Corriente
alterna
Tres lecciones
y una pauta
para vivir
el arte en
una nueva
normalidad
Este texto de Ignacio
Mendoza nos invita a
replantearnos la forma en
la cual debemos hacer y
vivir el arte en esta nueva
normalidad - ARTE Cultura
y Sociedad
Iniciaba el siglo anterior cuando las vanguardias
de la Arquitectura reconocieron las secuelas
que dejó la tuberculosis en Occidente. Así, Le
Corbusier, Walter Gropius y otros maestros
agregaron a sus propuestas mucho color
blanco y aire libre, terrazas, tragaluces, formas
esbeltas y materiales fáciles de limpiar. Esa fue
la aportación de su talento a la voluntad de las
comunidades por crear condiciones de vida
más seguras. Algo similar podemos hacer que
suceda hoy, en este 2023, si reflexionamos sobre
alguna pauta que nos permita hacer y vivir el
arte de una manera diferente a como sucedía
antes de la pandemia.
Después de todo, hemos iniciado el año en una
nueva normalidad que se anticipa como promisoria y se percibe en el ambiente un ánimo por
hacer las cosas de manera distinta… aunque
antes conviene repasar tres lecciones que nos
dejaron aquellos días del 2020.
La primera lección se relaciona con la nueva
valoración social que le hemos dado al arte. Eso
comenzó a gestarse cuando nuestros hábitos
de consumo migraron a la oferta en el mundo
digital.
Gracias a ello reconocimos que los productos
artísticos no sólo cumplían una función de
goce o formación estética, sino que también
podían incidir en nuestro bienestar al ofrecer
un esparcimiento distinto al de las actividades
promedio.
También nos dio la oportunidad de replantearnos
la importancia de la relación personal que sostenemos con la música, con las imágenes, con los
valores de nuestra preferencia, es decir, con todo
aquello que sucede en nosotros cuando vivimos la experiencia estética frente a la pantalla
grande, en el concierto, contemplando la obra y
que suele convertirse en una ocasión entrañable.
De esto se desprende otra lección: el arte es
economía, algo que urge asumir de manera
profesional y con la sensibilización pertinente.
Lo primero corresponde a nuestros creadores.
Ellos necesitan aceptar que, si desean convertir
a sus productos en una fuente confiable de
ingresos, durante sus procesos de creación
y/o promoción deberán transitar por caminos
distintos a los del trabajo artístico y al lado de
profesionales de áreas tan diversas como las
leyes o la mercadotecnia. ¿La sensibilización?
Esa nos corresponde a los consumidores. Ya
descubrimos que el esfuerzo de cualquier artista
tiene valor y amerita un pago (que, por cierto,
muchas veces no es tan alto como puede
suponerse), así que ya es hora de meter al arte
en la canasta básica por convicción y no sólo
como discurso.
La tercera lección alude a la modificación de lo
que entendemos por Arte (por ende, Cultura).
Desafiando a lo dictado por el canon clásico,
la pandemia puso en el mapa a las artes
decorativas, al comic, a la moda urbana y a
otras expresiones creativas que tuvieron en
las redes sociales a su principal aliado para
crear mercado y comunidad. Eso reveló una
manera diferente de entender, hacer y vivir al
arte que enriquece nuestra perspectiva, cierto,
pero también evidenció la fragilidad en la cual
se generan tales expresiones.
Por ejemplo, su producción suele ser escala
artesanal o es ejecutada por creadores que
trabajan al margen de los beneficios del empleo
regulado. Ahí se tiene una brecha peligrosa que
seguirá ensanchándose mientras los organismos
públicos y privados de la cultura no quieran
reconocer formalmente a las aportaciones de
dichas expresiones y las mantengan fuera de cualquier tipo de apoyo o condición de crecimiento.
Ante eso, ¿cuál sería la pauta para hacer y vivir
al arte en esta nueva normalidad?
Quizá una se refiera a ayudar –cuanto antesa los creadores en su desarrollo económico y
profesional. Para ello se necesitan acuerdos
y normativas que reconozcan, garanticen y
agilicen los apoyos, que den pie a nuevos planteamientos fiscales y a esquemas flexibles de
financiamiento, que promuevan programas para
poner al alcance de la gente lo que produzcan
los creadores. Todo esto podrá suceder cuando
instalemos al arte en la agenda de nuestros
funcionarios y congresos.
Otra pauta puede ser la necesidad por dimensionar en su justa proporción al ámbito digital,
esa zona donde habitan los videojuegos, la
nueva forma de hacer cine para plataformas
y la oferta de espectáculos vía Live streaming.
Nadie niega que dicho ámbito tiene muchas
virtudes, pero sus condiciones afectan al cine
y a las artes en vivo, ya que, a diferencia de
aquellas, éstas no requieren de sus espectadores
más que la eficacia de sus redes, la intimidad
de sus espacios y el buen funcionamiento de
sus dispositivos, lo cual deja de lado muchos
aspectos relacionados con la vivencia de la
experiencia estética.
Si los creadores y los organismos culturales
no reconocen que ciertas artes requieren de
una vivencia presencial y espacios diseñados
ex profeso para ello, correremos el riesgo de
convertir a tales prácticas en patrimonio de una
minoría cultivada.
Tampoco estaría de más revisar el potencial del
radio y la televisión abierta como escaparates
pues esos son medios que mantienen
presencia entre ciertos sectores y regiones de
nuestra población. Por último, en materia de
infraestructura, una pauta más se relacionaría
con el ensayo de innovaciones donde se eche
mano a los parques y espacios públicos con el
fin de que puedan convertirse en sedes de cualquier evento artístico si el uso de los espacios
se limita otra vez, o, mejor aún, para que las
expresiones artísticas en vivo se mantengan al
alcance del mayor número posible de personas.
Estas pautas ayudan a que el arte permanezca
entre nosotros como una diversión ligera o como
una práctica con incidencia real en nuestras
vidas. Lo uno o lo otro dependerá de la forma
en la cual abordemos tanto a la experiencia
como al producto artístico.
Pero, para no perder la perspectiva de lo aprendido en los últimos dos años, conviene recordar
otra vez lo que hicieron las primeras vanguardias
de la Arquitectura a inicios del siglo XX, ya con
la tuberculosis convertida en Historia.
Aquellos arquitectos fueron más allá de su
vocación por crear espacios bellos y funcionales
y reafirmaron su compromiso con el bienestar
de las personas; por eso crearon obras cuyos
parámetros, además de innovadores, privilegiaron la vida digna.
Esa esencia nutre a esta pauta: tal vez ya no
hay excusa para reconocer que el arte, más
allá de cualquier postura utilitaria o apreciación
exquisita, es la única manifestación humana con
la cual podemos construir mejores comunidades
en esta o en cualquier normalidad.
¿Necesitaremos de otra contingencia para
reparar en ello? Definitivamente no.
Instagram: @ignaciomendoza.consultor
Docente y consultor académico
y cultural. Ha sido Premio Nuevo León de Literatura
y Director de Cultura en el Municipio de Monterrey.
También se ha desempeñado como profesor de
Letras Hispanoamericanas, y prepara actualmente su
segunda novela.