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Reivindicar la palabra | DIANA ELISA GONZÁLEZ | Mayo 2021


La exquisitez de ser nosotrxs

Reivindicar la palabra

No sé cual fue mi primera palabra y quizás no tiene sentido saberlo; pero sí creo que es importante repensarnos desde las palabras que hoy usamos, con las que nos nombran y aquellas a las que damos especial sentido. Y es que hay palabras que son etiquetas, pero también hay otras que abren ventanas o las cierran. Déjeme darle un ejemplo: siendo la más joven de una numerosa familia, una de mis hermanas solía presentarme a sus amistades como “mi hermana la chica”. Pufff odiaba escucharlo, porque sentía que trataba de definirme cuando yo apenas intentaba descubrirme. Ya sé que suena exagerado, pero las palabras cuentan y detonan. Déjeme darle otro ejemplo: me gusta la lectura histórica y siempre me impresionó saber que a alguien pudiesen llamarlo “Ricardo-Corazón de Léon”, “Sor Juana-la décima musa”, o “Guillermo el conquistador-duque de Normandía”.

¿Se da cuenta como las palabras visten?

Ahora imagine que pudiéramos copiar ese mismo uso de las palabras desde la infancia y adolescencia, me refiero a un uso positivo de nombrar rompiendo estereotipos o expectativas ajenas. Es decir, dejar de relacionar la juventud con inexperiencia, la adolescencia con problemas, decir “pareces niña” como señalamiento despectivo, o “calladita te ves más bonita”.

Y es que las palabras cuentan y también abren universos. Gracias a la lectura de un poema de Rosario Castellanos descubrí mi razón frente al espejo. Y leer a Alejandra Pizarnik o a Clarice Lispector me sanan, porque descubro que no soy la única medio rara, medio loca, medio intensa.

Pero a veces, la palabra abre universos que son perceptuales ante el sonido que emiten. Escuche como vibra el sonido de la palabra “mediterráneo”. Nuevamente escuche: ME-DITE-RRÁ-NEO.

Descubrí esa magia que esconden ciertas palabras cuando me topé con un cuento de Gabriel García Márquez que hablaba del ahogado más hermoso del mundo y que las mujeres pensaron en llamarlo Lautaro. Por favor, escuche nuevamente el nombre: Lau-ta-ro. Me hechiza, porque al igual que en el cuento, pareciera que tengo una historia personal con el dueño de ese nombre y que solo existe en mis recuerdos no vividos.

¿Y qué le parece el uso de las palabras altisonantes? Confieso que tengo una culposa fascinación en decirlas… 

¿Y esas otras sexuales y transgresoras en el habla tradicional? Pura catarsis y liberación. 

¿Y qué dice de esas que se usan para diferenciar el género? ellos y ellas, presidente y presidenta… ya sé que este tema causa repelús a muchas personas, pero es interesante como la palabra reconoce presencia y es contraria a la generalización. Bien dicen que lo que no se nombra, no existe; solo es reconocer la diferencia, pues la generalización omite y es simplista.

Pero las palabras más útiles, me las enseñaron para afrontar el duelo: lo siento, gracias, te quiero y perdóname. Parecieran cuatro sencillos estadíos, pero no es fácil decirlas. Pienso en todos los duelos que vivo y hay personas con quienes debo y aún no me atrevo. 

Al escribir esto, solo me queda agradecerle a usted la oportunidad de su lectura a estas muchas palabras. Escribir es una experiencia de auto-conocimiento y un ejercicio de madurez porque entiendo que cada palabra es un compromiso, pues me nombra y es un puente con alguien más. Somos lo que hablamos y también lo que callamos. Pero ahora, llegó el momento de callarme. 


Diana Elisa González Calderón
 

Docente e investigadora en la Universidad Autónoma del Estado de México