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Del recuento de los daños y la reconstrucción | DIANA ELISA GONZÁLEZ | Enero 2022


La exquisitez de ser nosotrxs

Del recuento de los daños y la reconstrucción

Año nuevo-vida nueva, solía decir mi abuela. Y tiene cierta lógica pensar que al cerrarse los ciclos, es una oportunidad de renacer como ejercicio de depuración y escritura desde una nueva hoja en blanco llamada año nuevo.

Y vaya que lo necesitamos, pues los tiempos difíciles que se han cerrado a nuestra espalda, han venido llenos de incertidumbre, hartazgo y miedo.  

El informe 2020 de ONU-CEPAL sobre los desafíos en tiempos del COVID-19, señaló que la pobreza y desigualdad aumentó en todos los países, y los mayores aumentos de pobreza extrema se dieron en México, Nicaragua y Ecuador. Que los ámbitos de mayor afectación son los relativos a la salud mental y física, educación, violencia, ingresos laborales y acceso a servicios básicos. Que las personas más afectadas son las mujeres, infancias y juventudes, indígenas, migrantes, adultos mayores, personas con discapacidad y personas en situación de calle.

Las pérdidas humanas sobrepasaron los pronósticos, y en lo cercano, los divorcios y la pérdida de amistades se volvieron parte del obituario común.

Todo esto nos lleva a pensar quien será el próximo y lo efímero de los momentos.

Pero… ¿cómo reconstruirnos de las pérdidas? 

Según la RAE, la palabra resiliencia es la “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”, y la palabra toma una importancia especial en estos tiempos, cuando descubrimos que necesitamos echar mano de algún salvavidas frente al naufragio.  

Desde lo colectivo, seguro entenderá la importancia de sumarnos a cualquier activismo y generar redes de apoyo, ver por el bien común.

Desde lo individual (si le sirve), permítame compartirle una propuesta personal, mi hoja de ruta.

Quiero volver a mirar con ojos nuevos.

Hacer más lecturas por disfrute y no por obligación. Dejar de preocuparme por el frío y las enfermedades, caminar descalza. Quiero más charlas frente a una copa de vino. Bailar más. Escuchar la lluvia metida en la cama. Quiero ir a más conciertos y cantar a grito abierto. Tomar un buen café con un croissant caliente. Tomar más siestas bajo la resolana de mi ventana a las 4 de la tarde. Reír hasta el cansancio. Quiero oler el pan recién hecho y disfrutar el sonido al morderlo. Quiero sonrojarme por una llamada. 

Quiero más noches de películas. Tener más encuentros de reconciliación y menos pleitos por desahogo. Quiero más noches de desvelo por gusto. Quiero más olor a mar.

Y es que una de las grandes enseñanzas que nos dejan estos tiempos, es la consciencia de lo vivido y la finitud. 

Dejar de pensar en lo que NO tenemos y disfrutar lo que SÍ está en nuestra mano. Perdonar desde la comprensión de lo humano y no desde la creencia de la perfección. Hacer desde la generosidad del compartir y no desde la obligación. Dejar de pensar solo en el futuro y actuar más en el presente. Quizás así cumpliremos con la ruta que marcan las palabras de Antonio Machado:

Y cuando llegue el día del último viaje,  
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, 
me encontraréis a bordo ligero de equipaje, 
casi desnudo, como los hijos de la mar. 
Busquemos nuestras propias rutas y hagamos 
una buena travesía en el año que inicia.


Diana Elisa González Calderón 
Docente e investigadora en la Universidad Autónoma del Estado de México.