La exquisitez
de ser nosotrxs
La maravilla
del caos
¿Se ha fijado que a pesar de los años, hay una
parte nuestra que no envejece?
Y no es algo que busquemos a propósito, solo
que hay un trozo de nuestra piel que sigue
erizándose con un estímulo, que regresa al vivir
soñando como si a la vida le faltara todo por
enseñarnos. Y aunque a veces nos paramos en
seco a golpe de realidad, volvemos a intentarlo.
A pesar de los años, una parte de mí sigue
sintiendo la inmadurez de la adolescencia, de
la duda permanente y la falta de certezas; y
creo que está bien que así sea.
Permítame contarle que cuando era una niña,
mi abuela -que tenía un origen mazahua-, me
refería que la naturaleza era obra de un Dios
artista que nos regalaba detalles inusuales
en el diseño de las flores: “mira que curioso es
Dios, como pintó estos pétalos” me decía. Le
confieso que este razonamiento inocente llega
a mi cabeza cada vez que observo un detalle
de la naturaleza.
Conservar la mirada de la inocencia, la curiosidad y la perplejidad ante lo cotidiano, es un
regalo que nos damos al creer que esa cosa,
persona o acción, puede enseñarnos algo.
La inocencia es una premisa de la primera
infancia que va perdiéndose con el paso de los
años, y es importante guardar un trozo donde la
preservemos de la erosión, pues de no hacerlo,
sufriremos el riesgo de creer que lo sabemos
todo y…
¿qué hay más allá de la certeza absoluta? nada.
No se trata de ser un eterno Peter Pan. Se trata de
preservar la mirada de la curiosidad, la pregunta
permanente, el sueño, la utopía.
Dice Eduardo Galeano: “La utopía está en el
horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos
pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso,
sirve para caminar”. Y aunque será imposible
alcanzarla, la necesitamos por ser faro, meta
o idea hacia donde ir.
Mientras escribo esto, me pregunto a mí misma:
¿acaso está mal perderse y andar sin ruta?
No. A veces es necesario meternos en el caótico
mar del “no sé que hacer con mi vida”, para
llegar a saber, para encontrar el camino.
Y sobre ello también habla Galeano: “Si me caí
es porque estaba caminando. Y caminar vale
la pena, aunque te caigas”.
Y este es el punto: observar nuestros pasos,
reconocer, valorar, cuidar la escritura de nuestra
propia historia con la seriedad que tuvo el
principito frente a su rosa.
Y es que ante problemas y situaciones que
rompen nuestro equilibrio, solo nos queda
regresar a nuestro origen, a nuestro principio
para volver a encontrar ruta, solo volver a
hacernos la pregunta.
Fíjese que hace poco fui a la casa de mis papás
que murieron en años recientes. A cada foto, en
cada olor guardado, solo encontré momentos:
la que fui, la que soñaba ser, la que buscó salir y
hoy desearía regresar. Bien dicen que en casa
de nuestros padres siempre hay una ventana
que mira a nuestra infancia.
TAREA:
- Llenar la boca con palomitas de maíz.
- Comer helados.
- Jugar con un globo.
- Morder paletas de hielo.
- Bailar hasta el cansancio.
- Cantar a todo pulmón ESA canción… (yo siempre
recurro a “igual que ayer” de Enanitos verdes).
- Creer que mañana es siempre otro día y que
atrás del caos, hay una razón.
Quizás ese Dios del que hablaba mi abuela,
explora nuevas técnicas pictóricas llenando de
extraños e incomprensibles trazos nuestros días,
para que volvamos a descubrir la maravilla de
lo cotidiano.
Diana Elisa González CalderónDocente e
investigadora en la Universidad Autónoma
del Estado de México