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Sin audiencia no hay medios

Show de supervisión

El fisgón que todos llevamos dentro

Entre los estudiosos de la comunicación y, en particular, de la comunicación masiva y sus efectos sobre la conducta, se habla de una amplia variedad de teorías que buscan explicar nuestra relación con los contenidos de medios y la manera en la que reaccionamos a ellos.  

Una de las teorías es la de “Aprendizaje por Observación” que, en pocas palabras, señala que el sujeto se conecta al mundo que le rodea mediante supervisar todo cuanto pasa y hacen los demás. Por eso, dichos estudiosos llaman la atención sobre la relevancia de cuidar los contenidos mediáticos, pues los “observadores” pueden reflejar la influencia, dependiendo su perfil, condición mental-emocional y formación académica. 

Eso de “dependiendo del perfil del observador, de su condición-mental y formación académica” resulta significativo. Un mismo contenido puede tener, igualmente, efecto positivo o negativo según se le perciba y asimile.

Todos somos fisgones por naturaleza. Tenemos, también, tendencias voyeristas. Si consideramos que el “voyerismo” o “voyeurismo” es una parafilia que consiste en atracción incontrolable por la observación de otro u otros en situaciones de carácter privado, incluyendo violentas y/o sexuales, podremos ir entendiendo el por qué los programas televisivos (o contenidos de redes) en los que se invade la privacidad y revisan las reacciones de terceros ante situaciones límite, se encumbraron desde que el formato “Show de Supervisión” (referido en esta sección, cuando traté la “Tele-Realidad”) se estableció como uno de los favoritos de las audiencias.

Durante los últimos meses han destacado en listas de niveles de audiencia las variantes del ya clásico “Big Brother”. Ustedes conocen la estructura y reglas de esta emisión: Un grupo de desconocidos (eventualmente se producen emisiones dedicadas a figuras públicas) encerrados en un espacio por varias semanas y enfrentando conflictos que los llevan a reacciones extremas, aderezadas con el estado anímico producido por el aislamiento y la convivencia con otros de ideas y personalidades contrastantes. 

Así, con esta combinación de ingredientes, se producen encuentros y desencuentros que captan y mantienen la atención del público que, seguramente, llega a preguntarse “¿qué hago viendo a esta gente peleándose todo el tiempo?” y, sin embargo, le resulta difícil despegarse de la pantalla.

Estos formatos explotan nuestra curiosidad natural. Esas características que nos tienen, como la vecina que está siempre al pendiente de lo que pasa en la casa de enfrente o de al lado: ¿Quién llega, quién sale, qué se hace? Ese atractivo irracional, ese morbo, da rating y si se busca rating, se detona el morbo con situaciones intensas, rudas, gráficas, escatológicas. 

Todos, cual más, cual menos, somos ese “Hermano Mayor” (“Big Brother”) del que habla George Orwell en su novela distópica de ciencia ficción titulada “1984” en la que se repasan, desde la perspectiva de los derechos humanos y la psicología profunda, nuestro estado vigilante, la libertad (o esclavitud) intelectual y el totalitarismo. Justamente de ahí viene el título del formato referido al principio y que ha marcado la pauta para infinidad de variantes.

Hoy, las que están dando de qué hablar, son “La Casa de los Famosos” y “El Hotel de los Famosos”, por referir algunos. ¿Las han visto? ¿Se han entretenido viendo hombres peleando, mujeres celando a un compañero, insultos de todos contra todos...? Es entretenimiento. Finalmente, como adultos, tenemos la formación y madurez para identificar eso como tal, mero pasatiempo y dispersión. Pero ¿y los niños? ¿Y los adolescentes? Estos programas transmiten 24 horas al día, además de sus ediciones especiales de nominaciones y expulsión. Los chicos, que son los más abiertos al “Aprendizaje por Observación” por tener sus mentes con espacios listos para ser llenados de información definitoria de su personalidad y socializadora, pueden aprender también de eso. 

Insisto en la idea de que los contenidos no son ni buenos ni malos por sí mismos. La bondad y maldad reviste en cómo los tomemos de base y referencia para regir nuestras ideas, opiniones y conductas. Ver lo que nos corresponde, según nuestra edad y/o formación, será la clave para dejar de culpar a los medios de todo lo que nos pasa. 


Edui Tijerina Chapa 
edui_tijerina@yahoo.com.mx 
Twitter: @EduiTijerina 
Instagram: @eduitijerinachapa 

Escritor, dramaturgo, guionista, asesor y analista de medios. Autor de numerosas piezas teatrales y de scripts para películas como “Cantinflas”, “Juan Diego” y “Jesús de Nazaret”