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Autorretrato | DIANA ELISA GONZÁLEZ | Diciembre 2021

La exquisitez de ser nosotrxs

Autorretrato

Ojos, nariz y boca. Una manera de arreglarse el cabello, un tipo de ropa, una mirada dirigida a un punto, una técnica que lo registra, un acomodo en el espacio.

La RAE define la palabra como: “Retrato de una persona hecho por ella misma”, lo que exige un conocimiento propio y profundo para captar los datos esenciales y con mayor fidelidad.  

Ser quien observa y ser el objeto de observación.

La cualidad de que el retrato se lleve a cabo por la persona retratada, da la posibilidad de mostrar rasgos no conocidos a cualquiera, y es ventaja ser dueño de la mirada que construye, ya que es una tarjeta de presentación. Una manera de hacer visible lo invisible.

En 1556, Sofonisba Anguissola se pintó mirando de frente y en actitud desafiante, mientras se hizo acompañar de sus instrumentos de trabajo como pinceles y pinturas. Una manera de mostrarse en el ser y hacer, enorme dificultad para una mujer en la época.

Ya en el siglo XX, Frida Kahlo o Joe Spence nos mostraron las posibilidades exorcizadoras del autorretrato: para el amor, para el dolor y la enfermedad. 

De los usos terapéuticos y hasta llegar al selfie, el autorretrato ha sido un recurso para dialogar con el propio cuerpo y los pensamientos: entenderse y extenderse a quien nos rodea.

El autorretrato es un diálogo personal donde el cuerpo y el conocimiento propio toma forma para mostrarse, primero a uno mismo y después a los demás. Mera construcción.

Y pensando en ese diálogo y lo que el autorretrato es como afirmación, no puedo dejar de vincularlo a los tiempos actuales de pandemia . Y l o señalo porque todas las experiencias que vivimos, suman a esa visión propia desde cómo nos afectan, influyen o dejan marca.   

Siempre relativo, el tiempo nos lleva a creer que pasa rápido, pero también pasa lento, repetitivo, monótono, donde otra vez es jueves, otra vez es jueves, otra vez es jueves.

Por momentos la vida se ha detenido y por momentos ha seguido su cauce haciéndose acompañar de la muerte. En el autorretrato diario, el cubrebocas ha servido también para ocultar nuestras emociones y hemos tenido que levantarnos de las pérdidas a base de lamer las heridas en solitario, o por zoom, en WhatsApp y hasta hace muy poco, presencial.  

No sabemos lo que nos deparan estos tiempos extraños y no sé si estamos preparados ante lo que se asoma en las noticias, pero habrá que echar mano de esas muchas lecciones aprendidas este tiempo: paciencia, adaptación, resiliencia, empatía y cuidado.

Sobre esto último, lo escribo diciéndomelo a mí misma: cuida lo que piensas por salud mental, cuida lo que sientes por salud emocional, y cuida tu cuerpo que como buena heredera de Frida Kahlo ya te ha dado alarmas. Por eso: haz ejercicio, toma agua, baja la cantidad de sal, abraza más, y ríe.

En un mundo donde pareciera que ser multitask es la moda, debemos entender que no podemos con todo y aprender a soltar. Y es que cuidarnos y pensarnos como prioridad es un pensamiento hasta revolucionario para las mujeres. 

Pero permítame regresar al tema del escrito. Si el autorretrato es una manera de autoconocimiento, terapia y recurso para hacer visible lo invisible, empecemos su construcción:

Esta soy: ojos, nariz y boca; manos, piel, un sexo, risas y lágrima fácil. Una manera de arreglarse el cabello, un tipo de ropa, una mirada dirigida a un punto, una técnica que lo registra, un acomodo en el espacio. Un divagar permanente en la utopía. Una pregunta constante. Un manojo de emociones. Luces y sombras que debo abrazar para buscar la reconciliación conmigo misma y seguir caminando. 

Le invito a que haga el suyo. 


Diana Elisa González Calderón 

Docente e investigadora en la Universidad Autónoma del Estado de México.