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“Pongamos dos ataúdes, uno para la obra y otro para el autor”
En los últimos días se ha reavivado la eterna polémica sobre la separación entre el autor y su obra, especialmente tras la muerte del afamado escritor perua-no Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura en 2010. Su figura tam-bién fue conocida por sus posturas políticas e ideológicas, lo que, de cierta manera, afectó la percepción tanto de su persona como de su obra.
Este escrito no pretende evaluar si dichas posturas o declaraciones fueron correctas o erróneas, sino más bien reflexionar en torno a una pregunta fundamental:
¿Es posible separar al autor de su obra?
¡No hay una respuesta sencilla! La relación entre una obra y su autor es intrínseca e inmanente. La obra es un vehículo de comunicación y ex-presión del artista, una extensión de su ser. Irremediablemente, en las letras, los colores o los sonidos, el artista plasma sus pensamientos, emociones y anhelos. El análisis de una obra de arte no solo nos maravilla por la genialidad con la que el artista utiliza la técnica, sino que también nos ofrece una ventana a su mundo psicológico, transfigurado en materia.
Una de las virtudes del arte —a diferencia de medios más objetivos, como las ciencias de la comuni-cación— es la abstracción que lo envuelve. Al contemplarlo, tenemos la libertad de resignificarlo. Una buena obra de arte tiene esa cualidad: no solo es propaganda de una idea, aunque así se promocione.
Pongamos como ejemplo al compositor rusosoviético Dimitri Shostakóvich. En el ensayo histórico-musical del afamado chelista regiomontano Carlos Prieto, Shostakovich, Genio y Drama, se expone el contexto de represión ideológica y creativa que el compositor sufrió bajo el régimen de Stalin. Aun así, Shostakóvich fue el compositor oficial de la URSS, adoptando el realismo socialista como estrategia de supervivencia, aunque en secreto admiraba a compositores occidentales de su tiempo como Schönberg, Bartók o Stravinski.
Su obra está llena de críticas al sistema estalinista, expresadas mediante burlas grotescas en sus composiciones. Esto puede apreciarse claramente en su Cuarta y Séptima sinfonía —titulada esta última Leningrado—, por mencionar solo algunas.
TRANSFORMACIÓN DEL SÍMBOLO
El arte tiene ese misterio: el poder de contradecir lo que el artista predica abiertamente. Por eso, el arte es quizá la expresión más íntima, ya que articula aquello que no se muestra ante todos, lo que no se puede decir con simples palabras y que solo existe en el mundo de los gestos, símbolos y fantasías creativas del artista.
Yo, como creador musical, creo en eso. Es parte de mi experiencia. Porque crear puede ser un acto político e ideológico, pero también es mucho más que eso. El arte es un juego que explora los límites de nuestra inteligencia; un acto de refugio y redención con uno mismo, una opotunidad de transformar el dolor y la decepción en algo vivido, y una forma de transmutar la melancolía y el horror en un objeto estético.
CONCLUSIÓN
Honestamente, creo que Mario Vargas Llosa es un gran escritor y artista. Independientemente de su postura ideológi-ca, podemos disfrutar de la belleza de sus letras, sus personajes y creación de nuevos mundos. También podemos reflexionar sobre su filosofía: no nos hace daño conocer, de forma profunda, posturas diferentes a la nuestra a través de una obra; al contrario, siempre enriquecerá nuestro criterio.
No todo es blanco o negro: hay que saber contemplar la belleza de lo grisáceo de la vida.
No hace falta poner dos ataúdes en el funeral!
Músico y compositor Egresado de la UANL. Cuenta con estudios formales en pedagogía, filosofía, artes y humanidades. Ha sido premiado en diversos certámenes de creación artística por PECDA, CONARTE e ITCA y presentado obras originales en festivales como el Forum Universal de las culturas de la UNESCO, Festival Internacional CERVANTINO (FIC) y Festival Internacional Tamaulipas (FIT).
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