Por: Edui Tijerina Chapa
Fotografía: Cortesía Daniel Muñoz
DANIEL MUÑOZ
Artistas y público nos
salvamos mutuamente
Hablar de Daniel Muñoz es hacer referencia a una gran trayectoria en el mundo
de la actuación, tanto de cine como de
teatro y TV. También, es conectar con la
Cueca chilena y variedad de manifestaciones musicales en diversas ventanas, tanto grabadas
como presenciales. Es conectar con una sensibilidad
amplia, fuerte e intensa, que fluye antes, durante y
después de cada una de sus presentaciones.
Sus actuaciones en grandes series y películas chilenas, así como sus conciertos como parte del grupo
“Los Marujos” le han granjeado el reconocimiento
del público de todo el mundo.
Recientemente, estando en la Región del BíoBio
(Concepción, Cañete y Lebu) en Chile, tuve la fortuna
de coincidir con él, de establecer una ya creciente
amistad y, claro, de platicar para, así, compartir con
Ustedes.
Mi estimado Daniel. Si te digo “momentos
significativos de la infancia”, ¿qué es lo primero
que te viene a la mente?
¡Muchos momentos que, sin duda, me identifican un
poco con lo que soy hoy!
Gracias a mi abuela paterna, tuve contacto directo
con el campo y con las tradiciones. Todos los veranos nos íbamos de paseo a un fondo, es decir, a una
hacienda, donde los bisabuelos trabajaron como inquilinos. Siempre mantuvieron vínculo con ese lugar y
eran parte de él. Así que todos los veranos había un
permiso como para poder llegar y pasar las vacaciones.
Íbamos mi familia, pasándola de ensueño. El verano
en contacto con la naturaleza a mil.
Una maravilla, sin duda.
¡Claro! Me recuerdo corriendo descalzo y bañando en
el río. Tuve suerte de no haber caído por los cerros.
Era una manera de vivir semi salvaje, muy en contacto con el entorno. Mis tíos me enseñaban sobre
los nombres de árboles, de los habitantes del lugar,
los animales, Hasta aprendí a pescar con la mano.
Cazaba, también, con lo que se llama “Huaches” que
son unas estacas pequeñitas con alambres con los
que se hacen lazos. Eso se instalaba en las huellas
que dejaban los conejos en el campo. Esas actividades me ayudaron a cultivar un espíritu, creo yo que
muy especial, que me acompaña hasta el día de hoy.
Eso en cuanto a tus abuelos paternos. ¿Y la
familia de tu madre? ¿Qué aportó a tu vida?
Por parte de la abuela de mi madre, aprendí de su
sentido espiritual y religioso. Hubo un pariente que
era hermano de mi abuela, Don Fidel, un sacerdote
de un pueblito en el norte, quien llegaba cada cierto
tiempo a visitarnos a la casa y, como todo sacerdote,
tenía que hacer la misa y la oficiaba para nosotros.
¿Una misa privada para ustedes?
Éramos mi abuela, mi tía, mi madre, mi hermana y
yo, el único hombre de la familia. Mi padre se había
retirado hacía un tiempo y había armado otra familia.
¿Y qué tal?
Siempre me gustó la ceremonia que él hacía: desde su
vestuario hasta cómo preparaba la mesa del comedor.
De una maleta pequeñita sacaba todos los implementos para hacer la misa: el cáliz, vino, los libros, qué
se yo. Siempre me fascinó y, desde chiquitito, quise
ser sacerdote. Pero, más que eso, me encantaban las
puestas en escena. Eran como mis primeros atisbos
para el actor que sería a futuro, creo yo.
¿Y ya tenías claridad sobre esa vocación o
apenas estaba latente?
La conciencia al respecto llegó más tarde. Te cuento
que cuando llegó la Televisión, mi madre compró un
televisor y para mí era como una ventana mágica. Me
obsesionaba con los dibujos animados y luego jugaba en
el patio de la casa con muñequitos, imitando las voces
de las caricaturas. Eso, de alguna manera, me ayudó a
crear una herramienta práctica para mi trabajo como
actor. Hacía mis propias películas, reproducía escenas
de lo que veía en pantalla; me sirvió muchísimo, como
una escuela básica para, después, ser actor.
¿Qué pasaba en el colegio? ¿Tenían alguna
actividad relacionada con la veta artística?
Por ese entonces, mi colegio, el Instituto Marista de
San Fernando, daba mucha importancia a las actividades extraescolares. Había talleres de deportes,
de música, periodismo, poesía y, luego, apareció el
taller de teatro. Hice gran amistad con el profesor
de artes plásticas, quien fue mi primer profesor de
actuación. Ahí recibí mis primeras clases, las primeras
nociones para ser actor.
También recuerdo que en el colegio había otras
actividades que tenían que ver con pararse en un
escenario a hablar desde un escenario o pódium. Para
mí eran muy atractivas. El vértigo, la emoción, inclusive el miedo de enfrentarse al público, me producían
mucha satisfacción y eso se fue dando en contraste
con mi personalidad, que era extremadamente tímida.
Esas actividades ayudan a procesar el miedo
al escenario, el pánico a pararse ante un grupo
numeroso.
Y, curiosamente, al enfrentarme a un público, ya
fuera recitando un poema o participando de un grupo
musical, o algo que tuviera que ver con pararse ante
una multitud, me atraía muchísimo. Era una manera
de traer algo que no era cien por ciento yo, ya fuera
interpretando un personaje o leyendo algo. Me daba
confianza para enfrentar al público y, por ende, me
fui acostumbrando a eso.
Debo haber tenido unos diez años. Me gustaba
mucho participar en grupos folclóricos en el colegio, y
un amigo, compañero de grupo, lo habían invitado a
participar en una obra teatral de un Centro Cultural
de mi ciudad natal. Resultó que, como él no podía,
me preguntó si me interesaba. Y me presenté con el
Director del grupo y le dije, así, con una personalidad
que desconozco, que tenía ganas de participar y que,
si me aceptaba, me incluyera. El personaje era justamente un niño que, en un atardecer, estaba con su
familia en el patio de la casa y miraba hacia los cerros
y le preguntaba al papá qué había más allá. Eso daba
pie para un viaje por Chile, un viaje folclórico donde
el protagonista, ese niño, iba de norte a sur. Ese fue
mi primer trabajo como actor frente a un público.
Hicimos gira por toda la región, nos presentamos
en varios escenarios y creo que eso me marcó definitivamente por lo chico que era.
¿Cómo calificas tu infancia?
Siento que tuve una infancia con mucho juego y, de
alguna manera, muy sana. Eso me ayudó a crear un
carácter. Por otro lado, como estudié en un colegio
solamente de hombres eso vino a contrastar con mi
crecimiento rodeado de puras mujeres, que eran mi
familia. Así se produjo cierto equilibrio, pero no sé
si tan positivo. Siempre he tenido, por un lado, la
deformación de ser el único hijo hombre de la familia, el niño de la familia, el protegido de la familia,
el hombre de la casa. Y, por otro lado, el machito del
colegio de hombres.
¿Sientes que eso significó un balance en tu
percepción de lo femenino y lo masculino?
De alguna manera, siempre tuve una visión más atenta
en lo que a lo femenino se refiere. Claro, a veces mi señora
y mi hija bromean diciendo que tengo características,
manierismos, muy suaves o delicados. Yo creo que convivir sólo con mujeres por mucho tiempo y, luego, por
otro lado, convivir con hombres, también por mucho tiempo, ayudó a mi formación. Y quizás no sólo a mi
formación como persona, sino también a mi formación
como profesional. Hablamos de tener una cierta dualidad:
esta visión muy femenina de las cosas, por un lado, y una
muy masculina, casi machista, por el otro.
¿Cómo llegó la música a tu vida?
En cuanto a la música, mi abuela paterna, como referí,
era muy ligada al folclore, a las tradiciones, y, siempre,
las fiestas familiares en su casa eran con música, en
discos principalmente. Se tocaban todos los géneros, pero, aparte de la música popular, lo que más
se bailaba era la música tropical. Lo que me marcó
fue conocer las Cuecas.
¿Cuecas? ¡Cuéntame!
Se trata de un género musical y dancístico que se
baila bajo distintas denominaciones tanto en Bolivia
como en Perú, Colombia, Argentina y, claro, Chile.
En noviembre del ’79 se declaró, oficialmente, como
“La Danza Nacional Chilena” y una década después,
el gobierno de Chile estableció el 17 de septiembre
como el “Día Nacional de la Cueca”.
¿Cómo se baila?
Es una danza de parejas mixtas. Se desarrolla a sueltas.
Cada bailarín lleva un pañuelo en la mano derecha,
moviéndolo en círculos, con vueltas y medias vueltas,
entrecortando con floreos. En el desarrollo se plantea
el cortejo del hombre a la mujer, pero no se trata,
necesariamente, de un discurso romántico o amoroso.
¿Y qué Cuecas escuchabas en especial?
El disco que más se ponía en aquellas fiestas se llamaba
“Cuecas con Estilo”. De hecho, se puede escuchar
en redes. Ese trabajo es muy especial porque, si lo
escuchas, te vas a dar cuenta de que quienes cantan
no son profesionales. Se trata de gente que trabaja en
el comercio, en el puerto de Valparaíso, en el mercado
de Santiago, en lugares, digamos, donde la música
era solamente una entretención en el tiempo libre.
Ese estilo quedó grabado como una producción
experimental. Es de los años ’60, creo. Tiene mucha
picardía en la manera de cantar y en el ambiente.
Me reía mucho con los comentarios que se hacen. Es
algo muy especial, muy relacionado a un personaje
especial de la tradición e historia de Chile, que es El
Roto Chileno, algo muy parecido a “Cantinflas”. Es
un pícaro vagabundo, alguien que se busca la vida y
tiene mucho ingenio.
Eso quedó ahí, guardado en mi alma, y, años
después, surgió, ya siendo profesional, y se cerró el
círculo. Luego, pues ya retomé lo que tenía en barbecho, algo que estaba en espera, que es este viaje
que estoy haciendo, más que por la música, por algo
muy puntual que es La Cueca, gracias a la que me he
podido explayar en otros ritmos musicales.
¿Cómo y cuándo diste el paso al nivel
profesional en tu actividad artística?
Postulé a la Escuela de Teatro de la Universidad de
Chile, la única que estaba abierta en ese momento en
dictadura. Entonces todas las artes estaban limitadas,
cerradas. Creo que había una escuela particular,
pero de muy difícil acceso. La Universidad de Chile
era como los más asequible para mí. Podía aspirar
a un crédito fiscal y eso me iba a ayudar, porque la
situación económica de mi familia era precaria. La
única posibilidad de entrar era acceder a un crédito
que después tuve que pagar, obviamente.
¿Y cómo te fue? ¿Ya habías perdido la timidez?
No. Para nada. Mi timidez jugó muy en contra, porque, de San Fernando, que era un pueblo pequeñito,
viajar a Santiago, que era prácticamente como otro
país, no lo supe hacer solo.
¿Quién te acompañó?
Mi madre me tuvo que acompañar, y yo, con mucha
vergüenza. Imagínate: un muchacho de 18 años, que
la madre lo acompañara a la Universidad. Le pedí
que, ya cercano al recinto de la escuela de teatro,
me permitiera llegar solo.
Y, bueno, en la escuela de teatro había exámenes de admisión, que duraban una semana, así que
tenía que estar viajando a Santiago para presentar
las audiciones de voz, de movimiento y de actuación.
Al final, se publicaba una lista con los resultados.
De los 24 seleccionados fui el número 24. No podía
más con mi alegría, no lo podía creer. Me sentía lo
más de afortunado. Y así comenzó mi viaje por este
mundo de la actuación.
¿Cómo fue el proceso de integración?
Por mi carácter me fue muy difícil integrarme al
mundo Santiaguino, al entorno de mi curso, entablar
amistad con mis compañeros.
Mi infancia introvertida no me ayudó mucho a
lograr relacionarme en una actividad, en una carrera,
en las que es muy importante trabajar en equipo. Fue
un año muy difícil para mí. Tuve dudas de si la actuación realmente era lo mío y creo que fue producto,
no sé, de estos ángeles que a uno lo acompañan y lo
impulsan. Me dieron el empujón que uno necesita.
A mediados de año se me dio la posibilidad de
dar un vuelco a esta actitud muy introvertida que
tenía y logré volar nuevamente, salir a flote y romper
con esta especie de ostracismo que me estaba como
anulando y de ahí no paré más, me relajé, comencé a
sentirme parte de ese mundo y comencé a formarme
seriamente como actor.
Saltaste la barrera.
Aunque quedaba otra, igual o mayor: la cultural. El
nivel cultural de mi vida en San Fernando era muy
básico. Si bien sabía muchas cosas, gracias a la televisión, intelectualmente no era muy preparado.
¿Fuiste buen alumno? Es decir, hablando de lo académico.
No fui un buen alumno en el colegio. No era bueno
para la lectura, no era bueno para hablar en público,
y eso era algo que se exigía mucho en la escuela de
teatro. Tuve que empezar de a poco, y, así, aprender a
hacerlo. Creo que esa fue mi principal complicación:
la timidez, obviamente, mi preparación intelectual,
también… pero sabía jugar muy bien. Jugaba mucho y
eso, en la actuación, tiene mucho valor y es muy útil.
¿Qué otros retos te han tocado enfrentar?
Como actor o como artista, lo primero que se me
viene a la mente en lo audiovisual, fue el proyecto
que me presentó Miguel Littín, que fue “Allende en
su Laberinto”, donde se me planteó interpretar a
Salvador Allende el día del golpe militar.
Era un guion escrito por el propio Littín, que contaba la historia de amor entre un Policía de la Guardia personal de Allende y una Policía de Palacio, una
“carabinera”. Y Allende transitaba por esa historia,
entraba y salía como personaje.
Interpretar a Allende. Vaya que fue una gran
responsabilidad.
Fue un proceso largo, muy largo, primero de instruirme en la vida de Allende, zambullirme en la
historia, y tratar de encontrar el Allende coloquial,
el Allende íntimo, porque de él sólo existían videos,
imágenes, películas documentales del político, el estadista, el hombre de los discursos. Había muy poca
referencia, salvo la narrada por miles de personas
que lo conocieron, de cómo era en la vida privada.
¿Lo conocieron?
Miguel Littín lo conoció. Era su Director de Imagen
en el Gobierno de la Unidad Popular, en lo que trabajo
ante cámara se refería.
Fueron dos años de conversaciones, de reuniones
periódicas, lo que hizo que el texto, el guion, fuera
mutando, y la historia de amor se fue de lado y quedó
como una especie de viaje de Allende, por eso el título
de “Allende en su Laberinto”.
¿Un viaje?
Fue un viaje un poco como en “La Divina Comedia”,
cuando va cayendo y van desapareciendo los amigos,
Allende reflexión sobre su accionar. Es un proceso que
yo valoro mucho justamente en eso, en el proceso. El
resultado de la película creo que no es satisfactorio.
Pienso que faltó mucho más tiempo para mejorar
el guion y, obviamente, para filmar la película con
mayor cuidado.
Todo un desafío actoral.
Exactamente. Como desafío actoral fue de lo más
importante que me ha tocado en lo que a cine se
refiere. Si bien la mayoría de mis trabajos trato de
hacerlos con excelencia, como desafíos que yo mismo
me coloco, esto ya no era inventar, sino de representar
de la mejor manera un personaje tan importante como
Allende. Y la gran lección, la gran enseñanza creo que,
tanto para mí como para Miguel, fue que, claro, nos
dimos cuenta de que este personaje mítico estaba
dividido, fragmentado, en miles de Allendes. Cada
persona tenía su propia imagen de Allende. Entonces,
el gran alivio fue resumir en esta película nuestra
visión. No complicarnos por tratar de quedar bien con
Dios y con el Diablo, sino con nosotros mismos. De
ahí surge este trabajo, este taller de creación colectiva,
que para mí es lo más valioso, es lo más exigente que
he tenido en mucho tiempo.
¿Y en televisión?
En televisión, lo mismo puedo decir de una serie que
se llamó “Los Ochenta”, que en principio tenía sólo
una temporada y terminamos haciendo siete. Estaba
inspirada en una serie española titulada “Cuéntame
Cómo Pasó”, que contaba la historia de una familia
en los años ochenta en plena dictadura militar; una
familia común y corriente que se va viendo atrapada
por los acontecimientos de la época. Fue un gran
reto mantener mi personaje a lo largo del tiempo,
era Juan Herrera, el padre de familia.
Hablemos de teatro…
En Teatro siempre ha sido, en cuanto a trabajo de
actuación, lo más complicado, por el desafío que representa estar en vivo y en directo con el personaje, con
un público, todo el proceso y el esfuerzo que implica,
el trabajo de memoria que requiere; concentración y
atención para poder transmitir cada función la misma
obra de manera diferente.
¿Cuál fue tu más reciente trabajo en teatro?
Mi último trabajo teatral fue un musical, “El Violinista en el Tejado” y, por mi edad, por lo que significó
volver a hacer teatro después de años, fue un desafío
notorio. El físico no me acompañaba, el elenco era, en
su gran mayoría, jóvenes, incluso jóvenes haciendo
los personajes mayores.
Creo que Sara Pantoja, que era mi compañera,
interpretaba a “Golde”, y yo, éramos los únicos actores mayores. Fue un bálsamo de energía tratar de
seguirles el trote a todos los chiquillos y la decisión fue que este elenco no sólo cantara y actuara,
sino que, también, participara en las coreografías,
así que me vi un poco impulsado y rejuvenecido
con este proceso, pero funciones de miércoles a
domingo me pasaron la cuenta y debo reconocer
que estuve al filo.
¿Qué pasó?
Mis cuerdas vocales se resintieron mucho. Físicamente fue una exigencia como nunca había tenido. Y,
siendo que en teatro había estado en obras bastante
exigentes en lo corporal, pero, claro, entonces tenía
otra edad.
Son lecciones que van quedando y siempre para
bien… ¿No?
Cada vez me siento más responsable, principalmente, en la selección de los proyectos en los cuales
me embarco. Principalmente porque, con el tiempo,
especialmente al ser padre de familia, uno siente que
tiene una responsabilidad, la posibilidad de dejar un
legado en las historias que uno cuenta, en los personajes que uno hace.
Tu trabajo conlleva una gran responsabilidad
social. Ustedes, a través de la actuación, pueden
impactar las vidas de los espectadores…
En la calle se acerca la gente y agradece por lo que ve,
por las risas, por la emoción, por sentimientos, pero,
también, por el contenido que uno entrega ya sea desde
personajes heroicos o desde los antagónicos. Es un
equilibrio muy importante. Y, claro, por el objetivo,
la necesidad de contar historias que realmente dejen,
que tengan un sentido. Ahí radica mi compromiso de
entregar buenos personajes y de seleccionar, claro,
historias que merezcan ser contadas.
¿Qué tipo de personajes prefieres interpretar?
Personajes que estremezcan, sobre todo a este país
(Chile) tan necesitado de reflexión, con todo este
proceso político. Uno como actor tiene un prestigio
que debe poner al servicio de las causas justas. Se va
construyendo credibilidad por la seriedad y la responsabilidad con la que uno enfrenta su trabajo y esa
credibilidad, también, tiene un valor agregado que
conlleva poder también para influir en decisiones de
un país, en decisiones de las personas.
Finalmente, muchas personas te están viendo y
escuchando…
Independiente de que se logren o no los objetivos, uno
siente que mucha gente lo está escuchando, lo está
viendo y le hace caso en las cosas que uno propone.
Por eso es muy importante que uno esté instruido,
seguro y que tome con seriedad las opiniones que da.
Somos personas públicas y, frente a eso, yo no me he
querido marginar y he querido participar también
del quehacer social, no necesariamente político.
¿Te interesa la política?
La política no me produce un atractivo, o sea, la política partidista. Yo creo que sí he hecho política con
mi profesión. Al trabajar en un proyecto cinematográfico, televisivo o teatral, uno está haciendo, de
algún modo, política. Política partidista ya es otra
cosa. Y en la medida en que uno se hace mayor, se
da cuenta de que, sobre todo la gente joven, tiene
mucha recepción.
Como artista me siento con mucha responsabilidad
social para resaltar los valores que humanamente se
están destacando hoy día. Valores como la igualdad de
género, el cuidado de la mujer, de la naturaleza, de la
vida austera, de formas no consumistas, en potenciar
el arte que, sobre todo en la pandemia, ha salvado
la vida a tanta gente. Uno es parte de la salvación de
otras personas, haciendo lo que hace. Son muchos los
aspectos que me he dado cuenta de que recaen sobre
mi labor y la responsabilidad frente a eso es enorme.
¿Qué ventana de expresión prefieres? ¿Teatro,
cine o televisión?
Como que es una necesidad que va fluyendo con
el tiempo. Empecé por el teatro, una dedicación casi
religiosa. Con el tiempo apareció la TV. Luego el cine.
Tuve que aprender poco a poco sobre cómo actuar
ante una cámara. Eso lo aprendí durante la práctica.
Obviamente, como un niño con juguete nuevo, es más
atractivo al momento de la novedad. Y con el tiempo,
apareció la música también.
¿Cómo organizas tus tiempos entre tantos
proyectos artísticos y la familia?
Tuve varios tropiezos en mis relaciones de pareja.
Luego, también llegaron los hijos. Como padre inexperto, el exceso de trabajo me jugó en contra.
Era muy agotador pensar que el fin de semana,
que es cuando la generalidad dedica tiempo para
la familia, yo tenía que prepararme para ir a dar
función de teatro o un concierto. Salir temprano y
llegar tarde. En ese entonces, la música venía recién
llegando y me entregaba todo lo que mi necesidad
de artista requería: un público, un escenario, contar
una historia.
Poco a poco fui organizando mis prioridades.
Dejé de hacer teatro por mucho tiempo y gané un
gran espacio para mí y para mi familia. Ahora, con
un mutuo acuerdo con mi pareja, que es clave, que
entiende que hay una necesidad también personal,
estoy con la idea de este año volver a hacer teatro.
¿Ya tienes proyectos?
Sí. Dos. Uno es con el Teatro Ictus, de acá en Santiago,
que es una compañía de las más antiguas que existen
en Chile, compañía de teatro contestatario, de teatro
político, que fue muy importante en el combate a la
dictadura. Ahora que se conmemoran 50 años del
golpe cívico militar en Chile, me invitaron a participar en la obra “Primavera con una Esquina Rota”.
Para el segundo semestre del año, la Universidad
Católica me invitó a participar en un proyecto que
ganó el Fondo a las Artes que otorga el Estado. Se
trata de una obra de la autora Isidora Aguirre: “Los
Papeleros”.
El teatro me va a tener absorto este año, independiente de si existe un proyecto para TV o cine.
Es cíclico. No puedo negar que extrañaba mucho el
escenario teatral y pues se dio la posibilidad. Se conjugaron las voluntades.
Comentaste de un mutuo acuerdo con tu
pareja. Eso habla de comunicación abierta y
estabilidad.
Así es. Las tenemos. Los dos estamos dedicados al
arte, a lo audiovisual, a la actuación. La pandemia
fue una etapa de reflexión muy profunda. Nos ayudó
mucho a reafianzar nuestros vínculos como pareja,
a darnos cuenta de lo importante que son el espíritu
y el alma, por sobre lo material.
La escasez de recursos, el aislamiento que produjo
la pandemia, nos hicieron caer en cuenta de que si
espiritualmente, emocionalmente, no estábamos firmes, sería muy fácil derrumbarse. Nos dimos cuenta,
también, de la importancia del arte, de la música, del
audiovisual, para acompañar el encierro de muchas
personas.
Esa situación les ayudó a redimensionar todo…
Fue una situación complicada en lo laboral porque, obviamente, no se podía hacer muchas cosas
con público. En el caso del teatro, la música, en lo
audiovisual, los protocolos no estaban definidos, por
lo que era un riesgo.
Nosotros, como familia, como pareja, nos fuimos
enterando de que había otras necesidades y lo que
surgió fue una variedad de proyectos sociales: poder
ayudar, ir a los campamentos, que son proyectos
comunitarios en donde un grupo de personas se
apodera de un terreno, gente necesitada de hogar,
de casa, de tener una vivienda, y lo colonizan y se
quedan ahí hasta que consiguen que el gobierno les
regularice su situación. Existe esa posibilidad legal,
pero es un proceso muy sacrificado, muy engorroso,
que a veces no funciona bien y puede resultar eterno.
Son territorios que están muy abandonados socialmente y requieren mucho apoyo.
Existen las ollas comunes, en México las conocen
como “Comedores Populares”, que son organismos
que organizan los mismos vecinos, con lo que tienen,
y alimentan a toda la comunidad. Para eso necesitan
recursos. Alimentos, principalmente. Bernardita y yo
nos dedicamos mucho a eso, a gestionar con nuestros
contactos para ir en ayuda de esta gente y acompañarlos con la música, también. Eso nos llenó el espíritu;
nos salvó en esa crisis laboral-sanitaria, y nos entregó
una lección de vida, que es lo que al momento nos
define e inspira como personas y artistas.
¿Existe la inspiración?
La inspiración existe. Es un fenómeno de los seres
humanos y tiene que ver con la capacidad, justamente,
que tienen las personas de estar alerta, atentos a su
entorno, en base a una necesidad o un objetivo que no
encuentra respuesta. Si uno está atento, la naturaleza
misma, la vida, te ayuda a resolverlo.
Entonces es algo que se da, pero que no todo
mundo percibe ni aprovecha.
Creo que para eso sí es necesario estar muy abierto.
No es sencillo. Si bien es una condición natural, uno
también, como ser humano tiende a atrofiarse, a
ensuciarse, a ir en contra de su propia naturaleza.
Y a veces la inspiración se esconde, desaparece, se
borronea…
¿Falta de sincronía?
Creo que es importante estar en sintonía con la naturaleza, estar equilibrado, atento, descansado, feliz.
Aunque, claro, algunos dicen que la inspiración viene
de lugares oscuros. Puede ser real en el sentido de
qué es lo que uno está buscando.
Es decir, puede encaminarse para el bien o para
el mal…
La inspiración no necesariamente tiene que ver con
causas nobles. Tiene que ver con lo que uno está buscando en el momento preciso de su vida, ya sea en el
trabajo como artista o en otras actividades cotidianas.
Pues que la inspiración te siga por siempre y
para bien en todos los terrenos de tu vida, mi
querido Daniel. ¡Muchas gracias!
Gracias a ti, Edui. ¡Saludos a todos los lectores de
“Arte, Cultura y Sociedad”!