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Artigas, Protector de los Pueblos Libres, exiliado en Paraguay | JAVIER VILLANUEVA | Julio 2022

Juan Manuel Blanes – Artigas en la Ciudadela. Museo Histórico Nacional de Uruguay.

Artigas, Protector de los Pueblos Libres, exiliado en Paraguay

“De las flores que engalanan mi jardín sos la más linda paraguaya, che cambá. Yo te idolatro mujercita guaraní, y en mi suspiro voy diciendo roipotá.”

“Paraguaya linda”, de José Pierpauli y de Mauricio Cardozo Ocampo

Artigas y Sarmiento fueron los más conocidos entre muchos extranjeros asilados en Paraguay, pero no fueron los únicos. Hasta hace poco era frecuente que muchos brasileños, bolivianos, y argentinos –según las persecusiones políticas en sus países– se abrigaran en Asunción como un refugio más seguro. No sólo Juan Perón, Lechín Oquendo o Andrés Sellich, sino muchos otros eligieron al Paraguay para sobrevivir a la intolerancia de sus opositores. 

O cuando la culpa era demasiado grande, para gozar al amparo de la impunidad sus malhabidas fortunas, guardadas en el anonimato de la banca suiza o uruguaya. No fue así con Somoza, tirano nicaragüense que, enroscado en líos familiares y de polleras, y aislado por la corte del propio dictador Stroesner que le diera asilo, terminó muerto por un comando de guerrilleros argentinos del ERP, en los años 80.

Pero Artigas fue el pionero de los exiliados. Desde Tranqueras de San Miguel, luego de ser traicionado por su lugarteniente, el Pancho Ramírez, Artigas le había pedido asilo al Dictador Francia. Junto con sus oficiales Ansina y Joaquín Martínez, y unos cien soldados, casi todos negros libertos, el Protector de los Pueblos Libres llegó a la frontera de Itapúa, en la primavera de 1820.

Artigas, vencido por los portugueses-brasileños en Tacuarembó, retrocedió hacia Entre Ríos. Pero Ramírez -que había batido en Cepeda al Directorio porteño, que luego sería el partido “unitario”- y cuya región de origen, Arroyo de la China, había sido saqueada por las tropas imperiales brasileñas, temiendo que su jefe invadiera su territorio, lo enfrentó en una rápida secuencia de combates. Ramírez fue vencido por Artigas en Las Guachas pero, casi de inmediato, lo derrotó en Las Tunas. Ramírez venció en Goya, y atacó el propio campamento de Artigas cerca de Curuzú Cuatiá, en Corrientes, y lo derrotó por completo, terminando así el liderazgo del Protector de los Pueblos Libres en el litoral.  

Y mientras sus tropas perseguían a Artigas sin piedad por todo el interior, Ramírez ocupó Corrientes y se nombró gobernador. Poco después, más recompuesto, Artigas trató de hacerse fuerte y resistir en Misiones, pero finalmente tuvo que huír al destierro del Paraguay. 

La desgracia de Artigas y su liderazgo culminaron con el pacto de Pilar impuesto a los porteños por su antiguo delegado, Ramírez, que establecía la paz y un acuerdo Federal. El Protector Enterriano, como se conocía al Pancho Ramírez desde esa época, lo invitó a Artigas a firmarlo, pero no en su calidad de “Protector de los Pueblos Libres”, ni como jefe de las Provincias Federales. Se lo mencionaba apenas como un mero jefe de provincia, casi con ironía: “Su Excelencia, el capitán general de la Banda Oriental”, una provincia que estaba ocupada completamente por los invasores portugueses.

Después de las batallas de Tacuarembó y Cambay, entre muertos, cautivos, oficiales desertores con sus tropas, de los 8 mil combatientes de Artigas le quedaban solo los lanceros, en su mayoría libertos, indios, y unos pocos oficiales. Los caciques del Chaco se ofrecieron para seguir luchando, pero Artigas, cercado por el ejército portugués y las tropas de Ramírez, y bloqueado en los bañados de Iberá, sabía que su única salida era cruzar al Paraguay y acudir a Gaspar Rodríguez de Francia, el Dictador Supremo Perpetuo. Primero envió los $4 mil patacones que le quedaban para los orientales prisioneros en Río de Janeiro, y enseguida le escribió a Rodríguez de Francia pidiéndole asilo.

El Dictador Supremo paraguayo había dicho en mayo de 1821 que “reducido a la última fatalidad, vino como fugitivo al paso de Itapúa, y me hizo decir que le permitiese pasar el resto de sus días en algún punto de la República, por verse perseguido aun de los suyos, y que si no se le concedía ese refugio, iría a meterse en los bosques”. En 1833 recordaba el dictador: “viniendo sin rubor después de tanto ruido, alboroto y fanfarronadas, ya que se vio arruinado y perseguido”.

Pero Artigas todavía tuvo que esperar unas dos semanas, y dado el asilo por Francia, el 5 de septiembre de 1820 entró a Paraguay cruzando el Paraná por el paso, junto a los últimos lanceros y lanceras, muchos negros y mulatos libertos, que se llamaron a sí mismos “Artigas Cue”, o pueblo de Artigas, y algunos oficiales.

Venían derrotados, agotados, casi sin ropas, bienes o recursos. El dictador Francia les envió un oficial y 20 húsares a la frontera para llevarlos hasta Asunción. Artigas fue alojado en el Convento de la Merced, donde hoy está la Escuela Normal, y en donde se hospedaban por aquél entonces las visitas más ilustres.

Y a pesar de pedir con insistencia un encuentro con su anfitrión, el caudillo oriental jamás fue llamado a palacio por Francia. Dicen que el dictador, en cambio, mientras el caudillo uruguayo vivió en la ciudad, le impuso la fría mediación burocrática de su secretario. Y además, le recomendó al Prior del Convento que su huésped hiciera los más duros ejercicios espirituales “para purificar su alma atormentada”.

En 1821, Artigas fue llevado a la Villa de San Isidro de Curuguaty. El estado paraguayo le cedió una casa y una pensión para poder sobrevivir holgadamente, y Francia le dio también algunas instrucciones al Comandante de la Villa, para que se ocupara de “extremar la hospitalidad con el ilustre asilado”, porque es sabido que esta forma de cuidados con los desterrados es lo que garantiza que no vayan a meterse en política nuevamente, y menos en los manejos locales.

Aunque había sido su adversario político, Francia le dio a Artigas toda la protección, buen trato y generosidad posibles en su largo exilio. Se puede decir que Francia le dio a Artigas una cierta lección con su contacto distante, mostrándole que sus obligaciones de gobierno no le permitían un trato más personal, lo que la anterior hostilidad de Artigas hacia el autoritarismo paraguayo le habrían hecho imposible.

Siendo jefe de la rebelión provinciana, habría sido vital para la diplomacia de Artigas aliarse al dictador paraguayo. Por su posición y potencia económica, Paraguay era esencial para el proyecto de los Pueblos Libres, contra el Directorio porteño. Ya desde 1812, en el auge de su poder, Artigas había insistido una y otra vez a las autoridades paraguayas, pero el dictador no quería saber nada de tratos. “No quiero paz ni guerra con nadie”, le había contestado, rechazando todo tipo de alianzas.

El Dictador Supremo no recibía visitantes, y cuando el uruguayo se exilió en Paraguay, no respondió a la solicitud de Artigas de entrevistarse con él. Según contó Artigas en 1845 a su hijo José María, “todos los días mandaba Francia uno de sus empleados a saludar al general y preguntarle cómo iba”.

Pero, pese a la frialdad oficial del dictador paraguayo con el caudillo desterrado, los uruguayos retribuyeron el gesto solidario del asilo. Incluso con un afecto que ni la posterior Guerra de la Triple Alianza, en la que Uruguay peleó contra los paraguayos, pudo llegar a desmerecer. Tanto que, al final del conflicto bélico, hubo varias visitas de delegaciones uruguayas, para devolverle a Paraguay los trofeos que le habían tomado en la guerra y perdonar las deudas del litigio armado. O para compartir recuerdos, siempre más amargos que alegres, en las largas fiestas. En una de ellas, en 1913, el poeta paraguayo Eloy Fariña Núñez los dejó conmovidos a los visitantes charrúas, con sus versos emotivos:

“…Sed bienvenidos, nobles uruguayos, hijos de la gentil Montevideo, a la tierra solar donde durmiera el gran Artigas su glorioso sueño, donde no seréis jamás extraños desde que disteis el viril ejemplo de perdonar la deuda de la Guerra y de restituirnos los trofeos.”

A su vez, también los uruguayos se acuerdan todavía, después de tantos años, del tiempo doloroso de la Guerra de la Triple Alianza, en la que el imperio brasileño arrastró a los liberales argentinos y uruguayos contra sus hermanos más pobres del norte. Como cuando el poeta Carlos Molina se reprocha, con la verguenza que la guerra les impuso a los vencedores

* José Gervasio Artigas (Montevideo, 19 de junio de 1764-Quinta Ybyray de Asunción, 23 de septiembre de 1850) fue un caudillo rioplatense que actuó durante la Guerra de la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata como por ser el heraldo del federalismo en las actuales Uruguay y Argentina. “Jefe de los Orientales” y “Protector de los Pueblos Libres”, es recordado en ambas márgenes del Río de la Plata. En Uruguay como héroe nacional y máximo prócer independentista, se lo considera el Padre de la Patria. En la Argentina el revisionismo sobre la figura de Artigas lo reconoce también como prócer fundamental de la independencia nacional.


Javier Villanueva. 

Argentino, establecido en Brasil, profesor de idiomas, editor, traductor, escritor y librero. Investigador y conferencista de temas hispanoamericanos y de la historia y las culturas de los pueblos nativos. Autor de más de una centena de libros didácticos publicados en Brasil, y de dos colecciones de cuentos en Argentina.