La exquisitez
de ser nosotrxs
El pequeño
espacio que
habitamos
Y la vacuna llegó. Y por supuesto tengo una
tranquilidad que mucho tiempo atrás no sentía.
Confieso que en la noche previa, me sentí como
niña a la espera de los reyes magos, feliz porque
llegaba mi turno. Permítame contarle que en el
momento del pinchazo, pensé en mi mamá que
se quedó esperando ese momento y murió un
mes antes de que le tocara la vacuna.
Pero… ¿qué esperaba esa mujer de 82 años?
Mucho. Solo el momento de salir y retomar la
vida. Hacer esa comida para toda la familia
con su mejor receta, volver a sentarse con
su maestro de pintura y retomar los pinceles.
Pinceles que le siguieran ayudando a levantarse
de sus pérdidas. Seguro estaría haciendo planes,
igual que todos.
Cada quien tiene una historia que contar.
Si usted ha visto el film “Underground” de Emir
Kusturica, seguro recordará ese momento donde
la gente escondida sale al exterior por primera
vez. Así yo, así nosotros. Una oportunidad más
para los que llegamos a esta etapa del juego,
un Jumanji.
Pero… ¿Qué hacer con la libertad que ahora se
abre ante nosotros?
Pensando en todos los que se nos adelantaron
en este viaje y en la oportunidad de la vacuna…
¿qué debemos hacer ahora?
Lo pienso y no me lo va a creer, yo quiero limpiar.
Limpiar la casa es una metáfora de la vida.
Pues así. Este encierro ha servido para pensar y
repensar, acomodar y entender, ajustar adentro
y mirar afuera, suspirar. Sí, la vida sigue.
Dice Gastón Bachelard en “La poética del
espacio” que la casa es cuerpo y alma, un
universo y una gran cuna. Es así que saber
habitar la casa es saber habitar el mundo.
“Debemos estudiar continuamente cómo la
dulce materia de la intimidad vuelve a encontrar,
por la casa, su forma” dice el autor.
Pero todos tenemos pérdidas. Por eso hay que
volver a llenar de calor los vacíos de la casa; y
dar el olor de hogar al espacio que ocuparon
esas noches de insomnio y ansiedad que nos
enseñaron mucho, pero que deben dar paso
a lo que sigue. Por eso abrir puertas y ventanas
para que el aire traiga nuevas historias, nuevos
capítulos. Por fin, respirar.
Y si la casa es una metáfora del mundo, habrá
que sembrar árboles donde se perdieron vidas
y regalar flores a quien nos ayudó a construir
historias. Abrazar, agradecer y soltar. Seguir
caminando. Mirar al de junto. Ver por el de junto.
Trabajar con el de junto. Reconstruir el mundo
exterior e interior desde una mejor versión y
levantarnos. Soñar con la oportunidad y seguir
caminando.
Finalmente, hablando de ese espacio que
habitamos, sea nuestro cuerpo, la casa, o el
mundo, siempre será bueno inspirarnos en el
pensamiento de Bachelard: “Quisiera que mi
casa fuera como la del viento marino, toda
palpitante de gaviotas”. O dicho de otra manera,
que el universo venga a habitar nuestra casa.
Que así sea, por quienes ya no están con
nosotros.
Diana Elisa González Calderón Docente e
investigadora en la Universidad Autónoma
del Estado de México.