No le voy a decir nada
No le quiero decir la lista
de celebridades que se
parecen a ella, se me hace
injusto y riesgoso, además,
cientos de imbéciles ya han
de haber usado esa línea para intentar
iniciar una conversación.
Tampoco he pensado comentarle
que su tono de voz es igual al de una
actriz famosa. No, jamás le diré eso.
Menos le diría que en las noches en que
más la extraño, en las que me provoca
insomnios bravos como olas australianas, busco películas en las que sale
esa actriz que se parece a ella y las veo
con la atención y determinación de un
huerco de quince años buscando porno.
Impensable decirle exactamente a
quien me recuerda o quien fantaseo
que es, ni que fuera un idiota. Sería
una enorme pendejada decirle que he
recreado una escena en la que sale ella,
digo, la actriz a la que se parece y que
he practicado tanto como bailan que ya
me sé todos los pasos, como la tocan y
como la besan.
No quiero comentarle que cuando la
beso pienso que es esa actriz que está
idéntica a ella. No quiero. Ni siquiera
me animaría a preguntarle si acaso
tiene una gemela. Se me hace deshonesto no pensar en ella cuando estoy
tocándole las caderas, o chupándole los
músculos del cuello, pero no lo puedo
evitar. No puedo compartirle que pienso
muy seguido que estoy dentro de una
escena de esa película donde bailan en
un restaurante en el que al centro hay
una pista de baile, y las mesas simulan
ser autos de los setenta, y que yo soy el
actor y la actriz es la actriz, no ella. Y
que yo me sé todos los pasos del actor
y de la actriz.
No, no le puedo hablar de amor en
estos tiempos. De hecho, últimamente,
son muy pocos los temas de los que
podemos charlar sin que se harte, o
de los que acaben en alguna discusión
donde se le levanta una vena en la sien.
Muchas veces he querido quedarme
callado, pero la maldita costumbre de
desayunar por años viendo los noticieros me ha insertado mañas imposibles
de quitar: o empiezo hablando del clima
o de alguna tragedia que acaba o está
por suceder en algún rincón del mundo.
No le puedo escribir poesía, nunca
supe hacerlo. En preparatoria copiaba
diálogos de películas mexicanas. También memorizaba los cumplidos que mi
abuelo le decía a mi abuela al terminar
las comidas de los sábados en aquella
mesa larga al lado de la noria y el tanque
de agua. Empezaba el atardecer y dos
o tres luciérnagas aparecían extasiadas por el canto de unas chicharras
acostumbradas al calor norteño, ahí
era cuando mi abuelo, bajo el efecto de
cuatro tequilas, con las manos un poco
temblorosas, y el olor a leña quemada
llenando el lugar, cada sábado le decía
un piropo nuevo a mi abuela. Hasta que
murió, y murieron casi todos, y yo olvidé
los piropos. Las cosas que uno olvida
por no apuntar.
Tampoco quiero crearle una imagen
falsa de mí. No, no pienso fingir que
soy feliz, ni mentir sobre el porcentaje
de esperanza que me queda de lograr
mis sueños. Soy un pendejo, pero aún
no lo sabe.
Ni de pedo le voy a decir que no me
gusta lo que publica en sus redes sociales, ni que me molesta ese hábito de
leer los periódicos. Ni que me aturde
que sea seguidora de Coelho. Menos
me animaría a decirle que sus playlist
son de muy mala calidad.
No puede saber que sus cejas pobladas me recuerdan a una chava que
conocí en prepa y a quien nunca tuve
el valor de decirle que me gustaba, solo
una vez le lleve unas rosas y me quedé
mudo al entregárselas en la cochera
de su casa. Era imposible no enamorarse en los ochentas, las hormonas y
a maldita música tan buena. Y ahora
la palabra amor nos espanta, nos cae
como montaña en la espalda. El sexo
es más fácil y barato.
Tengo miedo emborracharme con
ella, porque de seguro la nombraré
como se llama la actriz y ahí sí entonces, estaría en un gran pedo. Por más
bella que sea la referencia, sé que habrá
problemas. Ya he tenido situaciones así
con otras mujeres, la verdad no entiendo
porque se molestan tanto cuando las
comparo.
Cuando a mí me han dicho que me
parezco a Johnny Deep no me molesto,
tampoco es que lo tome como un cumplido, porque acepto que no nos parecemos, y además sé que nos separan
muchos ceros en los saldos de nuestras
chequeras, y que hay diferencias enormes en los metros cuadrados de nuestras propiedades, pero no me importa,
sólo sonrío un poco por algunos segundos y luego se me olvida.
A lo mejor, el peor error sería decirle
que me recuerda a mi primera novia.
Todavía la idea de la actriz la pudiera salvar, pero compararla con un ser
humano real de mi vida pasada sería
una locura, sería como meterme a la
boca del lobo.
La verdad es que estar con ella me
lleva al pasado, a aquella novia de los
ochentas, pero también me lleva al
futuro a aquella actriz que voy a conocer
algún día, no sé cómo, sólo sé que nuestros caminos ya están cruzados, algo
de eso leí en un libro hace años. Pero
ahorita sólo tengo a ella que se parece
a la del pasado y a la del futuro, es casi
perfecta pero no es aquella, ni la otra.
Y eso la hace irreal y complicado
porque al aferrarme a sus caderas
huesudas siento calambres en el cuello.
Quizá todo está en mi mente. Quizá me
sucede como aquella película en que la
protagonista era gorda, pero el enamorado la veía flaca.
Quizá soy el único que la ve así.
Quizá todos vemos cosas de manera
diferente. Quizá ella no es ella. Quizá
yo no soy yo. Por seguro no soy quien
ella cree, porque siempre nos creamos
a las personas como queremos que
sean, las piezas que les faltan nosotros se las ponemos, como si fueran
humanos construidos con legos, quizá
yo le puse las cejas pobladas y los ojos
cafés, porque desde pinche huerco se
me hace algo muy caliente.
No, no le voy a decir nada, mientras
me la siga cogiendo todo está bien. Lego
o no lego. Me voy a quedar callado, y
que pase lo que tenga que pasar.
Kato Gutiérrez
kato@ruidoso.mx
Instagram: @Katogtz
Facebook: @Kato Guitérrez
Escritor originario de
Monterrey, N.L. dentro de los más vendidos
de Gandhi, Amazon Best Seller #6 y
Novela Favorita del 2016 Círculo Sanborns.
Entre sus novelas se encuentran “Cuatro
Segundos”, “El Instante que nos queda”, “No
puedo ver las estrellas” y “Rockstar”. TEDx
Speaker, Ironman 70.3