Por: Edui Tijerina Chapa
Fotografía: Cortesía Ammel Rodrigo
AMMEL RODRIGO
De México para el mundo
de la mano de Mel Gibson
El público de teatro en ciudad de México lo
recuerda por sus participaciones como
actor en “Moctezuma II”, de Sergio
Magaña, bajo la dirección de José Ramón
Enríquez y “Camino Rojo a Sabaiba”,
de Oscar Liera, bajo la batuta de Sergi
Galindo, así como por su talento como
dramaturgo y director en el montaje
“Frenesí en la Alameda”.
También se le ha visto en series de
televisión y películas que llegan a los ojos del mundo entero en
transmisiones abiertas, proyecciones en salas y streaming, pero,
sin duda, el título con el que más se le relaciona es “Apocalypto”,
la superproducción cinematográfica dirigida por Mel Gibson.
Me refiero a mi querido amigo, el actor, dramaturgo, director
y artista plástico, Ammel Rodrigo, con quien he conversado para
las páginas de “Arte, Cultura y Sociedad”.
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| Ammel Rodrigo en la obra de teatro Moctezuma II.
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¿Qué momentos de tu infancia se han quedado como los
más significativos; los que determinaron la persona que
eres hoy?
La luna no tiene luz propia. ¿Cómo mis ojos me podrían estar
engañando? ¿Cómo no creer en la magia, si sostengo una relación
epistolar muy formal con mi ángel de la guarda?
Una noche en la que me quedé mirando la enorme caja de
mi soni-car, entre la oscuridad y mi fantasía, los dibujos en el
cartón cobraron vida. Con esa misma fantasía, el tapiz de mi
cuarto me contaba historias a través del tejido de una cobija.
Cuando los sueños lúcidos se presentaban, trataba de apretar
fuerte, así, entre mis manos, los chocolates con los que soñaba.
Lo hacía para que atravesaran conmigo el portal onírico… pero
“la magia no existe”.
“Remi” y la lejanía de su madre, “Bambi” y la muerte de la
suya, me provocaron “mamitis”.
El terremoto del 19 de septiembre del 85, un día antes de
mi cumpleaños, destruyó de forma abrupta mi mundo infantil.
Aunque aquellos edificios se vinieron abajo en el terremoto del
mismo día, pero 32 años después. Tuvimos que cambiarnos de
casa a lo que en ese entonces era apenas un suburbio. Así, mis
amigos se quedaron atrás junto con escuela y lugares favoritos
de travesuras, juegos, secretos, y también aquellos espacios que
infundían miedo.
¿Fue difícil sobrellevar la “falta de magia” de la que hablas?
Esa falta de magia, junto con los regaños de mi mamá y el polvo,
fueron eso que llamé “gotas de limón en el alma, las cuales marcaron la perspectiva con la que veo casi todo hoy en día.
Tengo una pulsión por rescatar lugares abandonados fuera y
dentro de mí. Una forma que tengo de hacerlo es el dibujo. Pienso
que la escena más trivial o cruda, vulgar o sórdida, se sublima a
través del dibujo y deja atrás sus accidentes con los que existe.
¿En qué crees?
Desde muy niño siempre estuve muy consciente de mis límites
físicos. Veía mis manos y pies y entendía que hasta esos puntos
llegaba mi cuerpo, pero que, al morir, sería eterno y podría volar.
Según la religión católica en la que trataron de educarme,
yo sería eterno, fuera en el infierno o el paraíso, pero jamás moriría. Eso me hacía sentir muy pequeño y pensaba que, sin
duda, me aburriría muchísimo.
Mi mamá trataba de comunicarse conmigo a través de mi
“ángel de la guarda” que me dejaba cartitas por todo el departamento y me preguntaba seguido cómo me sentía.
Tu vocación por el arte, ¿viene de familia?
Soy hijo de padre y madre médicos. Mi hermano mayor falleció
en el 2009, a causa del AH1-N1. Curiosamente, ahora, mi hermano
menor -que también se ha entregado a la medicina- ha salvado,
hasta hoy, a más de quinientas personas de morir por COVID-19.
Por más que mi papá quiso que siguiera su profesión, en cada
desayuno de fin de semana conseguía alejarme con las pláticas
de procedimientos, cirugías enfermedades de la piel e intestinos.
En una ocasión, a mis cinco años, más o menos, sentí miedo
en la noche y me fui a acostar con mi mamá. El televisor estaba
encendido; pasaban una película de Jack “el destripador de Londres”. Me dio más miedo aún y rogaba porque pasaran comerciales, pues eran lo que me tranquilaba.
Así, por el “chaca, chaca” de un detergente y su señor-vocero
de camisa rayada, decidí que, de grande, me dedicaría a hacer
comerciales. Eran perfectos y divertidos. Eso me llevó a estudiar Ciencias de la Comunicación, en un lugar que gozaba del
mejor prestigio para esa carrera en ese momento, la “Universidad
Intercontinental”.
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Obras plásticas de Ammel Rodrigo. |
¿Fuiste buen alumno?
De adolescente, me daba un miedo terrible pasar a exponer
algún tema en clase. Trataba siempre de estar dibujando; lo
cual me granjeaba mucho lugar entre mis compañeros, que me
admiraban por eso y, cuando de hacer ilustraciones de tarea se
trataba, todos me buscaban. Era un precio alto, pero conseguía
paz y ser invisible el resto del tiempo.
En la prepa empecé a pintar mujeres desnudas con aerógrafo
y tinta china, lo cual me concedió un aura de rebelde erótico a
la cual me apegué en un afán de buscar respeto a través de una
identidad, según yo, extrema.
“En cuanto
saludé en
persona al
señor Mel
Gibson y vi
la forma en
que él me
vio, supe
que estaba
adentro”
¿Cómo descubriste tu veta por la actuación?
Desde muy pequeño quise cantar ópera, desafortunadamente
supe muy tarde que las artes también se estudiaban profesionalmente. Pensé que se nacía con estos talentos y no había forma
de cultivar esos que llamo “besos De Dios” más allá de mis cuadernos o cantando en cuarto.
Luego de estudiar Ciencias de la Comunicación en la UIC, hice
mi servicio social en “Opus 94”, estación del gobierno (IMER)
Incluso, después de egresar de la carrera seguía acudiendo para
aprender lo más posible.
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Durante un rodaje. |
Cuéntanos de tus inicios en esa rama.
En una ocasión, cuando realizaba una escaleta para la presentación de “Lucía de Lammermoor”, pensé que lo más cercano a la
ópera que yo podía hacer era el teatro y todavía estaba en edad.
Desde el primer día que asistí al estudio de Alberto Estrella,
supe que a eso me quería dedicar el resto de mi vida. Luego,
hice el examen para el Centro Universitario de Teatro (UNAM)
donde estudié profesionalmente.
¿Cuál ha sido el principal reto que te ha presentado tu
carrera?
Creo que lidiar en contra del rechazo constante con que uno se
va topando en audiciones o castings. Aprender a no culparse
por un proyecto fallido es parte de este juego. En cada audición
hay que ir bien preparado, ir con todo. Es cierto que, al final, no
depende de uno. Sin embargo, reconforta saber que por esfuerzo
no quedó. Hay que tener claro eso para no lacerarse después
de un casting infortunado.
¿Y la mayor satisfacción?
Mi mayor satisfacción, definitivamente, ha sido ver a mi mamá
desde el escenario o tenerla a mi lado en una butaca viendo un
filme donde yo haya participado, o en la casa, cuando llego a
salir en la tele.
También, cuando ella me pregunta sobre algún proceso y
puedo contestarle con tal cantidad de imágenes que le hacen
vivir de cerca algo que jamás imaginó conocer de niña. Cuando
veo esa cara de niña emocionada con lo que hago, siento que
hice las cosas bien.
“¿Cómo hicieron esta escena? ¿Cómo que no es real esa lluvia?
¿No te dio miedo saltar desde tan alto?” o “¡Me enojé mucho
cuando te agredieron!” Para ella todo esto era un mundo tan
remoto que compartírselo me da mucha alegría.
¿Cómo llegaste al elenco de “Apocalypto”?
Tuve la fortuna de interpretar a Moctezuma II en la tragedia del
dramaturgo mexicano Sergio Magaña, bajo la dirección de mi
querido maestro José Ramón Enríquez, como parte del montaje
de verificación del CUT.
Poco después de concluir la temporada, me enteré de la audición en México para “Apocalypto”. Me presenté ante Carla Hool,
con las fotos del montaje, y como tenía muy presente aún todo
ese mundo prehispánico, esos sentimientos de pérdida, dolor
y desolación que trabajé para Moctezuma II, el casting fue muy
franco. Recuerdo que lo hice en náhuatl y hasta canté una canción de cuna en la misma lengua.
Quedaron que, en caso de quedar, me llamarían durante los
tres días siguientes. Me sorprendí cuando esa misma tarde me
localizaron porque el señor Mel Gibson quería entrevistarme
en persona. En cuanto lo saludé y vi la forma en que él me vio,
supe que estaba adentro. Salí de ahí con una alegría inmensa.
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En la cinta Apocalypto |
“Mi mayor satisfacción ha
sido ver a mi
mamá desde
el escenario
o tenerla a
mi lado en
una butaca
viendo un filme
donde yo haya
participado”
¿Qué tal la experiencia del rodaje?
Durante la filmación, lo que realmente me pareció difícil, dejando
a un lado el estar semidesnudo dentro de la selva con frío y calor
extremos y los pocos tiempos de descanso, fue estar lejos de mi
familia tantas semanas.
La producción se alargó mucho. Estuve en Veracruz cerca
de 9 meses. Allí aprendí lo que era la ANDA y hacer películas
con todas las ventajas del cine internacional “hollywoodense”.
Era una Torre de Babel donde se escuchaban muchos idiomas, lo mismo español que italiano, inglés, maya, francés, serbio,
alemán… Con mi poco conocimiento de ópera, lograba entender
en algo a los italianos, incluso uno reía porque yo utilizaba la
palabra “fanciulla”, que adecué de él. Decía que era una palabra
de nonni.
Como siempre, dibujar, escribir y leer fueron actividades que
me ayudaron a pasar los ratos difíciles.
¿Qué exigencias te representó ese proyecto?
Trabajo físico extremo, dieta puntual, aprender a utilizar armas
propias de la época, aprender algunos textos en maya. La preparación de tres meses antes de la filmación también incluía
tai-chí, meditaciones dinámicas, gimnasio, salas de bronceado
para oscurecer aún más la piel, de 4 a 5 horas de maquillaje y
vestuario, incluyendo body painting, tatuajes hechos a mano,
escarificaciones, prostéticos.
También, por supuesto, llamados nocturnos en medio de la
selva, con un frío propio del lugar, junto con la fauna del mismo,
insectos increíbles, desde una hermosa luciérnaga hasta unas
arañas impresionantes. Se supone que “greens” limpiaba el sitio
del set, pero en algunas ocasiones uno que otro residente nos
visitaba.
“Tengo una
pulsión
por rescatar lugares
abandonados fuera y
dentro de
mí”
¿Prefieres el teatro o los medios audiovisuales? ¿Por qué?
Por mucho, el teatro, por supuesto. Al igual que con la pintura, no
hay lugar a accidentes. En escena, si estás totalmente embebido
de la ficción, no puede haber accidentes. Siempre se responderá
de manera verdadera, como lo haría el personaje que se está
representando.
Se vive pleno dentro de aquella “otra” realidad, en ese espacio
reservado del universo donde Aristóteles “vale madre”, ya que
sí pueden ocupar dos personas un mismo espacio y así puedes
ser una puta o un santo, un asesino o un emperador, y todos juegan el mismo juego en escena, y si no, aquel que no entra a
esa acción, también está dando estímulos para la función.
Después, el cine. Es donde se tiene la oportunidad de contar
la historia en algunas horas y dejarlas para siempre. No es algo
efímero, como el teatro, pero, en mi caso, siento la misma libertad.
En cuanto a la televisión o publicidad, lo difícil es la espera
durante los llamados, pero siempre un buen libro, unas hojas y
un lápiz la hacen más llevadera. Algo que me llama la atención
de hacer tele es que todo mundo siempre ya se quiere ir. A todos
les urge terminar e irse.
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Poster de la cinta Apocalypto de Mel Gibson. |
¿Cómo ha cambiado el estado de las cosas para los
actores en estos tiempos de pandemia?
Me encanta hacer castings desde mi casa. Eso me ahorra mucho
tiempo. Los caterings divididos en cabinas me parecen una
maravilla.
Lamento la situación del teatro, que ya de por sí era difícil. Es
lamentable la poca ayuda que se ha destinado para el gremio.
Con esta situación y la escasez de trabajo no se puede uno quedar sentado. En mi caso me he puesto a pintar, a depurar mis
técnicas, pero también he aplicado tintes a señoras, aprendí a
hacer e instalar plafones de yeso; ayudo a mi hermano médico
en su consultorio y de mensajero, pero todo esto tiene un lado
invaluable para un actor, aparte de la plasticidad de uno ante
las crisis, se puede observar mucha gente y platicar en ella. Ver
cómo hablan, qué los mueve y qué no, qué los aterra o los impulsa
y todo esto es oro molido para el actor.
Creo que el teatro no es un espejo de la humanidad, es un
reflejo inesperado donde no siempre nos gusta cómo nos vemos.
En el primer caso, uno se arregla o posa de tal forma que se
cree que se exaltan nuestras virtudes, pero con una imagen
imprevista de uno mismo, no siempre nos gustamos.
¿Crees en la inspiración?
Creo que todos tenemos una sensibilidad peculiar para ver y
entender la vida y creo que se tiene que trabajar y estudiar para
poder agrandar esa visión, como las cuerdas vocales, la creatividad se tiene que entrenar para alcanzar toda la potencia que
tenemos. Sólo se logra estando en movimiento constante, físico,
anímico e intelectual. Lo interesante es que, como seres inacabados que todos somos, siempre se puede estar en la búsqueda
del vellocino de oro.
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En la cinta Apocalypto. |
Pasemos a tu incursión en el diseño, dibujo, pintura…
Toda mi vida he pintado y dibujado. Hoy, con la posibilidad de
los llamados “tutoriales en línea”, tengo la oportunidad de ver
a grandes maestros contemporáneos, a quienes admiro, trabajar en sus estudios como si yo estuviera ahí con ellos. Y son
muy generosos con sus conocimientos, tal es el caso de Mitch
Griffiths, Roberto Ferri o Clyde Steadman. A través de ellos he
podido conocer más materiales, sus posibilidades, combinar
herramientas, conseguir mejores soportes y resultados. Me
gustaría vivir cien años en plenas capacidades, ser testigo de
cómo cambia el mundo en un siglo y, si lo consigo, seguir pintando y dibujando.
¿Cuáles son los temas que prefieres abordar en tus
proyectos pictóricos?
El arte homo-erótico siempre ha estado presente en todo lo
que hago, incluso antes que supiera que existía ese término. Mi
primer motor en ese sentido fue la devoción de Emil Sinclair
por su amigo Demian. Tendría yo unos trece años cuando, en
un catálogo de ropa, vi a una persona que cumplía con todas las
características físicas que la versión de Demian había dibujado
en mi mente. Se trata de Brian Buzzini, a quien contacté y conté
la historia. Sólo me contestó que no tenía ni idea del libro de
Herman Hesse.
¿Y las técnicas que usas?
El óleo es mi medio predilecto junto con el grafito. Quiero dominar por completo esas técnicas y crear pinturas que llamen la
atención de mis maestros en línea; agradecerles por lo aprendido,
su entrega y su pasión.
¿Qué uso personal le das a tu capacidad artística?
Creo que son una catarsis. A través de mi pintura sublimo
deseos y, mientras lo hago, medito. Cuando trato de sacar un
color o un tono específico e intento no desperdiciar tanto óleo
o procuro recordar qué combinación me llevó a tal resultado,
siento que estoy orando en silencio. Y eso creo que me ayuda a
conocerme, a tenerme paciencia porque sé que voy avanzando.
Trato, como cuando hago ejercicio, de no criticarme.
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Ammel Rodrigo. |
¿Qué opinas de las nuevas generaciones de cineastas,
teatristas y figuras televisivas en nuestro país?
Pienso que estamos en un momento en el que hay una explosión de
artistas en todas las disciplinas. Las redes sociales dan cuenta de ello.
Creo que deben ocuparse en ahondar en su sensibilidad y
estudiar todo el tiempo. Hoy todo es efímero, grandes filmes
que duraron años en su producción gozan sólo de algunos días
de “éxito”. El arte que se pretende hacer debe estar permeado
de todos los colores del mundo. Tenemos que aprender a usar
la tecnología en nuestro favor para que no ahogue el trabajo del
actor. Hoy las posibilidades son vastas.
El streaming llegó para quedarse. Cada persona con acceso a
internet tiene la posibilidad de tener un canal personal de difusión
para explotar su creatividad. Lo deseable es que estos discursos sean respaldados por una inteligencia activa, una búsqueda
honesta del ser humano.
A los actores, la recomendación es, siempre y una vez más,
que estudien, que lean textos más allá de la dramaturgia, que se
hagan cosas que poco tengan que ver con el teatro aparentemente;
que sepan divertirse con el dolor en escena, miradas profundas,
referencias interesantes (lo mismo cultas que vulgares), escuchar
todo tipo de música, aprender trucos de magia, hablar diferente
de lo mismo y transmitir fácilmente un pensamiento intrincado.
Ser consciente del interlocutor, de la audiencia y el público. En
fin, buscar el autoconocimiento. Esto es aplicable a cualquier
disciplina artística.
¿Cuál es tu máximo sueño?
Por el momento, ver a mi mamá totalmente recuperada. Necesita
una cirugía de columna que, por cuestiones de la pandemia, tuvo
que ser pospuesta.
“Me encanta hacer
castings
desde mi
casa. Eso
me ahorra mucho
tiempo”