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“Hay que contar el cuento completo” | JOSÉ DAVID IBARRA TORRES | Julio 2020

Por: José David Ibarra Torres
Fotografía: Especial

En diciembre de 1997, Gabriel García Márquez se reunió con reporteros del continente americano en un taller de Periodismo Narrativo, en Barranquilla, Colombia.

“Hay que contar el cuento completo”

Fue un jueves de Semana Santa, 17 de abril del 2014, cuando la noticia se supo en todo el mundo: Había muerto Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura.

Gabriel García Márquez apareció de pronto resplandeciente, con los ojos brillantes, vestido de blanco y con un reloj del mismo color, en la puerta de un antiguo edificio de aduana en Barranquilla, Colombia.

Después de un día y medio de viaje de México a Barranquilla, Colombia (16 horas de autobús, incluso), era un sueño cumplido: Conocer al Premio Nobel de Literatura, al Maestro, a una de las personas que mejor escriben el español en el mundo, al artista del lenguaje.

La impresión dio un vuelco después, cuando empezó a hablar: A todos nos trató como si ya nos conociera, familiar, cordial, y si cabe el adjetivo, hasta paternal.

Siempre sonríe. Bromea, recuerda, se estira como un gato en la silla y no está tranquilo dentro de su lugar.

Es normal, como cualquiera, y no hace alarde de sus logros, aunque es uno de los más importantes escritores del siglo.

Somos en la reunión, además de él, personas del continente americano: De Brasil, Venezuela, Argentina, Uruguay, Ecuador, de Colombia por supuesto, y de México.

En el taller de narración periodística la primera impresión de Gabriel García Márquez es que lo más angustiante de ser reportero es la “industria del cierre” en los periódicos, que deja sin tiempo para escribir.

Hubo quien le dijo (no nosotros) que Noticia de un secuestro no era un reportaje, que no era periodístico al haber durado 3 años en su preparación.

-Lo que no saben es que esa angustia que dura 2 horas en los periódicos, para mí fue de 3 años- recuerda.

-Cuando Pasa el tiempo, 10 años después se tiene una gran nostalgia, pero mientras se tiene una gran angustia, sobre todo por las noches…

El escritor hijo de un telegrafista de Aracataca reclama que la casa donde vivió de niño se ha convertido en un museo, en un botín burocrático que aprovecha hasta el alcalde para ganar votos.

-En esa casa me gustaba pintar las paredes y mi abuelo no me regañaba, al contrario, me daba lápices de colores para pintar.

Me preguntan que cómo empecé a escribir, y les contesto que así, dibujando.

Era una casa donde había casi puras mujeres, y ahí mandaban las mujeres. El único acto de rebelión que teníamos mi abuelo y yo era ese, pintar las paredes.

De entonces le queda un rasgo de aquellos tiempos, y uno de sus dichos es: A las mujeres hay que dejarlas que manden, pero no hay que hacerles caso (aunque eso no le gusta mucho a su esposa Mercedes).

Ahí, en esa casa, luego encontró un baúl lleno de libros, y no quería dejar de leer. Descubrió un libro que le maravilló, y aunque al principio no sabía lo que era se topó con la magia de Las Mil y una Noches.

-De todo eso me acordé cuando fui a esa casa…

Ahora su intención es reconvertirla en un taller para vocaciones precoces, donde los que quieran puedan pintar las paredes, o tocar algún instrumento, o desarrollar su talento, sin maestros, sólo con observadores.

-Uno nace ya preparado con una aptitud, y si es acompañada por la vocación, es una fuerza que no la detiene nadie, y quizá en algunos casos le gane al amor… Creo que es el secreto de la longevidad, hacer uno toda la vida lo que le gusta y lo que le da la gana, y eso se lo agradezco a mi abuelo. Y ahora me da la gana volver a esa casa y convertirla en taller.

No habla mal de las escuelas de comunicación por un rastro de lealtad, pero sí dice que en ellas hay un mucho de comunicación y poco de periodismo.

-Nosotros aprendimos a palos en la redacción. La idea es que la teoría viene después, la misma vida da la teoría.

Yo no estudié sino hasta bachillerato. No estoy contra la educación escolarizada, es indispensable, pero cuando sea buena. El principal problema ahora es la educación, y si no lo corregimos iremos de tragedia en tragedia hasta el apocalipsis final…

García Márquez dejó de estudiar “porque Ya estaba tragado por el periodismo”.

Él está en favor del periodismo como un postgrado, ejercerlo después de una carrera que sirva como base cultural.

El periodismo, señala, “tiene qué saberlo todo, y si no sabe, lo pregunta”

Pero el periodismo es peligroso, indica. Un error puede ser peligroso, porque lo que se publica se queda. “No hay remedio sino la ética y la responsabilidad”.

En el periodismo ahora hay mucha improvisación y la deficiencia es que a los responsables les importa un carajo porque no tienen tiempo para orientar a los nuevos, aclara. 

Salir a la calle con una grabadora es como salir con una ametralladora; hay gente que no quiere el oficio, no hay mística, reclama.

Hubo un caso en que una niña colombiana de 16 años engañó a la prensa y a los médicos, al afirmar que esperaba cuatrillizos. La noticia salió publicada pero al día siguiente se descubrió que era un timo, que la niña se había metido ropa y trapos para simular el embarazo, como un gancho para que su marido no la abandonara.

“Eso muestra lo fácil que se puede engañar a los médicos  y periodistas”, explica García 35 Márquez, mientras sonríe.

Y vuelve al taller

-Creo que el reportaje es un género literario, es el “estrella” del periodismo. Es la noticia completa.

Nacido el 6 de marzo de 1927, Gabriel José García Márquez fue criado por sus abuelos maternos. Muchos años después, en el presente, ha vuelto a reunirse con la familia, con sus hermanos y su madre, quien tiene 94 años de edad.

En el taller de narración lo acompaña su sobrina Patricia, quien dice que se ríe de muchas cosas que cuenta García Márquez porque “todo eso ya me lo sé, es la historia de la familia”.

Y García Márquez lo reafirma:

-No hay nada de lo que he escrito que no se base en hechos ciertos..

Incluso El Amor en los Tiempos del Cólera narra en el principio la historia de amor de sus padres, de cómo se conocieron. Y después contiene parte de su propia historia.

-Tenemos tres historias: La pública, la privada y la secreta, y ésa es la más interesante… -Dice, con sonrisa de pícaro. 

Las entrevistas no le gustan porque al final, no resulta lo que quiso decir el entrevistado. Y si es necesario, pone su propia grabadora cuando lo entrevistan.

-Quien se sabe grabado se porta distinto, tanto el entrevistado como el reportero.

Tampoco le gusta la transcripción literal de todas las entrevistas, porque el entrevistador le deja el trabajo a la grabadora y se distrae mientras piensa en la siguiente pregunta.

Es obsesivo. Cuenta que una vez retrasó la publicación de un libro y pasó tres semanas en busca de un adjetivo “que yo sabía que existía” pero que al encontrarlo no era el que le servía. 

Y no toma notas. “Si algo es importante no se me olvida”. Le da vueltas a las ideas hasta que no puede más con ellas y las escribe. 

Le disgustan las terminaciones en “mente” porque le parecen demasiado fáciles. Y para los gerundios tiene una regla: Si se ve feo, entonces hay que quitarlo.

Al reportaje escrito lo derrotó una mala adaptación de los periodistas escritos, a la evolución del periodismo escrito; tratan de competir con la radio y la televisión, y eso no es posible.

Refiere que el periodismo nunca va a prescindir de la noticia, y hay que seguirla hasta el final. Se puede tener como material para las ediciones dominicales.

Para eso, además de talleres con reporteros, la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano prepara un seminario de directores de ediciones dominicales y otro más para editores y directivos de los periódicos.

En el encuentro al margen de la plática con García Márquez (Gabo, como se le conoce también en Colombia, donde es un héroe nacional), los participantes llevamos publicaciones de nuestros periódicos, para compartir con los demás.

Hubo por tanto diálogos de la situación en el continente americano, y de las experiencias vividas en el quehacer del reportero en los distintos países.

García Márquez se define como un periodista observador de la realidad. Al hablar de algún tema específico se apasiona y se frota las manos al sentir el espíritu renovado de reportero investigador.

Hay reportajes que quedan sin hacer, lamenta, por falta de tiempo. Esto porque el reportero debe tener un rendimiento, tiene un sueldo y debe hacer determinado trabajo: “Es burocracia pura”.

Si por él fuera, diría al reportero: “Quédese quieto. Investigue. Averigüe el cuento hasta el final”. Porque para él eso es el reportaje, contar el cuento completo.

García Márquez no usa calcetines, ni camiseta, ni corbata. Está en el Caribe, su medio natural, aunque pase más de 6 meses en la Ciudad de México y el resto lo reparta en el mundo.

Da un consejo “de viejo”: No leer después lo publicado. “Yo no me atrevo a leer mis libros otra vez, porque saco el lápiz y empiezo a corregir”.

Una de sus satisfacciones es que tras la publicación de Noticia de un Secuestro no recibió ninguna rectificación.

José David Ibarra Torres es autor del libro ‘La tercera ciudad, Historias y cuentos de la vida diaria’.


Considera a sus críticos como “grandes correctores de pruebas”, que encuentran los errores de las publicaciones.

Si el lector encuentra en una novela un dato cierto, le gusta más, pero si en un reportaje hay un dato que no era, ya no se le cree tanto, remarca.

Hay probabilidades de caer en fallas y siempre hay alguien que se da cuenta, por eso no se puede llegar a las exageraciones, porque de cualquier manera la realidad “lo atropella a uno”.

Se le nota que la fama le cansa y que le desagrada el acoso de la gente, las firmas, las fotos que todo mundo le pide. Su esposa en una comida comentó que cuando van a la playa, Gabo finge dormir mientras las personas pasan y se le quedan viendo; ella les hace la señal de silencio, y la gente se retira y dice: “El Premio duerme”…

También es casi imposible que investigue algo en lugares públicos “porque se arma un lío del carajo”, advierte.

En los reportajes, se le debe poner fin al cuento porque “la vida sigue”.

El presidente de Estados Unidos Bill Clinton leyó en una noche Noticia de un Secuestro, ese libro que le llevó tres años de angustia a él investigarlo y escribirlo.

Gabriel García Márquez podría escribir sus memorias, y filmar la película de alguno de sus libros. Uno que le gustaría ver en la pantalla es “Del amor y otros demonios”, aunque ya le han propuesto otras películas como “El otoño del patriarca”

El purismo en el lenguaje no es muy de su agrado, “es como un cinturón de castidad, hay que soltarse”.

Aunque hay de casos a casos: su impresión es que “los mexicanos no aprendieron bien el español pero tampoco olvidaron por completo el náhuatl”.

En cuanto al idioma además se pronuncia por eliminar la U después de la Q, porque “no se necesita” para nada.

Y de regreso al taller, se recarga en el respaldo de la silla, ve al techo y habla: Las noticias le suceden a alguien, no hay que tomar la decisión sino tenerla siempre, de hacer humana la noticia.

Tanta es la profundidad con que se debe investigar que hasta los detalles mínimos importan, precisa.

En ‘El General en su Laberinto’ (donde escribió acerca de Simón Bolívar) encontró una frase que explica en algo la forma de ser del personaje: Tenía estreñimiento crónico. “Eso es importante saberlo, porque hay diferencia en las personas que cagan bien y las que no, no es que sean unos más buenos que otros, sino que son distintos”

Los reportajes que mejor realizó, en su consideración y sin falsa modestia, son los publicados en el libro “Cuando era feliz e indocumentado”, porque “los hice muy cómodo, era lo único que hacía”

Para escribir, remarca, “lo más difícil no es copiar al autor que a uno le gusta, sino no parecerse a él”.

Además, “cuando se aprende a hacer de verdad, no se sabe hacer de otra manera”.

Y recomienda para escribir, o para la vida “llegar hasta donde te diga el corazón, ése es el límite, y no hay que forzar al corazón…”.

Espera vivir “100 años, pero no de soledad sino de buena compañía”, en referencia a su obra considerada más importante, y que fue tomada en cuenta para entregarle el Premio Nobel de Literatura en 1982.

Usa lentes bifocales. Tiene el cabello algo crespo (medio chino, diríamos en México) y entrecano.

Su actitud es de tranquilidad. Se le ve contento. “Y es que uno a cierta edad comienza a reconciliarse con todo mundo”, dice, resplandeciente, con los mismos ojos brillantes…