach, que había filmado en Ibiza para un documental sobre Elmyr de Hory, basado en una biografía que escrita por Clifford Irving. La obra final es una mescolanza que combina sobras de ese material, fotos, imágenes del film La tierra contra los platos voladores (1956) de Fred Sears, escenas tomadas por Welles para otras películas y nunca usadas, y otras rodadas en simultáneo con la faraónica tarea de montaje y según las necesidades que iban surgiendo.
F for fake es un objeto audiovisual que rompe los principios básicos de la estética moderna occidental. ¿Qué es arte? ¿Qué es el artista? ¿Y su público? ¿Y los especialistas? ¿Cuál es el límite entre realidad y ficción? ¿Qué valor tienen el autor y sus derechos? ¿Y cuánto vale una obra original?
Otra vez: ¿Por qué Platón expulsó a los poetas y narradores en general de su estado ideal? Pues, simplemente porque se alejaban de la realidad. Platón prefería la realidad en la poesía, pero los poetas y narradores no la representan con fidelidad, decía él. Los poetas usan la imaginación y un lenguaje recargado para representar más allá de la realidad. Las obras poéticas están a tres pasos de la realidad, opinaba el filósofo.
En “El Impostor”, de Javier Cercas, el narrador explora la cuestión del narcisismo y cómo la mentira puede ser un modo de lidiar con la propia identidad, en una mezcla de ficción, historia y reportaje. Mientras nos cuentas sus propias dudas morales sobre si escribir o no el libro sobre el impostor, desarrolla una narración que se enfoca en un personaje que finge haber sido un luchador contra la dictadura de Franco y un preso político en campos de concentración en la Alemania nazi. O sea, un personaje que miente, dice que es lo que no es, y su mentira y fingimiento cuestionan la naturaleza de la verdad, la fragilidad de la memoria y la búsqueda de su significado.
Javier Cercas también se acuerda de Jean-Claude Romand, un francés que mató a toda su familia luego de hacerse pasar durante veinte años por un médico famoso. Su caso inspiró filmes y una novela, por haber matado a tiros a sus padres, sus hijos y su esposa, justo cuando estaban a punto de descubrir que era un impostor. Romand fingió trabajar para la Organización Mundial de la Salud, con sede en Ginebra, como médico e investigador de gran éxito. Sostuvo su vida con el dinero confiado por sus padres y amigos, a quienes mentía invertir sus capitales en Suiza.
Arrinconado por aquellos a los que debía dinero, que descubrieron incluso su identidad falsa, decidió ejecutar a su mujer y a sus hijos, de 7 y 5 años, a tiros. Luego, en casa de sus padres los mató a balazos. Al día siguiente, incendió su propia casa y trató de suicidarse con pastillas para dormir. Los bomberos lo encontraron inconsciente.
Estos son casos extremos, violentos, de quien defiende su impostura, es verdad. Siendo así, volvamos a algunos ejemplos de novelas, y al tema de “verdad” y de “ficción” y los límites entre ambos conceptos; y pensemos en la “moral” que Platón quería delimitar.
En 1959, otra familia, la de Clutter, -una pareja y dos hijos adolescentes-, fue muerta en Holcomb, Kansas. Truman Capote documentó el brutal asesinato a través de su investigación y del libro “A sangre fría”. El caso se volvió un símbolo de la violencia criminal, y la obra de Capote fue reconocida como una de las primeras obras de true crime, una innovación en el periodismo literario. Javier Cercas, siempre en dudas sobre la moralidad de biografar a su Impostor, no aprueba el método de Truman Capote, que prácticamente creó una amistad con los criminales encarcelados para escribir su libro.
Digamos, en descargo del libro “El Adversario”, de Emmanuel Carrère, que el autor tuvo tantas dudas y conflictos morales como Javier Cercas, aunque así mismo no dejó de escribir la obra después de escribirse con Romand, antes, durante y después de su juicio, tratando de explorar la mente del criminal y de comprender las razones que lo llevaron a cometer el crimen.
¿Quieren otro límite difuso entre realidad y fantasía? En David Copperfield de Charles Dickens, el personaje de Miss Mowcher es una mujer pequeña, a la que antes se llamaba “enana”. Es peluquera y al principio del libro, se la describe como alguien con un comportamiento excéntrico y superficial. A lo largo de la historia, sin embargo, la señorita Mowcher toma un papel más complejo, mostrando una naturaleza sensible y compasiva, y ayuda al personaje central, David, a superar sus dificultades.
El personaje de la señorita Mowcher aparece como muestra del prejuicio y la discriminación hacia las personas con características físicas diferentes, sobre todo en la época de Dickens. ¿Pero, por qué y de pronto ese personaje se vuelve un símbolo de la capacidad de superación y de la importancia de la empatía frente a los desafíos sociales? La literatura, en este caso cambió a la realidad, simplemente porque el autor se enteró, por medio de una carta dirigida a él, que una mujer -también de muy baja estatura- estaba siendo mal vista y hasta tratada con desconfianza por sus vecinos que la identificaban con el personaje de la señorita Mowcher. Charles Dickens no tuvo el menor problema en encontrar un modo de torcer su ficción de modo de ayudar a enderezar la vida de la pobre mujer en cuestión.
Pero, volviendo otra vez a la ficción que tuerce la realidad para después “desfacer entuertos” (no nos olvidemos de Cervantes y su Quijote, tal vez la primera y más famosa mentira-realista, si es que no queremos meternos en polémicas con la Biblia), al relatar la saga del húngaro Elmyr de Hory, personaje central de F for Fake, Orson Welles probó que un film puede apropiarse de lo ficcional para revelar una historia de vida, un hecho singular.
Tal como lo cuenta el libro “Verdad y mentira en el cine. El sentido de lo falso en F for Fake (1973), de Orson Welles”, de la mexicana Dulce Isabel Aguirre Barrera.
Esto supone aceptar la verosimilitud exigida al documental, sobre todo cuando lo falso y lo verdadero se debaten por causa de la figura de Elmyr de Hory, porque el notable falsificador entra en la categoría de personaje histórico cuando Orson Welles realiza su película en 1973.
Para terminar y no irme mucho por las ramas, como acostumbro a hacer cuando hablo o escribo, digamos que la autora mexicana, doctorada en Historia del Arte por la UNAM, se especializa en temas de teoría y análisis cinematográfico, y su libro de largo título es un recorrido minucioso, sobre un film multifacético, sobre el cual se concluirá que -lejos de la relativización sobre conceptos como verdad y mentira- Fake alude al tema del conocimiento, con lo cinematográfico como vehículo.
El libro de Dulce I. Aguirre Barrera contiene capítulos de análisis de la mercantilización del arte, problemas de autoría, de los géneros cinematográficos, el realismo y la verosimilitud. De cada parte del recorrido hay ejemplos variados para llegar a consideraciones que nacen del contraste y su síntesis. Esta enumeración temática muestra lo profundo del dilema de la película, que tuerce cualquier supuesto en un imprevisto.
F for Fake es un ensayo fílmico dedicado a varios temas, y a historias de vidas que son relativamente coincidentes: la del falsificador de arte Elmyr de Hory, la de Clifford Irving, falso biógrafo de Howard Hughes, la del propio O. Welles, la del cineasta François Reichenbach, a quien Welles compra cintas filmadas y las reutiliza, junto al cuento amoroso entre Pablo Picasso y Oja Kodar (mujer de Welles), y un proyecto trunco sobre una película dedicada a mirar chicas. Cada tema dispara hacia los otros, todos se tocan y se necesitan unos a los otros, porque no pueden explicarse por separado.
En la puesta en escena que Welles muestra en Citizen Kane, con la réplica sin límites del personaje central entre dos espejos, ya vemos una referencia caleidoscópica que se reitera en otros momentos, des-de el laberinto alucinado de La dama de Shanghai (1947) al pasado inasible de Mr. Arkadin (1955). Ese pulso repercute en Fake, en la explosión de historias que conviven en tela de juicio a los modos de la representación: el raccord es falso, los decorados y diálogos son transiciones de escenas imprevistas, sin ninguna relación “segura” entre lo visto y lo oído; tampoco en cuanto a un género narrativo, ni mucho menos sobre los rótulos divisorios entre “ficción” y “cine documental”.
O. Welles se presenta como un mago, un prestidigitador, que articula imágenes y sonidos desde una moviola, el antiguo aparato de cine que era usado para montar películas grabadas en celuloide y verlas en movimiento, seleccionar y reordenar planos, cortar y unir trechos, y sincronizar la imagen con el sonido. Con ello, Orson Welles destapa, de paso, el “truco” del cine. Lo saca de la mentira y lo vuelve real.
La propia vida de Welles, como su obra, desafían los límites entre verdad y mentira, o realidad y fantasía: era famoso por haber golpeado a Ernest Hemingway, aterrorizado Nueva York con su narración radiofónica de “La guerra de los mundos” y por filmar Ciudadano Kane, considerada una de las mejores películas del cine, responsable de revolucionar los métodos de montaje. Su mujer, Oja tenía -cuando se conocieron en Zagreb, capital de Croacia- grandes dificultades con su diploma de la Escuela de Bellas Artes y había jurado que, pasara lo que pasara, no sería una actriz: tenía miedo de que, si elegía actuar, nadie le ofrecería papeles cuando fuera mayor de edad.
Oja, al final, fue la compañera de Welles durante los últimos 23 años de la vida del director, que murió en 1985. Juntos, según sus cálculos, trabajaron en 15 películas, incluyendo guiones que ella ayudó a escribir y producciones en las que actuó y él dirigió.
O sea, otra verdad de la realidad sin límites precisos con la mentira de la ficción.
En fin, reconozcamos que la vida real, la literatura y el cine hace rato que vienen anunciándonos la llegada de una I. A. y de un mundo de fake-news. Solo no lo vio quién no quiso. Hubo muchos casos parecidos en la literatura, como el de la obra falsa de Don Quijote, publicada por Alonso Fernández de Avellaneda, que quiso aprovecharse de la fama del libro de Miguel de Cervantes Saavedra. La farsa obligó a Cervantes a publicar de inmediato la segunda parte de su obra más famosa.
Y hasta hubo recientemente otro texto -mucho más moderno, digamos- que circuló por la Internet y fue atribuido a Gabo, más conocido como Gabriel García Márquez, pero al cual el colombiano le negó la autoría.
La muerte anunciada de Gabriel García Márquez. En mayo de 1999 empezó a circular por correo electrónico un poema apócrifo, “La marioneta”, que fue atribuido a Gabriel García Márquez. En una breve introducción, el texto indicaba que el Nobel lo habría enviado a sus amigos a mediados de mayo, al saber “que su grave enfermedad había recrudecido”.
Aunque “La marioneta” podría ser atractivo para cierto tipo de lectores, su calidad literaria es la de un amateur y no la de un premio Nobel. En un tono de despedida -que en España llamaría “cutre” y en Argentina “mersa”- se especula amargamente sobre las cosas que su autor haría si Dios olvidara que es una marioneta de trapo y “le regalara un trozo de vida”.
Al leer el texto, inevitablemente uno recuerda el archisabido poema “Instantes”, que también se le atri-buye falsamente a Borges, pero que fue escrito por Nadine Stein, poetisa norteamericana, que lo publicó en 1978. O que tal vez fuera escrito por el caricaturista estadounidense Don Herold (¿qui lo sá?), como informa el investigador Iván Almeida en un minucioso estudio sobre el tema que causó revuelo en su época, quizás porque la Internet y los mails eran una novedad por aquel entonces.
A su vez, la música y letra del grupo brasileño Titãs, “Epitáfio”, son conocidas por haberse inspirado en “Instantes”. O sea, una creación basada en un texto apócrifo, con temas siempre recurrentes:
“Devia ter amado mais, ter chorado mais/Ter visto o sol nascer /Devia ter arriscado mais e até errado mais/ Ter feito o que eu queria fazer/Queria ter aceitado as pessoas como elas são/Cada um sabe a alegria e a dor que traz no coração”
La última frase, por su parte, se parece también bastante a otra, más famosa, de Caetano Veloso: “cada um sabe a dor e a delícia de ser o que é” de su tema músical “Dom de iludir”.
Todo esto demuestra, una vez más, que poco es lo que se crea, y mucho lo que se transforma; y abre nuevas rutas sobre la incógnita que representa - para mí por lo menos- el accionar de quienes se camuflan atrás de un nombre famoso para hacer circular sus textos, a veces de dudosa calidad.
Argentino, establecido en Brasil, profesor de idiomas, editor, traductor, escritor y librero. Investigador y conferencista de temas hispanoamericanos y de la historia y las culturas de los pueblos nativos. Autor de más de una centena de libros didácticos publicados en Brasil, y de dos colecciones de cuentos en Argentina.
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