¿Quién era Roberto Bolaño?
Repitiendo, palabras más o palabras a
menos lo que decíamos un mes atrás, al
leer a algunos atores latinoamericanos
modernos, por ejemplo, a nuestro entrañable Samuel Rodríguez Medina podríamos pensar que las bellas artes, y la literatura entre
ellas, nos servirían como puerto seguro y cob€€ijo.
Aunque hoy ya sabemos que el desencanto también
llegó a la literatura, y una prueba de ello es que dos
de los escritores más importantes en sus países, -sigo
repitiéndome- el argentino Ricardo Piglia (1941-2017)
y el mexicano David Toscana (1961), publicaron sendos
libros homónimos -El último lector- casi simultáneamente en 2005. Es que también sabemos ahora
que hay una variedad infinita de lectores: “el visionario, el enfermo, el compulsivo, el melancólico, el
traductor, el crítico, el escritor, el filósofo y ¿por qué
no? el propio autor”, dice Piglia.
La literatura parece haber perdido la importancia
social que tuvo en los años del “boom”, lo que no tiene
por qué ser una mala noticia, puesto que las letras
contemporáneas ya muestran su agotamiento y falta
de ambición.
Y en medio de este panorama casi sombrío, ¿quién
fue el chileno Roberto Bolaño?
Para empezar, digamos que no fue una mera casualidad que al regresar a Chile, Roberto Bolaño fuera a
buscar a Nicanor Parra, como si ese nombre fuera el
verdadero sinónimo de Chile. Una versión de Chile a
la que ahora se podría pertenecer. Un país que, después de todas las revoluciones y contrarrevoluciones,
comenzó a transformarse en un lugar donde podemos
descubrirnos en la contradicción que Parra llevó años
intentando no resolver, sino aceptar.
Parra, que odiaba las conclusiones, quizás solo
aceptaría aceptar que la contradicción no es una
debilidad, sino una fortaleza.
“Hablar solos es una costumbre en nuestros países”,
escribió un entonces joven Roberto Bolaño, impresionado por Nicanor Parra, del cual hablaremos en
otra ocasión, en El Espíritu de la Ciencia Ficción,
novela que se estrenaría doce años después de su
muerte y que, escrita a principios de los ‘80, sorprende
por contener tantos puntos de contacto con toda su
obra publicada en vida, especialmente en relación a
la novela Los Detectives Salvajes, libro que, junto a
2666, también póstumo, lo consagró como “una idea
de belleza más allá, que siempre supera lo que es
obvio”, según dice su compatriota Alejandro Zambra.
El espíritu de la ciencia ficción, si bien hace referencia a un elemento de la obra de Bolaño que data de la
misma época - la “universidad desconocida”-, no utiliza
la polifonía tan de propósito como en la última parte de
Monsieur Pain (dedicado a su mujer, Carolina López, es
una novela corta, dividida en secciones sin título en las
que, diferente de otras del autor, abundan los diálogos),
nos recuerda a Detectives salvajes por su universo: los
jóvenes latinoamericanos en la bohemia mexicana, la
precariedad y la batalla diaria por unos pocos pesos
cuando se es presuntuoso y brillante, el amor por la
ciencia ficción y todo un universo de departamentos
apagados por el humo de los cigarrillos, el olor a mezcal,
tequila o vodka, además de las voces de muchachos y
chicas que charlan, se aman y desaparecen.
Publicado en 1998, cuando Bolaño tenía 45 años,
el libro fue definido por su autor como “una carta de
amor a mi generación”, lo que lleva a pensar que, si el
chileno fue un meteorito hispanoamericano posmoderno, ¿de quién habla cuando dice “mi generación”?
El infrarrealismo, fundado tras el encuentro de
Bolaño con el poeta mexicano Mario Santiago Papasquiaro en el café de La Habana en 1975, llegaría a ser
conocido mundialmente como la onda de los “real
visceralistas, o vice realistas, e incluso virrealistas,
como les gustaba llamarse a sí mismos” – y aquí el
que habla es Juan Esteban Harrington, o mejor dicho,
Juan García Madero, narrador de la primera y última
parte de Detectives salvajes y corresponsal de la ficción del poeta y cineasta chileno.
En el espejo creado por Bolaño a lo largo de más
de 600 páginas, García Madero es Harrington,
Papasquiaro se convierte en Ulisses Lima, Carla
Rippey se vuelve Catalina O’Hara, Lisa Johnson es Laura Jáuregui y el propio autor se refleja: Roberto
Bolaño es Arturo Belano, un personaje y narrador
que aparece en otras de sus obras, como la novela
Estrella Distante, los cuentos de Putas Asesinas y
su obra magna, 2666.

Es durante este período en que Octavio Paz, entre
otras razones por ser el editor de la revista Plural,
publicación sostenida por incentivos del controvertido gobierno de Luis Echeverría Álvarez, se convirtió
en el blanco favorito de los infrarrealistas. En Los
detectives salvajes, después de acosar a un profesor
de poesía con preguntas sobre las formas poéticas,
García Madero dice: “El único poeta mexicano que se
sabe estas cosas de memoria es Octavio Paz (nuestro
gran enemigo)”, lo que deja claro que si algo en Bolaño
es seguro, es que “no hay amor que destruya lo que
construye el odio”.
Unidos por su afrenta contra Octavio Paz y otros
poetas “oficiales” –en Chile, Alejandro Jodorowsky y
Nicanor Parra hicieron algo parecido a Pablo Neruda–,
por su aprecio por la borrachera, las drogas y una
primavera sexual tardía, y a través de las lecturas de
los beatniks, los surrealistas y dadaístas franceses y
los “horazeristas” peruanos, entre otros revolucionarios, los infrarrealistas emergieron como un grupo
heterogéneo y tímido que, en sus “sabotajes”, tenía
como característica principal este cruce de diferentes
líneas de pensamiento importadas; característico, y
muy latinoamericano.
En muchos de sus libros, escondido detrás de la
máscara del tal Belano, Roberto Bolaño nos cuenta
su historia, o lo que quiere hacernos creer que es la
historia de su vida. En las obras que publicó en un muy
corto tiempo (La Pista de Hielo, su primer libro, es de
1993, y su muerte fue en 2003), pintó un autorretrato
de tipo dudoso, manteniéndose fiel en este gesto a
un argumento que impregna toda su obra, tal vez
como diciéndonos que el olvido y la desinformación
son violencias estratégicas que operan al servicio de
la sumisión política.
En un cuento, Bolaño nos relata que sobrevivió a la
prisión bajo el régimen criminal de Pinochet porque
había estudiado junto con los guardias en la escuela
primaria; en una entrevista posterior, sin embargo,
dice que nunca fue detenido, pero que tomó un avión y
no regresó luego de sospechar de una extraña misión
que le habría asignado el P. C. de Chile. En ese laberinto
de verdades y mitos, coloca en el centro de la discusión
la idea de una historiografía latinoamericana, y siendo
Los detectives salvajes –la obra que corresponde a su
participación en el infrarrealismo–, el libro no podía
dejar de ser, además, cariñoso y sardónico.
En todo momento, a lo largo de la segunda parte de
la novela, que es su centro neurálgico (Los detectives
salvajes), los personajes, al recordar el realismo visceral, oscilan entre la nostalgia y el desprecio. Porque
Bolaño afirma que, con toda su seriedad, ninguna obra
infrarrealista podría alcanzar la misma proyección
que la novela. Y remarca que, sin él, el infrarrealismo
quedaría aún más relegado a la investigación obsesiva de algunos pocos historiadores, académicos y
coleccionistas de revistas raras. Bolaño sabe que ese
es el destino natural de un grupo de jóvenes latinoamericanos que, además del desprecio a Octavio Paz,
albergan odio de clases porque muchos de ellos no
son blancos, son proletarios y pobres.
Y fue sabiendo esto que Bolaño –no olvidemos aquí
su aura de intelectual blanco, delgado y miope residente en Europa– erigió el monumento que idealizó.
Un espejo extremadamente apasionado. Un espejo
extremadamente crítico.
El Primer Manifiesto del Movimiento Infrarrealista, firmado por el chileno tiene una cita inesperada de Drummond y algunos momentos luminosos:
“La ternura como un ejercicio de velocidad”, “Hasta
las cabezas de los aristócratas nos pueden servir de
armas”, “Nuestra ética es la Revolución, nuestra estética la Vida: una-sola-cosa”, cuando propone hablar
de “Nuestros padres más cercanos”, enumera: “los
francotiradores, los llaneros solitarios en los cafés
de chino de Latinoamérica, los destazados en supermarkets, en sus tremendas disyuntivas individuocolectividad […]”.
Ese es Roberto Bolaño. Hay que atreverse a leerlo.
Y en la próxima, Nicanor Parra, el culpable de...
blog.javier.villanueva@gmail.com
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Argentino, establecido en Brasil,
profesor de idiomas, editor, traductor, escritor
y librero. Investigador y conferencista de temas
hispanoamericanos y de la historia y las culturas
de los pueblos nativos. Autor de más de una centena
de libros didácticos publicados en Brasil, y de dos
colecciones de cuentos en Argentina.