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Carta a Silvio Rodríguez

¿Qué es la música, Silvio?, si alguien puede responder, eres tú

Querido Silvio: 

Si me dijeran, pide un deseo, preferiría que pase la tormenta. La primera vez que oí tú voz, entendí que la noche es larga pero que el relámpago de tus letras hace temblar a la tiniebla, y eso fue por mucho tiempo el único resabio de esperanza que me quedaba.

¿Qué es la música, Silvio?, si alguien puede responder, eres tú. Te has enredado fieramente con la fuerza de la música, has horadado el mar con tus letras, has vencido el silencio de la luna con esas manos que se posan como un colibrí ebrio sobre el cuerpo azul de la guitarra. Un día me dijiste que la música es vivir en un país libre, que es amar a una mujer clara, que los cantos de los hombres despiertos habitan el tiempo, que en la música perdonamos a nuestros muertos, y aprendemos a ver a los ojos al día por más violento y amenazador que este sea. Me dijiste que la música es el sitio a donde llegan las miradas que un día partieron. La música nunca se va, nos arrastra con la noche o nos penetra como el primer rayo de sol que hace gritar al amanecer. La música es sangre de abril, es el perfecto engaño que los pobres humanos usamos para librarnos de la muerte durante cinco minutos al día.   

Te escribo desde un punto incierto del norte de México. Pero es que aquí todo es incierto, es que ya ni la luz del sol es evidente. Sin embargo, tú música aparece en las ventanas, suave como una mariposa de alas blancas. Que maneras tan curiosas tiene la vida de hacerse presente. Y ahí van tus notas, como mariposas que ayer solo fueron humo. Y así, si ponemos atención entre el caos de la realidad y la locura, es probable que debajo del cielo y encima del mundo aparezca “Rabo de nube”, y “Quien fuera”, y “Playa Girón” nos de beber al amparo de la aurora, y un “Óleo de mujer” con sombrero rompa cualquier ideal para que desde ahí brote el indomable impulso del instinto.

A esta ciudad le dolió tu ausencia, dejaste de venir, tu voz se perdió entre el humo de los camiones y el ruido de las balas. Recuerdo que salía a las calles incompleto, caminaba por los parques, por las avenidas, en el filo de la noche me sabía mutilado. Hoy sé que eso que me falta era el ritmo de “Ojalá”, era el poder ancestral de “La maza”. Y aquí me tienes, buscando una palabra, buscando melodías para tener como llamarte y ofrecerte las calles de esta ciudad para que la música, tu música llene las plazas de un instante de magia. Al final, cuando veo a generaciones de nuevos cantantes que tocan tus canciones en bares decadentes y luminosos, se siente una luz que, aunque promete dejarnos a oscuras, sigue encendida y la vida se mueve, sin embargo, se mueve. 

Y ahí van tus cantantes, blasfemando notas, corrompiendo a quien los escucha y a uno le dan ganas de llorar porque sabe que cantar tus canciones es cargar a la realidad con futuros posibles. Si algo aprendí en estos años de escucharte, es que el tiempo pasa y de pronto son años que, sino están consagrados a la resistencia, a ese fiero y decisivo no tolerar lo que nos quiere destruir, entonces somos todo sombras y víctimas, y que a pesar de que las ciudades se derrumben no tenemos derecho al ostracismo; que tenemos las canciones, los libros, las palabras, tenemos rebeldía para no dejar que la noche nos arrase.

En esta parte del mundo hemos soñado con serpientes; esas mismas serpientes que tu mencionas que en sus barrigas llevan lo que puedan arrebatarle al amor. Desde hace varios años que las serpientes cada vez son mayores, más crueles, hartas de sangre. Entendemos entonces, Silvio, que no se trata de luchar un día, ni un año, sino toda la vida, y eso es lo que nos hace imprescindibles. No tenemos derecho alguno de permanecer inmóviles al borde del camino viendo como las serpientes se tragan al mundo.

Es momento de despedirme de ti; aquí todo esta habitado por un extraño sentimiento de desesperanza. Sin embargo, las dulces oleadas de esa música que te habita alcanzan a encender las luces del alba. 

No estamos seguros en este país hacia adonde vamos, nunca lo estuvimos, y ahora no es la excepción, desearíamos ir a donde nos lleve la libertad, y la música es libertad. Desearíamos ir a donde nos lleve la rebeldía y la música es rebeldía. Desearíamos ir a donde nos lleve la memoria, y la música es memoria.

No demores mucho más en visitarnos, querido Silvio; este pequeño paraíso roto necesita voces vivas, como la tuya.


Samuel Rodríguez Medina
Email: samuelr77@gmail.com 
Instagram: @samuelrodriguezdiciembre 

Profesor de Arte, Cine y Estética en el ITESM campus Monterrey. Cuenta con un posgrado en Filosofía Contemporánea por la Universidad de Granada. Su más reciente publicación literaria es el libro de cuentos “La Ausencia” editado por Arkho Ediciones en Buenos Aires Argentina.