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El tiempo del arte

“Necesitamos un arte audaz y una política discreta.” Las palabras del pensador alemán Rudiger Safranski parecen describir el momento que atravesamos. Es verdad, los tiempos indican que estamos en un mundo invertido: la política practica cualquier tipo de audacias, mientras que el arte y los artistas a menudo esperan la validación de las instituciones para generar su movimiento.

Los actores políticos han tomado vilmente los terrenos del arte, los han secuestrado con el afán de acercarse a la población y vender sus propuestas irrealizables, sus metas de campaña o cualquier otro fin de dudosa procedencia. Así, hemos visto a políticos cantando, bailando, realizando coreografías, inventando villancicos, tomándose fotografías de ínfima calidad que luego vemos repetidas por millares en todos los panorámicos de la ciudad. En fin, la propaganda se ha servido del arte para intentar acaparar la voluntad del votante.

Por otro lado, los artistas se someten cada vez más al ritmo institucional que los dirige, los controla y no les permite explotar en las necesidades creativas de una sociedad como la nuestra.

El artista está maniatado por organismos que a menudo son dirigidos por expertos en administración, pero poco preparados en humanidades. El artista se deja atrapar por el ritmo de las becas, por los lineamientos del museo, por las reglas del tótem cultural en turno y su obra se diluye en exposiciones o proyectos que reciben becas pero que se mueren justo al tocar la mirada del espectador. 

Entre más autonomía tenga el artista, mejor va a penetrar su trabajo en el imaginario social. Deseamos un tiempo en el que los entramados de los gobernantes dejen de contaminar la actividad artística. 

La sociedad puede exigir que los gobernantes comuniquen sus propuestas dignamente, nadie quiere ver a otro político cantando, ridiculizándose en los foros públicos en pos de un puñado de votos. Al contrario, deseamos ver a los artistas tomando las calles, renovando el panorama, ejerciendo su crítica en lugares públicos, revolucionando las redes con propuestas contundentes y necesarias. El artista es indispensable para la salud espiritual de la sociedad, el político no; el político es necesario para cuidar de las estructuras que permitan una vida más digna, sin embargo, no es ni por asomo una figura que necesite tanta visibilidad. Ellos a sus despachos a trabajar por un México más justo, los artistas a lanzar su voz con toda la fuerza de la que sean capaces.

El exceso de propaganda genera un malestar que nos desvincula de las propuestas que podrían tener una verdad social que defender, el exceso de arte podría en cambio generar una sociedad lúcida, lista a poner en práctica la sensibilidad. La propaganda asesina la mirada, el arte la vivifica. El tiempo del arte es urgente.

Samuel Rodríguez Medina 
Email: samuelr77@gmail.com 
Instagram: @samuelrodriguezdiciembre 

Profesor de Arte, Cine y Estética en el ITESM campus Monterrey. Cuenta con un posgrado en Filosofía Contemporánea por la Universidad de Granada. Su más reciente publicación literaria es el libro de cuentos “La Ausencia” editado por Arkho Ediciones en Buenos Aires Argentina.