Corriente
alterna
Otros
enfoques para
la cultura en
nuestro país
Nuestras instituciones
se encuentran ante una
oportunidad invaluable
para intervenir en el
desarrollo social, una
necesidad evidente en
el país considerando
el deterioro que tiene
nuestro tejido social tras
años de crisis económicas
y de seguridad.
En la columna anterior compartí algunas pautas
con las cuales podríamos disfrutar al arte en
el escenario que supone la nueva normalidad.
Gracias a ello consideré que las instituciones
a cargo de la cultura en nuestro país deben
observar otros enfoques en su labor ante la
presencia de los siguientes factores que fueron
visibilizados por la pandemia.
Antes que todo, me parece obligado mencionar a una circunstancia excepcional: esa en
donde se cree que los problemas que enfrenta
actualmente el ámbito cultural son consecuencia directa del coronavirus.
Eso no es así pues, en todo caso, la pandemia sólo
vino a agudizarlos. Por ejemplo, la precariedad
laboral de los creadores ya era constante desde
antes del COVID-19, y también lo era la necesidad
de algunas instituciones por conocer mejor a sus
audiencias o por superar esa perspectiva sobre
la cultura como un evento de entretenimiento al
que se puede recurrir para fines administrativos
o políticos, sin mayor valor que el de la numeralia.
Tales situaciones han persistido por diversas
razones y por ello creo que, antes que seguir
embelesados por asuntos significativos
aunque pasajeros (como la reapertura de
los espacios), debemos reparar en estos
problemas para detectar sus causas y
resolverlos a la brevedad.
Pero no todo es adverso. Las plataformas
virtuales y los recursos digitales se han revelado
como un factor que no puede perderse de vista.
Estos recursos demostraron que el ámbito digital
no sólo contribuye a la formación de públicos
o a la difusión del trabajo artístico, sino que
también son una pauta para modernizar las políticas culturales y relacionar a la cultura con el
comercio electrónico; también pueden favorecer
la vinculación profesional de los creadores e
incluso sirven para construir plataformas que
consoliden a las industrias creativas. Por fortuna
hay casos de éxito a nivel internacional que
podemos adaptar a nuestra circunstancia y
presupuestos.
Su realización sólo requeriría de departamentos
técnicos a cargo de la implementación, así
como de un compromiso institucional para con
el perfil de los contenidos que ahí se ofrezcan.
Continuando con el ámbito digital, en él se ha
posicionado una práctica que debe explorarse:
el crowdfunding.
Esta forma de financiamiento en línea (donde
la gente aporta donaciones voluntarias para
el desarrollo de un proyecto) ha demostrado
el poder que tiene la participación de la
gente, lo cual revela la necesidad de revisar
nuestras leyes de mecenazgo cultural no
para regular a la iniciativa, sino para tomar lo
mejor de ella y crear esquemas que agilicen la
entrega de recursos a creadores e involucren
a la comunidad en la toma de decisiones y
el desarrollo de propuestas, ventajas que
desburocratizarían al sistema cultural a través
de presupuestos participativos.
Por otro lado, más allá de los retos que hay
tras las condiciones aquí expuestas, nuestras
instituciones se encuentran ante una oportunidad
invaluable para intervenir en el desarrollo social,
una necesidad evidente en el país considerando
el deterioro que tiene nuestro tejido social tras
años de crisis económicas y de seguridad. La
nueva realidad ha demostrado que la cultura no
sólo radica en lo tangible (el teatro, la música o
el cine), sino también en aquello que hacemos
como colectivo (las tradiciones o nuestros
gustos), por lo cual es importante que las
instituciones nos ayuden a reconocernos como
generadores de cultura en todas las pautas
de nuestra convivencia. Si las instituciones
comprenden esto y lo toman como un punto
de partida para proponer programas donde
reconozcamos nuestros valores y expresemos o
exploremos nuevas ideas, podremos entonces
florecer como personas, como comunidad. Esto
además serviría para terminar con la dicotomía
entre lo que se considera como “cultura popular”
y “alta cultura (concepto este último que refiere
a cuestiones de clase y no de expresiones
artísticas)”, sesgo tan arraigado que por ello
muchos siguen considerando a la cultura como
una actividad superflua.
Al margen de que, en un escenario ideal, donde
todo lo anterior se concretara en acciones y
acuerdos, estos factores requieren que tanto las
instituciones como nosotros consideremos, de
manera continua, la importancia de la cultura
en nuestra cotidianeidad.
Eso nos llevaría a verla como lo que es: la
oportunidad para convertirnos en mejores
personas, no como el patrimonio de una minoría
cultivada. El momento de hacerlo es ahora y la
vía para ello es la innovación responsable, es
decir, desde la voluntad de cambiar por un fin
trascendente, no por una obsesión, tendencia
o meta que, por su inmediatez, no garantizaría
huella ni crecimiento.
Aprovechemos que la pandemia nos hizo revalorar aquello que nos humaniza (la familia, el
tiempo libre, el espacio personal) y que, por ello,
hoy podemos expresar lo que sentimos mientras
terminamos de reconfigurarnos.
Instagram: @ignaciomendoza.consultor
Docente y consultor académico
y cultural. Ha sido Premio Nuevo León de Literatura
y Director de Cultura en el Municipio de Monterrey.
También se ha desempeñado como profesor de
Letras Hispanoamericanas, y prepara actualmente su
segunda novela.