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Por: Edui Tijerina Chapa
Fotografía: Cortesía Tetesita Reyes
Fotografía: Cortesía Tetesita Reyes
TERESITA REYES
Los artistas somos muy peligrosos
Hablar de Teresita Reyes es referir a una de las más grandes figuras del teatro, cine y televisión sudamericanos; una gran dama, señora de los escenarios y las pantallas que, con gran soltura y simpatía, ha incursionado, también, en terrenos de la conducción de eventos y de podcasts.
Me enorgullezco al ser su amigo y hoy, sin falsa modestia, lo presumo compartiendo con ustedes esta charla, desde Chile para el mundo, en la que abre su corazón y nos habla de su impresionante trayectoria y de cómo percibe el aquí y ahora de la industria internacional del entretenimiento.
¿De dónde viene Teresita Reyes?
Nací en Osorno, el siglo pasado. No tengo hermanos, tengo hermanastros. Fue una infancia entre dulce y agraz; fue medio difícil porque crecí sin padres, pero maravilloso porque tuve una abuela que me crio. No estaría donde estoy si no fuera por esa mujer maravillosa que me dio todo, me dio las herramientas, la sabiduría, la fuerza que ella tenía. Todo gracias a ella.
Vivía con mis abuelos y nueve tíos y tías. Esa familia era muy unida. Me acuerdo de que los domingos había una mesa de 30 personas tomando el té, pero yo no tenía a mis padres. No voy a negar que me dolió harto el abandono.
¿Pasaste tu infancia en Osorno?
Sí. Y después, cuando tenía 14 años, me fui a Santiago, la capital de mi país.
La veta artística ya la tenía desde que era chiquitita, o sea, cualquier acto que hubiera en el colegio a mí me sacaban de la sala y me subían al escenario. Cuando estaba arriba del escenario, lisa y llanamente no sentía nada más que lo tenía que hacer.
Te metías en personaje
Me olvidaba de que era yo y eso me gustaba. Además, hacía mucha comedia y las alumnas del colegio estaban enloquecidas con esta gordita chiquitita.
Recuerdo que cuando estaba en cuarto básico me hicieron hacer de una señora que tenía un gatito y que la vecina estaba demandando al gatito porque maullaba mucho y la gente se reía y se reía. Para mí fue una grata sorpresa, me sentí muy bien, pero nunca pensé que yo, mi interpretación, provocaba esa reacción.
Cuando terminó, yo estaba vistiéndome en la sala, tocan la puerta unas chiquillas y me agarran y me besan diciéndome que era muy amorosa, cosita más linda, que les había encantado. Ahí entendí que tenía que seguir esto. Si lo que había hecho provocaba reacciones de afecto en los otros, debía repetirlo. Después, de grande, como que me hizo clic la cosa, ahí fue donde entendí que mi herida de abandono provocó que me gustara tanto más la atención y el cariño del resto de la gente. Me hacía sentir importante y querida.
¿Y ahora?
El aplauso me revalida como ser humano, me hace sentir importante, que le hago bien a alguien. Cuando voy en la calle la gente me saluda y yo siempre me detengo, los saludo con beso y les dedico un ratito. Siempre tengo tiempo para ellos, hasta que me muera voy a tener tiempo, porque esa gente me ha entregado tanto amor.
¿Y qué camino tomaste, entonces?
Pues, decirle a mi abuela árabe tradicional, que son estrictos y rigurosos, que quería dedicarme al teatro, era muy difícil. Entonces, como me gustaba mucho la abogacía, el derecho, al final de mi formación escolar, entré a estudiar Leyes.
Lo pasé muy bien. Tengo que decir que esa etapa del colegio, de irme desde la provincia a la capital, esos cuatro años fueron maravillosos. Me transformé, saqué una personalidad increíble que jamás pensé que pudiera tener. Fui la Presidenta, la loca del curso, la buena alumna, pero loquita, bien loquita. ¿Sabes, Edui? Fui la primera de la familia que salió a la Universidad.
Supongo que los demás miembros de la familia estarían orgullosos de ti.
Cuando supieron que llevaba como dos tres años en Actuación y que había dejado Derecho, fue una guerra campal, pensando que yo iba a ser un desastre, que iba a ser lo peor. Hubo un episodio bien fuerte.
¿Nos lo cuentas?
En esa época yo ya era grande, fue antes del 73, du-rante el gobierno de Allende. Lo que pasó acá en Chile fue espantoso con la Dictadura. Llegaron un tío y un primo directo a mi dormitorio y me sacaron todos los libros que tenían que ver con Marx, obras de teatro, ¡olvídate! Todo lo que ellos pensaban que era de extremista, de terrorista, de la comunista come guaguas (bebés), y me destrozaron todo. Mira, fue la primera y última vez en mi vida que golpeo a alguien de rabia e impotencia. Después de eso nunca más me dijeron una palabra, pero los rasguños yo creo que todavía los tienen.
Entonces, ¿en qué momento retomaste la actuación?
En esos tiempos en la Universidad había dos posibilidades: tomabas la carrera principal, que era donde estaban los ramos facultativos, y los ramos optativos. En esa parte fue en la que tomé teatro. La escuela de teatro quedaba cerquísima, o sea enfrente, por lo que con sólo cruzar la calle llegaba a la otra Facultad.
Y se acentuó tu pasión por los escenarios. ¿No?
De repente dije “no, no puedo seguir”. Me acuerdo de que estaba en el cuarto piso, estudiando, y miraba a mis compañeros de teatro al frente, en el otro edificio, divirtiéndose mucho con expresión corporal y acrobacia, Y yo ahí, en Derecho Romano, Derecho Canónico, bla, bla, bla… Y no volví más. Me quedé en Teatro.
¿Qué dijeron en casa?
La familia supo cuando ya estaba casi titulada y fue terrible. Pero ahora me aman y ya está todo solucionado. En esa esa época fue terrible cuando dije que quería ser actriz y que ya llevaba tres años estudiando. Pensaban que me había ido por mal camino, que iba a ser una mujerzuela, una drogadicta, borracha; la vergüenza de la familia. “Tienes que quitarte el apellido”, me decían.
¡Qué fuerte! ¿Tardaron mucho en calmarse?
Hasta que conocí a Jorge mi esposo. Cuando me casé y me empezaron a venir las primeras actuaciones, las primeras cosas en televisión, de a poquito los ánimos se fueron calmando.
¿Cómo fueron esos primeros pasos en la actuación profesional?
Me llamaron unos actores y actrices conocidísimos, que tenían un teatro de primer nivel, para actuar en “La Celestina”. No me voy a olvidar nunca. ¡Y me fue bien! Era el personaje de una prostituta jovencita y había una escena terrible en la que tenía que aparecer en puros calzones. Para arriba se veía un poquito, no se veían los pechos enteros pero se esbozaba, digamos. Fue desafiante. Me fue muy bien ahí, la verdad. Debo reconocerlo. De ahí no paré más, seguí haciendo teatro, empezó la televisión, seguí, seguí, seguí… Con cada embarazo paraba y seguía. Mira, empecé a trabajar a los 20. Ahora que ya tengo 70 años, recién puedo decir que tengo una trayectoria.
Gran privilegio pero, también, tremenda responsabilidad.
Sí, y no solamente como actriz, sino como ser humano. Uno debe tener en claro esa responsabilidad, porque vivimos en sociedad, compartimos con las demás. Todos queremos estar bien, vivir decentemente. Y cuando uno ve que la injusticia y la desigualdad son tan espantosas a nivel mundial, que “está mal repartido el chancho (cerdo)”, como se dice en Chile, es inhumano no tener conciencia social.
Mira, en Chile hay 10 familias mega millonarias, después venimos una clase media que cada vez es menos media, cada vez nos vamos más para abajo, y una tremenda cantidad de gente de escasísimos recursos. ¿Cómo no vas a tener conciencia social si tú te puedas salvar de morir porque tienes plata para pagar una clínica privada y que 20 otras personas que están con tu misma enfermedad, con tus mismos años, se mueran porque en los servicios públicos podrían esperar 10 años para que les operen el corazón o 5 años para que les saquen la vesícula?
Todo el mundo sabe mis posturas y, por lo mismo, he tratado de ayudar de la mejor manera posible, que es con lo que sé hacer como actriz. Me gustan las campañas sociales, ir a las poblaciones, cooperar… Todo es poco. De repente siento como que estoy tirando migajas.
Yo siempre hice personajes de escasos recursos, del pueblo, aguerridos, con muchas penas y esperanzas. Entonces aprendí muy bien lo que es esto y lo hice con toda la dignidad y el cariño que podía sentir.
¿Y son personajes que interpretas usando tus vivencias o por observación?
Yo he pasado por todas esas etapas: fui inmigrante, estuve 7 años en Argentina, nieta de refugiados sirios, he sido pobre tres o cuatro veces -nos fuimos a la quiebra con mi esposo- incluso tuve una fábrica confecciones, pero volví al Teatro y no lo dejé más porque me di cuenta de que todo lo otro me hacía daño.
Yo pienso que, cuando interpreto estos papeles, los dignifico, porque los actúo con mucho amor y conocimiento. No hablo mal, por ejemplo. La escasez se puede notar en el vestuario y en el set, pero mis personajes siempre tendrán mucha dignidad, no estarán dentro de la caricatura o la mofa; los hago de carne y hueso, los hago para que la gente los vea que no pasen desapercibidos y que toda historia vale la pena ser contada.
Esto que dices, ¿es lección que has aprendido de la experiencia o legado de algún mentor?
Mira, yo tuve un profesor y gran actor, Ramón Núñez. Cuando entré a Teatro era súper gordita y fui muy gordita muchos años. Entonces yo dije: “si me llaman a trabajar gordita es porque no soy tan mala”. Los tipos que se usan en televisión son estupendos, cuerpos perfectos y yo era todo lo contrario, o sea, soy linda, debo reconocerlo, pero no para el estándar que había y sigue habiendo.
Entonces respetaba mucho a Núñez, que me enseñó sobre la austeridad: la puntualidad, esa cosa como estoica del teatro, de que con sangre tienes que hacer el teatro. Nosotros hacíamos teatro, las escenografías, el vestuario, la promoción, ¡todo! Era una entrega del 1000% donde no había nada más importante.
A mí me pasó que estábamos en una actuación y antes de empezar el segundo acto me dicen que se había muerto un familiar muy querido y yo quedé helada, no sabía qué hacer. O sea, mi ser quería irse arrancando a ver qué pasó, pero el otro ser, que era la actriz, no quería moverse de ahí hasta terminar la obra.
Había mucho respeto por el público, por la profesión, y yo dije “ya, voy a tener mucho tiempo para ir a llorarla, para sentirla, pero este público habrá estado aquí una vez, no quiero que vuelva a verla después”.
Pensar que muchos jóvenes quieren entrar al mun-do de la actuación porque piensan más en la fama que en todo el trabajo que hay detrás y la enorme función social que llevan a cuestas.
Esto no es para ser famoso. Ahora, si te haces famoso porque eres muy talentoso o porque la gente te quiere y realmente lo mereces, entonces vas a ser famoso. Pero si alguien entra a una escuela tan sagrada para mí, como es la escuela de teatro, solamente porque la gente le va a conocer y le van a pedir autógrafos y fotografías y cree que va a ser rico al año, paremos a ver cuánto dura, porque sin talento, sin corazón y sin disciplina no creo que surja mucho.
Hay un gran rigor.
Exacto. La cuestión aquí es que hay que ser rigurosos. No se puede inventar una enfermedad y ausentarse tres días. Tú no puedes llegar con olor a trago a una función, ni “mariguaneado”. Tu cuerpo no puede tener piercings.
¿Piercings? ¿Y qué opinas de los tatuajes?
Escúchame, que los actores jóvenes me matan con esto: no pueden ser tatuados. Tu cuerpo pertenece a millones de otros personajes, tú lo entregas con todo tu amor para ser llenado por nuestros personajes. Entonces, yo veo cuando tienen que hacer escena en la que se supone que jamás tendrían un tatuaje, y ahí está la maquilladora una hora y media sacándole el tatuaje y al otro que tiene la nariz perforada porque se pone una tremenda argolla… ¿Pero cómo van a hacer al Papa con un hoyo en la nariz? ¿Cómo va a interpretar a un rey con una calavera aquí en el cuello? Eres actor y tienes que hacer un corsario que debe tener el cuerpo tatuado, entonces te van a poner el tatuaje de mentira. En mis tiempos iba un pintor de verdad a pintar el tatuaje todos los días, se sacaba, se pintaba, se sacaba, se pintaba. Pero esto es eterno.
Me doy cuenta de que ves al teatro como algo sagrado.
Lo es. Y yo quiero que el teatro siga siendo como una iglesia, un santuario donde la gente va a sanar, a sentirse identificada con el personaje que está escuchando y viendo y que va a salir hablando sobre lo que le pareció la obra, lo que sintió al verse reconocido. Ese es el milagro de la actuación, ese es el milagro del teatro que es el espejo de la realidad.
¿Cuáles son los personajes que más te han exigido?
Han sido dos y en muy distintas épocas.
Durante un examen de egreso hice a “La Dama Boba”. Yo era una jovencita criada por las monjas, virgen, pero demasiado virgen, entonces tenía una cosa de coquetería natural, sensualidad que yo no tenía. No pude dar la tecla, yo juraba que lo estaba haciendo bien. Mi profesora, que en paz descanse, fue muy exigente y aterradora, como directora sobre todo.
Para una jovencita que quiere sacar su egreso y no lograba dar con la tecla, fue horrible. Y a última hora me acuerdo de una prima mía que todos decían que le faltaba “una chaucha para el peso”, que quiere decir que estaba entre tontita y no tontita y sin embargo era totalmente atractiva para los hombres. Yo decía, ¿pero por qué? Ella no era especialmente bonita, pero mis primos andaban locos y de repente la miro ahí en su mirada encontré la clave para interpretar mi personaje. Era su mirada, la forma que tenía de mirar… Ahí me di cuenta de que ese era su atractivo, lo que la hacía transformarse en la reina. Y me puse ahí, una semana entera viendo como miraba, como reaccionaba y dije: “yo creo que está”, y me fui una semana antes del estreno. Era lo que quería mi profesora, no la caricatura anterior que yo estaba haciendo, sino la verdad y el alma de una seductora.
¿Y el segundo personaje?
El segundo de alto impacto fue hacer “Los Monólogos de la Vagina”, que es la obra más seria que yo he hecho en mi vida. Se habla de un tema tabú en esos tiempos. Aclaro que estoy hablando de hace 20 años. Había un personaje de uno de los monólogos que era una abogada lesbiana que hacía terapias para ayudar a las mujeres a tener orgasmos. Entonces ella explica ahí cómo veía florecer a la mujer, cómo le veía su vagina y a mí me empezó a dar una crisis de pánico espantosa porque resulta que esta mujer tenía que actuarle al público 12 orgasmos distintos. La boca se me secaba, no podía actuar, antes de salir a escena necesitaba una taza con agua cerca y yo no sabía lo que me pasaba… Así que tuve que ir al psiquiatra y me dijo que tenía una crisis de pánico. Era la primera vez que escuchaba algo así. Me explicó cómo funcionaban y me dijo “pero si tú sabes muy bien que no eres ese personaje, tienes que interpretarla con tranquilidad, con cariño, pero tranquilízate… No es nada más que eso, creo que no te va a volver a pasar”. Y no me volvió a pasar. Después, fue tanto que la directora me dijo “bájale un poquito al orgasmo porque ya exageraste”. Después lo pasé maravilloso.
¿Cuál ha sido tu principal campo de acción? ¿Teatro, cine, TV…?
Las tres pero con énfasis en la televisión. Ahora estoy haciendo mucho cine también, pero la verdad es que donde haya actuación, voy. Lo que sea, yo quiero ser actriz, quiero estar arriba del escenario nada más. Pero sí me han llamado mucho para televisión y obviamente, hablando en serio, la televisión te da una capacidad de poder vivir más tranquilamente, ya que el teatro aquí en Chile está costando mucho.
¿Faltan oportunidades o apoyos?
Oportunidades hay pocas, apoyo no veo mucho. Estoy hablando desde la parte en que uno es su propia empresa. Si tú quieres hacer una obra de teatro, te va a costar un mundo, o sea, ya nadie te auspicia, ya no existe eso que va una marca y te dice “aquí está la plata, monta todo y nosotros te patrocinamos”. Eso ya no existe, ni siquiera se ponen con 300 dólares. Así es que para nada, no nada nada… Por ahí existen algunos fondos que no alcanzan para todos los artistas y el talento que hay en mi país. No alcanza para crear la cultura que un pueblo pensante requiere.
La verdad es que esto está pasando incluso a nivel mundial, porque los artistas somos muy peligrosos.
¿A qué te refieres con “peligrosos”?
El artista hace tomar conciencia, incluso sin que se dé cuenta. Nosotros ocupamos las emociones, nos damos cuenta de muchas cosas porque estamos más en alerta. Entonces es el peligro de que el arte puede cambiar las opiniones, te puede dar vuelta un escenario político y social. El actor es un tipo pensante todavía, intelectual, no como los gobernantes que ojalá no sepan leer ni escribir.
Somos peligrosos. Hay quienes dicen que mientras menos actores y actrices haya, mejor.
¿Qué perfiles de personaje son tus consentidos?
Donde más me siento comprometida y feliz es haciendo melodrama: drama con comedia. La vida es llanto y sonrisa, absolutamente. Te ríes y lloras al mismo tiempo en un día por lo menos. Entonces, esos dramas puros me agobian, y esa comedia constante, pura risa en farsa, también. Pero el interpretar la vida misma, que es el drama-comedia, es lo que a mí me acomoda, por lo tanto, todos esos personajes que encajen en el melodrama para mí son un desafío.
¿Qué es lo que más te decepciona?
Como persona, me decepciona la deslealtad. Es una de las cosas que a mí, a pesar de todo lo que hay, es lo peor. Creo que de ahí parte todo. La deslealtad me decepciona absolutamente porque parte de la mentira, de la envidia. Judas era desleal y para mí todas las personas desleales son Judas, que dicen que te aman, que te adoran, que te van a cuidar, que te van a dar trabajo y después te enteras de que fueron los primeros que te apuñalaron.
La narrativa, en sus distintas líneas, pasa por una marcada y vertiginosa evolución, especialmente desde el surgimiento de nuevas ventanas hacia las audiencias. ¿Es difícil adaptarse -a nivel interpretativo- a esas nuevas exigencias en cuanto al abordaje de verosimilitud, naturalidad y ritmo?
No, porque la actuación en sí, el método de sacar el personaje desde tu vivencia y lo que ves en otros, no tiene tiempo, no tiene caducidad, no termina. Puede ser que evolucionen las partes técnicas, la visión del público, las redes sociales que hay ahora, pero, en sí, la actuación es la misma que desde los inicios de la cultura humana.
¿Qué haces, además de la actuación?
Hago mucho deporte, leo, dibujo, bordo, tejo, veo Netflix y como un poquito. No, fuera de broma, de no ser actriz, ¿qué sería?... No lo sé, nunca me lo he planteado, nunca me he visto en nada más que no sea ser actriz. Pero podría haber sido, ponte tú, psicóloga. Me gusta la psicología, me encanta porque también es un medio de sanación. Me gusta todo lo que va vinculado con hacer algo por el otro, pero por ahora no quiero ver ninguna cosa, quiero verme en esto, morir en esto y ahí perfecto.
¿Diriges, escribes?
He dirigido, pero no me gusta mucho porque soy muy talibana. Soy de las que mandan “haga lo que yo le digo, yo sé”. He escrito, también, pero sabes tú que hoy soy de una flojera para escribir… Porque yo escribí a lápiz, pues, como se usaba antes. Nunca ocupé máquina ni nada. Entonces me cuesta escribir. Pero lo que estamos haciendo con mi hija es que yo le estoy hablando y ella me está escribiendo en el computador. Estamos trabajando en un monólogo y con ese sistema nos está saliendo mucho más fácil.
¿Cuál sería tu máximo punto como actriz?
¡A mí me falta un montón para llegar a la cúspide! Estoy empezando, recién estoy aprendiendo día a día, hasta que me muera. No, no creo que llegue a la cúspide nunca, yo creo que la cúspide se llega cuando ya no estás aquí, cuando mueres. Pero mientras vives nunca llegas a la cumbre, ésta se va moviendo, siempre estás estudiando y elaborando…
¿Cómo es Teresita Reyes como pareja y madre?
Chuta, como pareja ya no lo vas a poder saber porque Jorge murió… Y como madre, vas a tener que venir a Chile a preguntarle a mis hijos, porque yo no podría decirte. En todo caso han salido los cuatro maravillosamente buenos, amorosos y tiernos como hijos. Hasta el momento no he tenido críticas desastrosas y los nietos míos son adorables. Entonces pienso que como madre no lo hice mal, y con mi marido, bueno, duramos 46 años entre altos y bajos. Aunque al final fueron más bien altos. Lo pasamos bien, estuvimos juntos, salimos adelante y nos amamos mucho.
¿Y como amiga?
Leal, de pocas amigas pero leal. No soy de pasar demasiado tiempo con ellas. Tengo muy pocas amigas, a mí me cuesta un poco salir ahora porque vivo muy lejos, entonces me carga manejar de noche, pero las amigas que tengo son mis amigas intocables. Soy de una lealtad absoluta hacia ellas y si hay que ayudar, ayudo… Y si hay que estar con ellas, estoy… Si hay que pasar plata, paso… Menos mal son pocas (risas).
¿Proyectos en desarrollo y/o próximos a estrenarse?
¡Miles de proyectos! En este momento sacamos un podcast que se llama “¿Cuántos pares son tres moscas?”, estamos en Spotify y YouTube. Mi hija produce y con dos amigas actrices nos morimos de la risa por una hora todas las semanas. Nos ha ido muy bien y estamos ahora en fase de grabar la segunda temporada a lo grande, con auspiciadores y alianzas. Yo antes no tenía idea de que esto existía, lo más cercano que yo entendía era la radio o el radioteatro. Un día llegó mi hija, que es mi representante, y me dijo: “mamá, voy a hacer un podcast contigo”. Me costó un mes decir podcast correctamente, decía podcat, poscad, podcad… ¡Olvídate!
Durante la pandemia me lancé como influencer en las redes sociales, hago campañas pagadas y solidarias, cuento mis cosas a mis fans, conversamos, me dan mucho amor. Soy adicta a las redes sociales, tengo Instagram, tengo Facebook, Twitter (pero ya no me meto mucho porque están siempre peleando).
Aparte estoy vigente en las teleseries, la que tengo ahora en Chile la van a alargar porque le ha ido muy bien. En el teatro estamos con lo del unipersonal, mira, tengo la cabeza llena de proyectos. El otro día los chicos de Fábula me llamaron para una película, empiezo a fin de mes… Están otros dos proyectos de película a punto de salir, ¡espero que no salga todo a la vez! Me mantengo activa, siempre activa, porque si te echas, ya no te levantas más.
¿Algo adicional que quieras compartir, a manera de cierre para esta entrevista?
Hay algo que me gustaría decir a la gente joven y a los papás: “Dejen que los niños elijan lo que van a hacer, dejen que ellos se equivoquen o acierten, porque de ellos es la vida. No hay ser más infeliz que el que está haciendo algo que no le gusta por el qué dirán, o porque no lo llena pero tiene más estatus, o por ganar más plata, etc. Se nos va en eso la vida…”
Uno tiene que buscar ser feliz, la vida es para ser feliz, no creo que el Señor nos haya traído acá para sufrir. Uno tiene que buscar la manera. Si a uno no le gusta ser albañil, entonces va a ir a cosechar al campo o va a ir a la ciudad a ser comerciante, ¿qué sé yo? Cualquier cosa… ¡Pero no debe ser albañil si odia hacer albañil! Hay que buscar, dejar que los hijos elijan.
Nadie daba un peso por mí como actriz, salvo yo, y la vida me ha hecho tremendamente feliz. Es lo único que yo pido, si ustedes son felices van a hacer felices a los demás y van a encontrar las buenas oportunidades que les tiene la vida. Elijan eso.
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