Los Guaykurúes, indios caballeros
Sobran teorías sobre las causas y culpas de la Guerra
de Paraguay 1864-70, sin embargo, ninguna de ellas
habla del papel de los pueblos nativos en el conflicto.
Conocí al historiador argentino León Pomer
en 1994, en Assis, estado de São Paulo,
y hablamos sobre la Guerra de la Triple
Alianza y los Guaykurúes-Kadiweu, los
Indios Caballeros. Pomer venía de ver a
Próspero Garay, héroe de otra guerra, la del Chaco
entre Paraguay y Bolivia. Ni imaginaba que, años
después, iría a rever en Bonito, Mato Grosso do Sul,
los espíritus de Próspero Garay y Pomer, charlando
en la Casa da Memória Raída, un lugar de combate
al olvido y al descuido histórico en aquella pequena
ciudad turística, justo en la ruta del ataque paraguayo
por tierras brasileñas que inició la guerra. Estaba en
la Casa un paraguayo, estudioso de los Kadiweu y las
lenguas Guaikurúes. Era sobrino nieto de Próspero
Garay.
Parecía una gran casualidad: al día siguiente, en la
puerta del hotel, una familia sin-techo pedía comida
y un poco de dinero. Eran Kadiweus, los otrora orgullosos Indios Caballeros, hoy menos de mil personas
en el Pantanal Sur, entre Bodoquena y los Rios Nabileque e Aquidavão, al norte de Porto Murtino, Mato
Grosso do Sul, que en una época tuvo 1.629 asentados
en medio millón de hectáreas. Hijo de la vieja nación,
Farias, padre de los melancólicos pidientes, es uno de
los últimos Guaykurúes del Gran Chaco. Guaykurú,
nombre ofensivo que los Guaraníes daban a los Mbayá
del Paraguay, significa “salvaje”. Único pueblo que
domó el caballo tomado de los españoles en el Chaco
del siglo XVI, en grandes rebaños.
Así, ganó mobilidad y cambió la caza por la guerra contra los españoles, y otros pueblos, y creció
su territorio, separando nobles, guerreros, siervos
y cautivos de otras tribus. Los Jesuítas crearon una
misión con los abuelos de Farias en 1609, pero desistieron al fracasar los cultivos, que para los Guaykurúes
era cosa de cautivos. Además, enseguida atacaron las
misiones de Itatim e crearon la Tierra Mbaiânica,
entre los ríos Taquari y Jejuí. Los Guaykurúes ya eran
expertos jinetes.
La esposa de Farias dice, en pocas palabras en portugués, que en el origen su pueblo no tenía territorio,
idea que trajo el blanco. Antes, el indio iba y venía
por su Tierra; con su destino, sin tutela ni límites. El
blanco trajo dominación, explotación y violencia. Dice
Ana Farias con pesar: hoy el indio quiere afirmarse;
antes no, la naturaleza y la tierra eran sus garantías, pues tierra es todo. Los Guaykurúes-Kadiweu, a ambos lados del Paraná, casi Paraguay, vivían de
la yerba mate, fuente económica en la postguerra,
pero la tierra fue arrendada a la Companhia Matte
Laranjeira.
El abuelo de Farias, que trabajó en ella, decía que
al fin de la guerra y en los años de 1930, quebró la
empresa, llegó el ganado y la soya, destruyendo su
hábitat, el bosque nativo. Los padres de Farias que
vivían en las estancias fueron llevados a las reservas del gobierno. El golpe final del agronegocio, dice
Farias, fueron las usinas de alcohol y azúcar, grandes
plantaciones de caña y mano de obra nativa para el
corte. Ante las pérdidas, el Guaykurú empezó a exigir
la devolución de su territorio.
Farias cuenta orgulloso su historia guerrera: el
Creador Gô-noêno-Hôdi sacó a todos los pueblos de
dentro de un pozo y le dio a cada uno una función.
Unos tomaron la azada, otros fueron artesanos. Pero
el Creador se olvidó de los Kadiweus, que salieron por
último del hueco. Por eso, dice Farias, Él los dejó que
robaran un poco de cada pueblo.
En la Casa da Memória oí que los ancestrales de
Farias pueden haber venido de la Patagonia argentina,
primos de Mapuches, y de los últimos Charrúas uruguayos. Otros creen que son andinos, pues sus tierras
en el centro de América del Sul tiene influencias amazónicas, de las Pampas y de las grandes civilizaciones
Incas. Los vecinos hoy son labradores sedentarios,
pero ellos siguieron su vida errante, en tribus sin
unidad política, pero con una lengua y costumbres
semejantes.
Trataban a las otras tribus como los nobles europeos a sus siervos, robándoles sus bienes y obligándolas a trabajar la tierra para ellos. Exigían tributo por
protección, como los Aztecas e Incas a sus vecinos. El
Guaykurú formaba a los jóvenes en ritos de iniciación
guerrera, y su compleja pintura de cuerpo cautivó a
Lévi-Strauss. Darcy Ribeiro, visitó a los Kadiweu en
1940, y vio en ellos “un pueblo cuya característica más elaborada es el etnocentrismo, la idea de predestinación del Kadiweu para gobernar el mundo”. Con el
caballo, “que para otros indios era una pieza de caza
que crecía en los campos, se volvieron jefes pastoriles, enfrentando al invasor, infringiéndole derrotas
y pérdidas que amenazaron la expansión europea.
Francisco Rodrigues do Prado, de la Comisión de
Límites de la América hispánica y portuguesa, evaluó
en 4 mil los paulistas muertos por ellos a lo largo de
las vías de comunicación con Cuiabá” cuenta Darci
Ribeiro en “O Povo Brasileiro”.
Cuando los paraguayos toman Mato Grosso y estalla la guerra, el país exige apoyo de los indios del
Pantanal, dice Farias que relataba su abuelo. Gran
parte de los pueblos del Chaco lucharon contra Paraguay. Algunos, voluntários da pátria de reclutamiento
forzado, luchan a favor de Brasil, una nación que ni
saben qué es, “siempre independientes, como una
fuerza aparte, con motivaciones propias y ejerciendo la
guerra a su modo”, dice Darcy Ribeiro. Pero acabado
el conflicto, los indios exhiben los premios por sus
actos de coraje, y pasean los símbolos del orgullo de
su participación.
En el Pantanal, cuentan Ana y Farias, las guerrillas Guaykurúes atacan al enemigo; matan indios
y soldados de Solano Lopez y les roban munición.
Bajo fuego pesado, expulsan al invasor y toman sus
animales. Sin pólvora, van a las fuerzas imperiales
a pedirles reposición. Según el abuelo de Farias, un
oficial dijo que el pedido “será atendido porque ellos
han hecho mucho”.
En la memoria de su pueblo, dice la mujer de Farias,
la Guerra del Paraguay, como contaba su abuelo, marca
su relación con Brasil al exigir sus derechos a la tierra.
Hasta fines del siglo XVIII, el Guaykurú no aceptaba
ir a reservaciones. Éramos fuertes, dice Ana Farias,
corajudos y temerarios; violentos, aunque lindos y
orgullosos. El Guaykurú impactava: “Su tamaño,
belleza y elegancia de sus formas y su fuerza son
muy superiores a los españoles, y ellos consideran a la raza europea muy inferior a la suya”, relata el
explorador Félix de Azara.
Cuando los paraguayos ocupan Mato Grosso y
tratan de llevarlos a su territorio, los Guaykurúes
resisten y muchos mueren de varicela. Aun así, ayudan
a los brasileños a huir a Cuiabá, cruzan el Río Apa y
atacan a los paraguayos. Don Pedro II les da tierras
en la Serra da Bodoquena, al sudoeste del Pantanal,
por su ayuda en la guerra.
No es suficiente para nosotros, no fue lo que el rey
prometió, dicen Farias y su esposa. La guerra acaba
con el Tratado de Límites de 1872 y los Guaykurúes
se desintegran rápido, por el mestizaje intertribal,
el alcohol y la varicela. A fines del siglo XIX, hay un
renacer artístico, y crean cerámicas y pinturas corporales complejas. Levi-Strauss junta 400 diferentes
dibujos. Los pueblos más sedentarios, en cabañas de
paja y hojas en semicírculo, en tierras altas por las
inundaciones, y los campamentos temporarios de
tapiri para cazar y pescar -contaba el abuelo de Ana
Farias-, se suman a los ingenios y calderas para el
jugo de la caña.
Los Kadiweu tejen lanas y algodones de color, trenzan esteras de junco. En 1930 son llevados a aldeas con
casas, escuela y farmacia que luego son abandonadas.
En 1935 Levi Strauss los ve lejos de las casas, en chozas, haciendo sombreros para vender. El territorio
dado por Don Pedro II les creó muchos conflictos. En
1957 los ganaderos sueltan 15 mil cabeças de ganado,
pero el Supremo Tribunal protege a los indios, pero
enseguida venden sus tierras a los estancieros por
precios abajo del valor real.
El pueblo usa solo una fracción de esa tierra. En
los años 80, el comercio, la enseñanza y la asistencia
contra el sarampión, la tuberculosis y la malaria van
para las misiones evangélicas. El primo de Ana, el líder
Ambrósio da Silva, arregla en 1985 con los terratenientes el pago del alquiler directamente a los indios.
ARTE, CULTURA Y SOCIEDAD | FEBRERO 2022
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Nace una escuela y una clínica en Bodoquena, pero sin
profesores ni enfermeros. La Misión Evangélica Unida
y la SIL ayudan a la escuela y dan asistencia médica.
Farias y su esposa Ana, mendigantes sin techo,
vagan su melancolía por las calles de Bonito, con sus
memorias dentro de sus bolsos pobres y sus pocas
pertenencias. Llevan la batalla de un pasado mítico
y la lucha diaria por la sobrevivencia material y cultural. Compro un plato de comida para la pareja y
los hijos, les doy la mano a cada uno de ellos y me
hundo en la impotencia.
Javier Villanueva.
blog.javier.villanueva@gmail.com
Argentino, establecido en Brasil,
profesor de idiomas, editor, traductor, escritor y
librero. Investigador y conferencista de temas
hispanoamericanos y de la historia y las culturas de los
pueblos nativos. Autor de más de una centena de libros
didácticos publicados en Brasil, y de dos colecciones de
cuentos en Argentina.