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Tres lecciones y una pauta para vivir el arte en una nueva normalidad | IGNACIO MENDOZA | Febrero 2023

Corriente alterna

Tres lecciones y una pauta para vivir el arte en una nueva normalidad

Este texto de Ignacio Mendoza nos invita a replantearnos la forma en la cual debemos hacer y vivir el arte en esta nueva normalidad - ARTE Cultura y Sociedad

Iniciaba el siglo anterior cuando las vanguardias de la Arquitectura reconocieron las secuelas que dejó la tuberculosis en Occidente. Así, Le Corbusier, Walter Gropius y otros maestros agregaron a sus propuestas mucho color blanco y aire libre, terrazas, tragaluces, formas esbeltas y materiales fáciles de limpiar. Esa fue la aportación de su talento a la voluntad de las comunidades por crear condiciones de vida más seguras. Algo similar podemos hacer que suceda hoy, en este 2023, si reflexionamos sobre alguna pauta que nos permita hacer y vivir el arte de una manera diferente a como sucedía antes de la pandemia.

Después de todo, hemos iniciado el año en una nueva normalidad que se anticipa como promisoria y se percibe en el ambiente un ánimo por hacer las cosas de manera distinta… aunque antes conviene repasar tres lecciones que nos dejaron aquellos días del 2020. 

La primera lección se relaciona con la nueva valoración social que le hemos dado al arte. Eso comenzó a gestarse cuando nuestros hábitos de consumo migraron a la oferta en el mundo digital.

Gracias a ello reconocimos que los productos artísticos no sólo cumplían una función de goce o formación estética, sino que también podían incidir en nuestro bienestar al ofrecer un esparcimiento distinto al de las actividades promedio. 

También nos dio la oportunidad de replantearnos la importancia de la relación personal que sostenemos con la música, con las imágenes, con los valores de nuestra preferencia, es decir, con todo aquello que sucede en nosotros cuando vivimos la experiencia estética frente a la pantalla grande, en el concierto, contemplando la obra y que suele convertirse en una ocasión entrañable.

De esto se desprende otra lección: el arte es economía, algo que urge asumir de manera profesional y con la sensibilización pertinente. Lo primero corresponde a nuestros creadores. Ellos necesitan aceptar que, si desean convertir a sus productos en una fuente confiable de ingresos, durante sus procesos de creación y/o promoción deberán transitar por caminos distintos a los del trabajo artístico y al lado de profesionales de áreas tan diversas como las leyes o la mercadotecnia. ¿La sensibilización? Esa nos corresponde a los consumidores. Ya descubrimos que el esfuerzo de cualquier artista tiene valor y amerita un pago (que, por cierto, muchas veces no es tan alto como puede suponerse), así que ya es hora de meter al arte en la canasta básica por convicción y no sólo como discurso.

La tercera lección alude a la modificación de lo que entendemos por Arte (por ende, Cultura). Desafiando a lo dictado por el canon clásico, la pandemia puso en el mapa a las artes decorativas, al comic, a la moda urbana y a otras expresiones creativas que tuvieron en las redes sociales a su principal aliado para crear mercado y comunidad. Eso reveló una manera diferente de entender, hacer y vivir al arte que enriquece nuestra perspectiva, cierto, pero también evidenció la fragilidad en la cual se generan tales expresiones.  

Por ejemplo, su producción suele ser escala artesanal o es ejecutada por creadores que trabajan al margen de los beneficios del empleo regulado. Ahí se tiene una brecha peligrosa que seguirá ensanchándose mientras los organismos públicos y privados de la cultura no quieran reconocer formalmente a las aportaciones de dichas expresiones y las mantengan fuera de cualquier tipo de apoyo o condición de crecimiento.

Ante eso, ¿cuál sería la pauta para hacer y vivir al arte en esta nueva normalidad?  

Quizá una se refiera a ayudar –cuanto antesa los creadores en su desarrollo económico y profesional. Para ello se necesitan acuerdos y normativas que reconozcan, garanticen y agilicen los apoyos, que den pie a nuevos planteamientos fiscales y a esquemas flexibles de financiamiento, que promuevan programas para poner al alcance de la gente lo que produzcan los creadores. Todo esto podrá suceder cuando instalemos al arte en la agenda de nuestros funcionarios y congresos.

Otra pauta puede ser la necesidad por dimensionar en su justa proporción al ámbito digital, esa zona donde habitan los videojuegos, la nueva forma de hacer cine para plataformas y la oferta de espectáculos vía Live streaming. Nadie niega que dicho ámbito tiene muchas virtudes, pero sus condiciones afectan al cine y a las artes en vivo, ya que, a diferencia de aquellas, éstas no requieren de sus espectadores más que la eficacia de sus redes, la intimidad de sus espacios y el buen funcionamiento de sus dispositivos, lo cual deja de lado muchos aspectos relacionados con la vivencia de la experiencia estética.

Si los creadores y los organismos culturales no reconocen que ciertas artes requieren de una vivencia presencial y espacios diseñados ex profeso para ello, correremos el riesgo de convertir a tales prácticas en patrimonio de una minoría cultivada.   

Tampoco estaría de más revisar el potencial del radio y la televisión abierta como escaparates pues esos son medios que mantienen presencia entre ciertos sectores y regiones de nuestra población. Por último, en materia de infraestructura, una pauta más se relacionaría con el ensayo de innovaciones donde se eche mano a los parques y espacios públicos con el fin de que puedan convertirse en sedes de cualquier evento artístico si el uso de los espacios se limita otra vez, o, mejor aún, para que las expresiones artísticas en vivo se mantengan al alcance del mayor número posible de personas.

Estas pautas ayudan a que el arte permanezca entre nosotros como una diversión ligera o como una práctica con incidencia real en nuestras vidas. Lo uno o lo otro dependerá de la forma en la cual abordemos tanto a la experiencia como al producto artístico.

Pero, para no perder la perspectiva de lo aprendido en los últimos dos años, conviene recordar otra vez lo que hicieron las primeras vanguardias de la Arquitectura a inicios del siglo XX, ya con la tuberculosis convertida en Historia. 

Aquellos arquitectos fueron más allá de su vocación por crear espacios bellos y funcionales y reafirmaron su compromiso con el bienestar de las personas; por eso crearon obras cuyos parámetros, además de innovadores, privilegiaron la vida digna. 

Esa esencia nutre a esta pauta: tal vez ya no hay excusa para reconocer que el arte, más allá de cualquier postura utilitaria o apreciación exquisita, es la única manifestación humana con la cual podemos construir mejores comunidades en esta o en cualquier normalidad.

¿Necesitaremos de otra contingencia para reparar en ello? Definitivamente no.


Ignacio Mendoza
 
Instagram: @ignaciomendoza.consultor 

Docente y consultor académico y cultural. Ha sido Premio Nuevo León de Literatura y Director de Cultura en el Municipio de Monterrey. También se ha desempeñado como profesor de Letras Hispanoamericanas, y prepara actualmente su segunda novela.