La historia detrás
del héroe
Ignacio
A. Bravo
El general porfirista
condecorado por
masacrar mayas.
El Gral. Ignacio A. Bravo (1835-1918) sirvió más
de 65 años en el Ejército. Combatió durante
las intervenciones, fue prisionero de guerra en
Francia, volvió y se enlistó de nuevo. Se casó y
tuvo hijos; existen casi mil cariñosas cartas y
fotografías intercambiadas entre él y su familia.
Hasta aquí, suena como un buen tipo.
En 1899, Porfirio Díaz le encomendó, a pesar
de su avanzada edad, liderar las tropas que
confrontarían a los mayas en la península
yucateca para dar fin a la Guerra de las Castas,
iniciada en 1847.
Aunque ha sido simplificada como “de castas”,
no era solo una lucha entre mayas y “blancos”
(cualquier mexicano/a sin ascendencia indígena
directa). Las razones son evidentes: violencia
sistémica, xenofobia, robo… Sin embargo, el
Gobierno estaba convencido de que “esos
bárbaros” eran el problema; el conflicto había
durado demasiado y debían aplacarlos.
Finalmente, en 1901, el Ejército logró suprimir a los
mayas. Bravo avisó al gobernador de Quintana
Roo en una breve misiva: “Sr. Gobernador del
Estado: tengo el honor de participar a Ud. que
hoy ocupé esta plaza”. Recibió medallas de los
gobiernos federal y estatal.
Se estima que 250 000 personas murieron en
los más de 50 años que duró la guerra. Ahora
suena como un tipo que seguía su brújula moral,
aunque estuviera descompuesta.
Pero la historia continúa. Después de la victoria,
Bravo no volvió con su estimada familia. Se
quedó para reconstruir la zona, donde renombró
una ciudad en su honor: Santa Cruz de Bravo.
Cuando digo “reconstruyó”, quiero decir que creó
lo que él llamó “cuerpo de operarios”: una colonia
penal con miles de indígenas esclavizados a
labor forzada como represalia.
Muchos fallecieron por las condiciones y la
explotación. Un exterminio. Historiadores han
llamado este lugar Infierno verde y Siberia
mexicana. Uno pensaría que habiendo sido
prisionero él mismo se comportaría mejor, pero
no.
El 3 de mayo de 2021, el Estado mexicano
ofreció una disculpa a mayas y yaquis “por las
medidas xenofóbicas y genocidas” tomadas.
Además, formó la Comisión Presidencial para
la Conmemoración de Hechos, Procesos y
Personajes Históricos de México para “rescatar
la memoria histórica y hacer justicia”, según la
CNDH.
¿Es posible hacer justicia a estas alturas?,
pregunto cínicamente. ¿Qué más se está
haciendo por mejorar las condiciones de los
indígenas? Aún más apremiante: ¿qué estamos
haciendo, como sociedad, para proteger a los
miembros de esta herencia cultural? No es
solo ver Coco ni comprar tennis con patrones
huicholes. Es imprescindible observar nuestras
propias conductas xenofóbicas disfrazadas de
costumbres. Nos toca desaprender, escuchar
y compensar.
Andrea Díaz Nacida en Victoria, Tamaulipas
y Licenciada en Letras por la Universidad de
Monterrey. Se ha desarrollado principalmente en
los ámbitos de las causas sociales, la violencia de
género y la filosofía del lenguaje.