La exquisitez
de ser nosotrxs
Hacer
hablar
a una piedra
¿Si pudiera vivir en otra época, cuál elegiría?
Yo lo tengo claro. Una vez me contaron sobre
esos cafés en Paris donde se daban cita grandes
artistas e intelectuales, mesas que convocaban
a Guillaume Apollinaire con Louis Aragon y
André Breton; o Picasso, Lorca y Dalí; o a Sartre
y Simone de Beauvoir, entre muchos otros. Trato
de imaginarme sus charlas y trato de imaginar
como entre el humo, el olor a café y la palabra, se
gestaron reflexiones que detonaron importantes
obras o movimientos políticos y culturales.
La palabra. El diálogo. La construcción de
una idea. El debate. Las risas. La seriedad. El
movimiento de las manos. Las miradas. Los
olores. Los sonidos del entorno. El encuentro
con el otro-otra.
Juan Villoro reseña que Borges solía decir “que
toda la cultura proviene de un peculiar invento
griego: la conversación. De pronto, un grupo de
hombres decidieron algo extraño: intercambiar
palabras sin rumbo fijo, aceptar las curiosidades
y opiniones del otro, aplazar las certezas, admitir
las dudas. De ahí proviene todo lo demás”.
Ese “Todo lo demás” resuena en mi cabeza y
detona mi imaginación. Recuerdo muchos de
los momentos en los que compartí una buena
charla y el tiempo se pasó volando. Y es que
las palabras transportan y provocan. Un buen
interlocutor es capaz de hacernos olvidar el
mundo entero y descubrir nuevos horizontes.
Por supuesto que este ejercicio, tiene algunas
condicionantes:
Saber escuchar prestando total atención, mirar
a los ojos, denotar la expresión corporal y dejar
a un lado el teléfono y el reloj.
También dejar que fluya un lenguaje que muestre
más claramente lo que somos y nuestra manera
de ver el mundo. “Falso de toda falsedad”, me
dijeron alguna vez.
Nunca utilizar indirectas que puedan mal
entenderse, porque hablando se entiende la
gente, dicen por ahí.
“Cada palabra tiene consecuencias. Cada
silencio también” dice Jean-Paul Sartre. De
ahí que deberíamos tener más cuidado al
abrir la boca. Hay palabras creadas solo para
lastimar, pero hay otras que pueden construir.
Escuchando esta frase de Sartre, viene a mi
mente una imagen: hay personas capaces
de hablar con tal violencia, que visualmente
parece que escupen serpientes al hablar y más
que palabras identificables, parecen ladridos;
todo lo contrario nos propone Rafael Alberti: “Fue
cuando comprobé que murallas se quiebran
con suspiros y que hay puertas al mar que se
abren con palabras”.
Pero ser un buen conversador no es algo sencillo
e influyen muchos factores. Hay personas con
quienes la conversación nos fluye como agua y
otras con las que la palabra se convierte en una
piedra inamovible... ni como hacer que hable.
Por eso creo que tener una buena conversación
es un acto de generosidad mutuo. Nos podemos
conocer a través de nuestras propias palabras
y de lo que se detona con el intercambio.
Le confieso que estos tiempos de pandemia
me han hecho valorar muchos momentos de
encuentro y extraño una buena charla, de esas
que no se dan siempre, pero que cuando ocurren, pasan por el simple hecho de disfrutar
a la persona que se tiene enfrente y donde
el reloj pasa a un segundo plano. Esas donde
la conversación deambula de lo trivial a lo
importante y de la carcajada a lo sentido. Y
es que hay conversaciones que son ventanas
abiertas a los pájaros de nuestra cabeza.
Dice Alma Delia Murillo que “Conversar es quizá
la forma más duradera del amor. Habría que
buscar al conversador de la vida”. Estoy de
acuerdo. Pero vaya que es una misión difícil:
la gran mayoría hace del reloj un verdugo y del
tiempo una limosna, pero es una búsqueda
necesaria de emprender, empezando por uno
mismo. Y si... tiene razón la escritora: el mejor
compañero o compañera, será aquella capaz
de abrir universos con la palabra, tal como
ocurría en ese café de París.
Diana Elisa González Calderón
Docente
e investigadora en la Universidad Autónoma
del Estado de México.