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La otra historia | DIANA ELISA GONZÁLEZ | Octubre 2021


La exquisitez de ser nosotrxs

La otra historia

“Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia” dice la canción de Litto Nebbia, que sin querer mi cabeza no deja de tararear. 

Y eso me lleva a preguntar cuantas verdades quedan ocultas de la historia oficial. Sí, esas de conquistados y conquistadores, y aunque de eso ya se ocupó Don Miguel León Portilla, me pregunto más bien de las historias cercanas. Esas que se esconden atrás del brillo del Facebook o el Instagram y que nadie o pocos saben: el rímel corrido, la falsa pose, los vacíos, las noches sobre la cama rumiando la reinvención atrás de lo que mostramos a los demás. 

Permítame contarle que alguna vez, un Maestro me dijo que la vida eran líneas. Con algunas personas caminamos en paralelo observándonos desde lejos. Por misteriosos motivos algunas líneas se cruzan, otras se enredan, y en algunos casos, esos cruces duran años o solo breves fragmentos de tiempo. Muchos cruces dejan huella y otros solo pasan sin más.

Y me pregunto en la intención de esos cruces de vidas, y creo descubrir que de fondo, siempre hubo una lección que aprender.

¿Cuántas personas dejan huella y cuantas quedan omitidas del real tejido de lo que somos?

¿Qué es lo que nos hace ser una línea de ciertas características?

¿Cuántas decisiones nos llevaron a lo que hoy somos?

Pienso en lo que leo, veo y sueño; lo que me permito y niego; lo que hablo y callo.

Una pequeña decisión cambia el futuro de manera radical, y ese es el efecto mariposa. Por eso hay que ser conscientes de los pasos y lo que traerán consigo, porque así se escribe nuestra historia... Me pienso y sé que muchas decisiones tomadas han sido acertadas y otras no tanto, pero en el fondo fueron mi elección. Respiro.

Y me detengo en las muchas decisiones equivocadas que ante mi reclamo, hacen que mi Pepe-grillo personal entre en defensa propia: “tranquila, estas aprendiendo. Vivir es un aprendizaje permanente, ¿no?”. 

Hoy, las vivencias diarias, las risas, los bailes, las películas, mis propias enfermedades y las cicatrices, me hacen ver las cosas de determinada manera, así como las caídas. Para esto último, solo es descubrir que con el tiempo, la sangrante herida tarde o temprano deja de doler, y la vida sigue.

Pero la canción de Litto Nebbia sigue en mi cabeza.

¿quién gana o pierde en el cómo contamos las historias? 

¿gana el que fue más listo?

¿gana el que no se enganchó emocionalmente?

¿gana el que termina el juego sin manchas en la ropa? 

¿sin rasguños? 

Sé de que lado estoy. Me he visto llegar directo a la enfermería, sin escatimar en silencio para lamer las heridas; y me descubro en la receta de Ángeles Mastretta en “La emoción de las cosas” (2012):

“Yo me comprometo a vivir con intensidad y regocijo,
a no dejarme vencer por los abismos del amor,
ni por el miedo ni por el olvido,
ni siquiera por el tormento de una pasión contrariada.

Me comprometo a recordar, a conocer mis yerros, 
a bendecir mis arrebatos.

Me comprometo a perdonar los abandonos, 
a no desdeñar nada de todo lo que me conmueva, 
me deslumbre, me quebrante, me alegre.

Larga vida prometo, larga paciencia, historias largas.

Y nada abreviaré que deba sucederme: 
ni la pena ni el éxtasis para que cuando sea viejo tenga 
como deleite la detallada historia de mis días.”

Así la otra historia, esa que no se publica. Ajena a los demás pero mía como tesoro.


Diana Elisa González Calderón 

Docente e investigadora en la Universidad Autónoma del Estado de México.