La Babilonia de J. L. Borges
Una vida, miles de librosUna vida, miles de libros
(...)“Se habla de la tarea literaria, yo
no hablaría de tarea, yo diría que la
literatura es uno de los placeres del
hombre. No deberían premiarnos por
ser escritores, nosotros deberíamos
premiar a quienes tienen la paciencia de leernos y de
descubrirnos mucho mejor de lo que somos.
Y ahora dejemos otra vez mi caso personal, y
hablemos de esa obra extraordinaria realizada por
el Fondo de las Artes. Estoy pensando en mis colegas,
estoy pensando en los músicos, en los prosistas, en los
poetas, en tantos otros, y sé que todos ellos ejecutarán
lo que yo no pude ejecutar del todo, lo que yo hubiera
querido realizar; todos ellos vendrán a justificar esta
obra que ustedes con tanta indulgencia premian hoy.
Tengo la convicción de no haber dado con la palabra
justa, pero esa misma torpeza mía, este mismo balbuceo, esas lentitudes son un testimonio del estupor,
de la incredulidad y del casi interminable e inolvidable
agradecimiento que siento en estos momentos. Y otra
vez, a todos ustedes, muchísimas gracias.”
Grabación del discurso de Jorge Luis Borges el 9 de
diciembre de 1964, fragmento. Archivo General de la
Nación Argentina. Fotografía: Sara Facio.
Cuando compré Borges Babilônico —sí, así mismo,
con ô— en portugués (vivo en Brasil hace 44 años) me
metí de cabeza en esa enciclopedia del conocimiento, la
erudición y la magia, y no la largué durante semanas.
Sí, es algo así como caminar por los laberintos, los
espejos y los túneles de la historia, la literatura, y en
algunas curvas cerradas, un poco de Harry Potter.
Ya sé que la última frase va a parecer un sacrilegio
a algunos seguidores más sectarios, pero yo soy de
aquellos fieles borgianos no sectarios, que puedo
admirarlo hasta la última página y al mismo tiempo
perdonarle sus despistes con la política, por ejemplo.
Terminé de leer las 560 páginas de la versión
tropical de tapas rojas, coordinada y editada por
el también argentino, residente en São Paulo, Jorge
Schwartz. Se trata de un proyecto colosal, que tardó
casi dos décadas para ser realizado. Coordenado por Schwartz y Maria Carolina
de Araújo, decenas de especialistas brasileños y extranjeros produjeron más de mil
entradas, componiendo una
especie de gran enciclopedia
que ayuda a descifrar nombres, referencias, temas y citas
que aparecen en los textos de
Jorge Luis Borges.
No satisfecho con el gran
éxito de la edición brasileña,
Schwartz, como buen argentino, voló a Buenos Aires y
tradujo con su equipo la edición de Companhia das Letras
al español, hasta resultar un
grueso Borges babilónico (ahora
con el acento agudo del español) que le propone al lector un
recorrido, desde la A hasta la
Z —de “1910, el año del cometa
y del Centenario”, pasando
por los versos A fair field full
of folk, los nombres Dabove,
Santiago, o Keaton, Buster, los
términos memoria y censura,
sitios como el Jardín Botánico
porteño, hasta la Z—, y por más
y nuevas entradas engordadas,
sobre referencias y citas de la
obra de Borges.
Tampoco me satisfice yo con la versión original,
brasileña, y quise tener en mis manos la edición de la
sucursal argentina de la prestigiosa editorial mexicana. Pues, como dice el prólogo del FCE —Fondo de
Cultura Económica argentino— que editó la obra en
Buenos Aires, los nuevos textos de Ricardo Piglia,
Beatriz Sarlo, Davi Arrigucci Jr. y muchos otros, llevan
al lector a inventar renovados caminos y sentidos
diferentes para la obra de uno de los escritores-clave
del siglo XX.
Confieso que empecé por las nuevas entradas (ya
dije antes que eran más de mil en la versión brasileña
de 2017) que en la edición argentina alcanzó las 1.220,
puesto que también se corrigen algunas omisiones de
la publicación original. También se incluyen reseñas
de obras críticas y algunas nuevas entradas donde se
trata, por ejemplo, del tema de la homofobia y sobre
el seudónimo compartido en la escritura conjunta
con Adolfo Bioy Casares, —H. Bustos Domecq—. En
la edición brasileña, tampoco estaba la entrada Zunz,
Emma, que fuera escrita en 2019 por el fallecido ensayista Horacio González.
El recorrido de Borges Babilónico me llevó décadas
atrás, como en la máquina del tiempo de H. G. Wells,
hacia la Historia Universal de la Infamia, primer libro
de ficción en el que Borges trabaja con biografías de
ladrones y rufianes; personajes traidores y a veces
también heroicos. Colección inolvidable de cuentos
que juegan a falsear y tergiversar historias ajenas.
Seguí paseando por las 580 páginas de la enciclopedia borgeana hasta encontrarme de cara con el
Hombre de la esquina rosada, uno de los relatos más
celebrados del maestro, que ya fue adaptado a obras
de teatro, cine y musicales; Jorge L. Borge parece
querer vengarse de sus críticos que lo acusan de ser
afrancesado o europeísta, y usa palabras arrabaleras,
ordinarias, toscas y rústicas; las que, como lo decía
el mismo autor, constituyen el lenguaje orillero de la
vieja capital porteña, no aquella de su primer libro
(Fervor de Buenos Aires, de 1923), inexistente ya hace
más de cien años, sino la de las orillas, de la frontera
mezclada de inmigrantes, migrantes del interior, gauchos sin caballo e indígenas sometidos a la dureza
de la vida del peón urbano.
Hasta que el laberinto y los senderos borgianos
que se bifurcan en su Borges Babilónico me llevo a
Etcétera, un testimonio de sus lecturas incontables,
tejido con diversos relatos que juegan a falsear y
modificar diversas historias ajenas, infundidos con
el puro placer de contar cuentos. Y siguiendo entre
tigres y espadas, túneles y nuevos laberintos, llego
nada menos que a Historia universal de la infamia que,
como todos saben, anunció la llegada de una voz literaria totalmente nueva y original. En su prólogo a la
primera edición, Borges dice:
“En cuanto a los ejemplos de magia que cierran el
volumen, no tengo otro derecho sobre ellos que los de
traductor y lector. A veces creo que los buenos lectores
son cisnes aún más tenebrosos y singulares que los buenos autores. Nadie me negará que las piezas atribuidas
por Valéry a su pluscuamperfecto Edmond Teste valen
notoriamente menos que las de su esposa y amigos. Leer,
por lo pronto, es una actividad posterior a la de escribir:
más resignada, más civil, más intelectual.” J.L.B.
Llego a la referencia al prólogo
de la segunda edición de Historia universal de la infamia y me
encuentro con un J.L.B. que me
dice que:
“Los doctores del Gran Vehículo
enseñan que lo esencial del universo
es la vacuidad. Tienen plena razón
en lo referente a esa mínima parte
del universo que es este libro. Patíbulos y piratas lo pueblan y la palabra
infamia aturde en el título, pero bajo
los tumultos no hay nada. No es otra
cosa que apariencia, que una superficie de imágenes; por eso mismo
puede acaso agradar. El hombre
que lo ejecutó era asaz desdichado,
pero se entretuvo escribiéndolo; ojalá
algún reflejo de aquel placer alcance
a los lectores” J.L.B.
Me doy cuenta, ya en la página
509 de la gran enciclopedia borgiana, que para el maestro, el
mundo es una biblioteca compuesta de un número indefinido
e infinito de libros, organizados
en galerías hexagonales. Y el universo todo no es más que libros que
remiten a otros libros, una letra
sobre la próxima letra, discursos
que se tejen y se destejen como
en los telares de Penélope, constituyendo la materia
del propio ser. Como un feliz prisionero entre las
estantes, el lector se pierde dentro de ese laberinto,
preguntándose a cada curva del hexágono si en verdad
hay un mundo más allá de esas paredes forradas de
libros —y yo me acuerdo otra vez de Harry Potter,
perdón sectarios! — o si es apenas una extensión
dudosa de la que solo hay cifras, números de libros
catalogados en cada estante. Hasta que una curva
cerrada me choco con La biblioteca de Babel. Y es
entonces en que el nombre del libro enciclopédico
de Schwartz cobra todo su sentido.
“Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos
los libros, la primera impresión fue de extravagante
felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un
tesoro intacto y secreto. No había problema personal o
mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún
hexágono. El universo estaba justificado, el universo
bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la
esperanza”. J.L.B.
Cerré el voluminoso libro —mejor dicho, los dos,
el brasileño y el argentino—, me saqué los anteojos,
y me dormí. Dormí y soñé con tigres, con bibliotecas
babilónicas y laberintos llenos de letras y enigmas.
Javier Villanueva.
blog.javier.villanueva@gmail.com
www.albertointendente2011.worldpress.com
Argentino, establecido en Brasil,
profesor de idiomas, editor, traductor, escritor
y librero. Investigador y conferencista de temas
hispanoamericanos y de la historia y las culturas
de los pueblos nativos. Autor de más de una centena
de libros didácticos publicados en Brasil, y de dos
colecciones de cuentos en Argentina.