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Por: José David Ibarra Torres
Fotografía: Especial
Fotografía: Especial
En diciembre de 1997, Gabriel García Márquez se reunió con reporteros del continente americano en un taller de Periodismo Narrativo, en Barranquilla, Colombia. |
“Hay que contar
el cuento completo”
Fue un jueves de Semana Santa, 17 de abril del
2014, cuando la noticia se supo en todo el mundo:
Había muerto Gabriel García Márquez, Premio
Nobel de Literatura.
Gabriel García Márquez apareció de
pronto resplandeciente, con los ojos
brillantes, vestido
de blanco y con un reloj del
mismo color, en la puerta de
un antiguo edificio de aduana
en Barranquilla, Colombia.
Después de un día y medio
de viaje de México a Barranquilla, Colombia (16 horas de
autobús, incluso), era un sueño
cumplido: Conocer al Premio
Nobel de Literatura, al Maestro, a una de las personas que
mejor escriben el español en el
mundo, al artista del lenguaje.
La impresión dio un vuelco
después, cuando empezó a hablar: A todos nos trató como
si ya nos conociera, familiar,
cordial, y si cabe el adjetivo,
hasta paternal.
Siempre sonríe. Bromea, recuerda, se estira como un gato
en la silla y no está tranquilo
dentro de su lugar.
Es normal, como cualquiera, y no hace alarde de sus
logros, aunque es uno de los
más importantes escritores
del siglo.
Somos en la reunión, además de él, personas del continente americano: De Brasil,
Venezuela, Argentina, Uruguay, Ecuador, de Colombia
por supuesto, y de México.
En el taller de narración
periodística la primera impresión de Gabriel García Márquez
es que lo más angustiante de
ser reportero es la “industria
del cierre” en los periódicos,
que deja sin tiempo para escribir.
Hubo quien le dijo (no nosotros) que Noticia de un secuestro no era un reportaje, que no
era periodístico al haber durado 3 años en su preparación.
-Lo que no saben es que esa
angustia que dura 2 horas en
los periódicos, para mí fue de
3 años- recuerda.
-Cuando Pasa el tiempo,
10 años después se tiene una
gran nostalgia, pero mientras
se tiene una gran angustia,
sobre todo por las noches…
El escritor hijo de un telegrafista de Aracataca reclama
que la casa donde vivió de niño
se ha convertido en un museo,
en un botín burocrático que
aprovecha hasta el alcalde para
ganar votos.
-En esa casa me gustaba
pintar las paredes y mi abuelo
no me regañaba, al contrario,
me daba lápices de colores para
pintar.
Me preguntan que cómo
empecé a escribir, y les contesto que así, dibujando.
Era una casa donde había casi
puras mujeres, y ahí mandaban
las mujeres. El único acto de
rebelión que teníamos mi abuelo
y yo era ese, pintar las paredes.
De entonces le queda un
rasgo de aquellos tiempos, y uno
de sus dichos es: A las mujeres
hay que dejarlas que manden,
pero no hay que hacerles caso
(aunque eso no le gusta mucho
a su esposa Mercedes).
Ahí, en esa casa, luego
encontró un baúl lleno de
libros, y no quería dejar de
leer. Descubrió un libro que le
maravilló, y aunque al principio no sabía lo que era se topó
con la magia de Las Mil y una
Noches.
-De todo eso me acordé
cuando fui a esa casa…
Ahora su intención es
reconvertirla en un taller para
vocaciones precoces, donde
los que quieran puedan pintar las paredes, o tocar algún
instrumento, o desarrollar su
talento, sin maestros, sólo con
observadores.
-Uno nace ya preparado con
una aptitud, y si es acompañada por la vocación, es una
fuerza que no la detiene nadie,
y quizá en algunos casos le
gane al amor… Creo que es el
secreto de la longevidad, hacer
uno toda la vida lo que le gusta
y lo que le da la gana, y eso se lo
agradezco a mi abuelo. Y ahora
me da la gana volver a esa casa
y convertirla en taller.
No habla mal de las escuelas de comunicación por un rastro
de lealtad, pero sí dice que en
ellas hay un mucho de comunicación y poco de periodismo.
-Nosotros aprendimos a
palos en la redacción. La idea
es que la teoría viene después,
la misma vida da la teoría.
Yo no estudié sino hasta
bachillerato. No estoy contra
la educación escolarizada, es
indispensable, pero cuando sea
buena. El principal problema
ahora es la educación, y si no lo
corregimos iremos de tragedia
en tragedia hasta el apocalipsis
final…
García Márquez dejó de
estudiar “porque Ya estaba
tragado por el periodismo”.
Él está en favor del periodismo como un postgrado, ejercerlo después de una carrera
que sirva como base cultural.
El periodismo, señala, “tiene qué saberlo todo, y si no
sabe, lo pregunta”
Pero el periodismo es peligroso, indica. Un error puede
ser peligroso, porque lo que
se publica se queda. “No hay
remedio sino la ética y la responsabilidad”.
En el periodismo ahora
hay mucha improvisación y la
deficiencia es que a los responsables les importa un carajo
porque no tienen tiempo para
orientar a los nuevos, aclara.
Salir a la calle con una grabadora es como salir con una
ametralladora; hay gente que
no quiere el oficio, no hay mística, reclama.
Hubo un caso en que una
niña colombiana de 16 años engañó a la prensa y a los médicos, al afirmar que esperaba
cuatrillizos. La noticia salió
publicada pero al día siguiente
se descubrió que era un timo,
que la niña se había metido
ropa y trapos para simular
el embarazo, como un gancho para que su marido no la
abandonara.
“Eso muestra lo fácil que se
puede engañar a los médicos y periodistas”, explica García 35
Márquez, mientras sonríe.
Y vuelve al taller
-Creo que el reportaje es un
género literario, es el “estrella”
del periodismo. Es la noticia
completa.
Nacido el 6 de marzo de 1927,
Gabriel José García Márquez
fue criado por sus abuelos maternos. Muchos años después,
en el presente, ha vuelto a reunirse con la familia, con sus
hermanos y su madre, quien
tiene 94 años de edad.
En el taller de narración lo
acompaña su sobrina Patricia,
quien dice que se ríe de muchas
cosas que cuenta García Márquez porque “todo eso ya me lo
sé, es la historia de la familia”.
Y García Márquez lo reafirma:
-No hay nada de lo que he
escrito que no se base en hechos ciertos..
Incluso El Amor en los
Tiempos del Cólera narra en
el principio la historia de amor
de sus padres, de cómo se conocieron. Y después contiene
parte de su propia historia.
-Tenemos tres historias: La
pública, la privada y la secreta,
y ésa es la más interesante…
-Dice, con sonrisa de pícaro.
Las entrevistas no le gustan
porque al final, no resulta lo
que quiso decir el entrevistado. Y si es necesario, pone
su propia grabadora cuando
lo entrevistan.
-Quien se sabe grabado se
porta distinto, tanto el entrevistado como el reportero.
Tampoco le gusta la transcripción literal de todas las
entrevistas, porque el entrevistador le deja el trabajo a la
grabadora y se distrae mientras piensa en la siguiente
pregunta.
Es obsesivo. Cuenta que una
vez retrasó la publicación de
un libro y pasó tres semanas
en busca de un adjetivo “que yo sabía que existía” pero que
al encontrarlo no era el que le
servía.
Y no toma notas. “Si algo es
importante no se me olvida”.
Le da vueltas a las ideas hasta
que no puede más con ellas y
las escribe.
Le disgustan las terminaciones en “mente” porque le
parecen demasiado fáciles. Y
para los gerundios tiene una
regla: Si se ve feo, entonces hay
que quitarlo.
Al reportaje escrito lo derrotó una mala adaptación
de los periodistas escritos, a
la evolución del periodismo
escrito; tratan de competir
con la radio y la televisión, y
eso no es posible.
Refiere que el periodismo
nunca va a prescindir de la noticia, y hay que seguirla hasta
el final. Se puede tener como
material para las ediciones
dominicales.
Para eso, además de talleres
con reporteros, la Fundación
para un Nuevo Periodismo
Iberoamericano prepara un
seminario de directores de
ediciones dominicales y otro
más para editores y directivos
de los periódicos.
En el encuentro al margen
de la plática con García Márquez (Gabo, como se le conoce
también en Colombia, donde es
un héroe nacional), los participantes llevamos publicaciones
de nuestros periódicos, para
compartir con los demás.
Hubo por tanto diálogos de
la situación en el continente
americano, y de las experiencias vividas en el quehacer del
reportero en los distintos países.
García Márquez se define
como un periodista observador de la realidad. Al hablar de
algún tema específico se apasiona y se frota las manos al
sentir el espíritu renovado de
reportero investigador.
Hay reportajes que quedan
sin hacer, lamenta, por falta
de tiempo. Esto porque el
reportero debe tener un rendimiento, tiene un sueldo y debe
hacer determinado trabajo: “Es
burocracia pura”.
Si por él fuera, diría al reportero: “Quédese quieto. Investigue. Averigüe el cuento
hasta el final”. Porque para él
eso es el reportaje, contar el
cuento completo.
García Márquez no usa
calcetines, ni camiseta, ni
corbata. Está en el Caribe, su
medio natural, aunque pase
más de 6 meses en la Ciudad
de México y el resto lo reparta
en el mundo.
Da un consejo “de viejo”: No
leer después lo publicado. “Yo
no me atrevo a leer mis libros
otra vez, porque saco el lápiz
y empiezo a corregir”.
Una de sus satisfacciones
es que tras la publicación de
Noticia de un Secuestro no
recibió ninguna rectificación.
José David Ibarra Torres es autor del libro ‘La tercera ciudad, Historias y cuentos de la vida diaria’. |
Considera a sus críticos
como “grandes correctores de
pruebas”, que encuentran los
errores de las publicaciones.
Si el lector encuentra en una
novela un dato cierto, le gusta
más, pero si en un reportaje
hay un dato que no era, ya no
se le cree tanto, remarca.
Hay probabilidades de caer
en fallas y siempre hay alguien
que se da cuenta, por eso no
se puede llegar a las exageraciones, porque de cualquier
manera la realidad “lo atropella a uno”.
Se le nota que la fama le
cansa y que le desagrada el
acoso de la gente, las firmas, las fotos que todo mundo le
pide. Su esposa en una comida
comentó que cuando van a
la playa, Gabo finge dormir
mientras las personas pasan
y se le quedan viendo; ella les
hace la señal de silencio, y la
gente se retira y dice: “El Premio duerme”…
También es casi imposible
que investigue algo en lugares
públicos “porque se arma un
lío del carajo”, advierte.
En los reportajes, se le debe
poner fin al cuento porque “la
vida sigue”.
El presidente de Estados
Unidos Bill Clinton leyó en una
noche Noticia de un Secuestro,
ese libro que le llevó tres años
de angustia a él investigarlo y
escribirlo.
Gabriel García Márquez
podría escribir sus memorias,
y filmar la película de alguno
de sus libros. Uno que le gustaría ver en la pantalla es “Del
amor y otros demonios”, aunque ya le han propuesto otras
películas como “El otoño del
patriarca”
El purismo en el lenguaje no
es muy de su agrado, “es como
un cinturón de castidad, hay
que soltarse”.
Aunque hay de casos a casos: su impresión es que “los
mexicanos no aprendieron
bien el español pero tampoco
olvidaron por completo el
náhuatl”.
En cuanto al idioma además
se pronuncia por eliminar la U
después de la Q, porque “no se
necesita” para nada.
Y de regreso al taller, se
recarga en el respaldo de la
silla, ve al techo y habla: Las
noticias le suceden a alguien,
no hay que tomar la decisión
sino tenerla siempre, de hacer
humana la noticia.
Tanta es la profundidad
con que se debe investigar
que hasta los detalles mínimos
importan, precisa.
En ‘El General en su Laberinto’ (donde escribió acerca
de Simón Bolívar) encontró
una frase que explica en algo
la forma de ser del personaje:
Tenía estreñimiento crónico.
“Eso es importante saberlo,
porque hay diferencia en las
personas que cagan bien y las
que no, no es que sean unos
más buenos que otros, sino que
son distintos”
Los reportajes que mejor
realizó, en su consideración
y sin falsa modestia, son los
publicados en el libro “Cuando
era feliz e indocumentado”,
porque “los hice muy cómodo,
era lo único que hacía”
Para escribir, remarca, “lo
más difícil no es copiar al autor que a uno le gusta, sino no
parecerse a él”.
Además, “cuando se aprende
a hacer de verdad, no se sabe
hacer de otra manera”.
Y recomienda para escribir,
o para la vida “llegar hasta
donde te diga el corazón, ése
es el límite, y no hay que forzar
al corazón…”.
Espera vivir “100 años, pero
no de soledad sino de buena
compañía”, en referencia a su
obra considerada más importante, y que fue tomada en
cuenta para entregarle el Premio Nobel de Literatura en 1982.
Usa lentes bifocales. Tiene
el cabello algo crespo (medio
chino, diríamos en México) y
entrecano.
Su actitud es de tranquilidad. Se le ve contento. “Y es que
uno a cierta edad comienza a
reconciliarse con todo mundo”,
dice, resplandeciente, con los
mismos ojos brillantes…
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