La exquisitez
de ser nosotrxs
Reivindicar
la palabra
No sé cual fue mi primera palabra y quizás
no tiene sentido saberlo; pero sí creo que es
importante repensarnos desde las palabras
que hoy usamos, con las que nos nombran y
aquellas a las que damos especial sentido. Y
es que hay palabras que son etiquetas, pero
también hay otras que abren ventanas o las
cierran. Déjeme darle un ejemplo: siendo
la más joven de una numerosa familia, una
de mis hermanas solía presentarme a sus
amistades como “mi hermana la chica”. Pufff
odiaba escucharlo, porque sentía que trataba
de definirme cuando yo apenas intentaba
descubrirme. Ya sé que suena exagerado,
pero las palabras cuentan y detonan. Déjeme
darle otro ejemplo: me gusta la lectura histórica
y siempre me impresionó saber que a alguien
pudiesen llamarlo “Ricardo-Corazón de Léon”,
“Sor Juana-la décima musa”, o “Guillermo el
conquistador-duque de Normandía”.
¿Se da cuenta como las palabras visten?
Ahora imagine que pudiéramos copiar ese
mismo uso de las palabras desde la infancia
y adolescencia, me refiero a un uso positivo
de nombrar rompiendo estereotipos o
expectativas ajenas. Es decir, dejar de relacionar
la juventud con inexperiencia, la adolescencia
con problemas, decir “pareces niña” como
señalamiento despectivo, o “calladita te ves
más bonita”.
Y es que las palabras cuentan y también abren
universos. Gracias a la lectura de un poema de
Rosario Castellanos descubrí mi razón frente al
espejo. Y leer a Alejandra Pizarnik o a Clarice
Lispector me sanan, porque descubro que no soy
la única medio rara, medio loca, medio intensa.
Pero a veces, la palabra abre universos que
son perceptuales ante el sonido que emiten.
Escuche como vibra el sonido de la palabra
“mediterráneo”. Nuevamente escuche: ME-DITE-RRÁ-NEO.
Descubrí esa magia que esconden ciertas
palabras cuando me topé con un cuento
de Gabriel García Márquez que hablaba del
ahogado más hermoso del mundo y que las
mujeres pensaron en llamarlo Lautaro. Por favor,
escuche nuevamente el nombre: Lau-ta-ro.
Me hechiza, porque al igual que en el cuento,
pareciera que tengo una historia personal con
el dueño de ese nombre y que solo existe en
mis recuerdos no vividos.
¿Y qué le parece el uso de las palabras
altisonantes? Confieso que tengo una culposa
fascinación en decirlas…
¿Y esas otras sexuales y transgresoras en el
habla tradicional? Pura catarsis y liberación.
¿Y qué dice de esas que se usan para diferenciar
el género? ellos y ellas, presidente y presidenta…
ya sé que este tema causa repelús a muchas
personas, pero es interesante como la
palabra reconoce presencia y es contraria a
la generalización. Bien dicen que lo que no se
nombra, no existe; solo es reconocer la diferencia,
pues la generalización omite y es simplista.
Pero las palabras más útiles, me las enseñaron
para afrontar el duelo: lo siento, gracias, te quiero
y perdóname. Parecieran cuatro sencillos
estadíos, pero no es fácil decirlas. Pienso en
todos los duelos que vivo y hay personas con
quienes debo y aún no me atrevo.
Al escribir esto, solo me queda agradecerle
a usted la oportunidad de su lectura a estas
muchas palabras. Escribir es una experiencia
de auto-conocimiento y un ejercicio de madurez
porque entiendo que cada palabra es un
compromiso, pues me nombra y es un puente
con alguien más. Somos lo que hablamos y
también lo que callamos. Pero ahora, llegó el
momento de callarme.
Diana Elisa González Calderón Docente
e investigadora en la Universidad Autónoma
del Estado de México