Irreverente
¿Eres puerta
de tambor o
de madera
maciza?
Aprendizajes que con el
tiempo engrandecen su
valor
Les platico: cuando mi abuela la carpintera
recibía un pedido en su negocio, sin necesidad
de preguntarle a sus clientes por el morboso
tema de la lana, solo les daba a escoger entre
puertas de tambor o de madera maciza.
Si respondían con la primera opción, era que
querían algo barato. Si elegían la segunda,
es que tenían dinero para invertirle más a su
casa con puertas de los cuartos y armarios.
Lo primero que hacía cuando entraba por
primera vez a la casa de alguien que la invitaba,
era darles unos golpecitos a la primera puerta
con la que se topaba y el propósito era el
mismo.
Si retumba y suena como tambor, no vale; si no,
es que sí”, decía, de las puertas, por supuesto,
o ¿de qué creen que estoy platicándoles?
Con el tiempo aprendí a aplicar lo que llamo
la “teoría de las puertas”, aplicada a todo,
incluso a las personas.
Déjenme les platico: desde hace muchos años
sé, que mientras más suena (habla) alguien,
menos vale lo que dice.
Y al revés, menos palabras (ruido), para mí es
más valía, de quién es así con su vida.
Me voy a explicar: he aprendido a desconfiar
y a alejarme del estruendo que emite alguien
anunciando lo que va a hacer, llámense
promesas, presunción, alarde de “talento”, de “capacidad”, “relaciones”, “contactos”, de
“chingonería”, de “fregonería” y anunciando
cosas y planes que no concreta porque eran
eso, puro pinche ruido.
A estos les llamo “puertas de tambor”
Por el contrario, me gusta y busco rodearme
de quienes son de madera maciza, que no
hacen ruido y primero hacen las cosas (ponen
el huevo) y luego lo cacarean y a veces ni
eso hacen, porque más importante que la
cacareada, es el huevo.
Es más, a veces esa gente es tan realmente
chingona, que a pesar de poner un friego de
huevos, no cacarean ni uno solo.
Esto lo aplico en todos los órdenes de mi vida,
en lo personal, familiar, amistades; y en lo
profesional, con clientes, socios y empleados.
A veces me tardo en darle los golpecitos a
las “puertas” para saber si son de tambor o
de madera maciza, pero aunque me demore,
siempre lo hago.
A ver, una aplicación de esto: he terminado con
relaciones que habían durado muchos años,
en todas sus aplicaciones. Si no lo hice antes,
fue porque me tardé en darle los golpecitos
a la puerta.
He terminado con socios teniendo ya hasta la
planta o las oficinas jalando. Otra vez, porque
me tardé en darle los golpecitos a la puerta.
Y entonces, para darle congruencia a todo
esto, no soy de los que anuncian: “van a ver la
chingonada que voy a hacer”. Mejor pongo
el huevo y -en serio- a veces ni lo cacareo.
Primero, porque no soy gallina para andar
poniendo huevos. Sí (con acento, eh, para los
que leen al chile), los tengo, y con que yo lo
sepa, punto, no necesito que NADIE me ande
diciendo “no tienes los tanates, o qué”?
Hace poquito, alguien me envió como diez
WhatsApp acusándome de algo que solo
existe en su calenturienta mollera, que no
mente, porque no tiene. Incluso se atrevió a
publicar en un chat tal libelo.
Esa “puerta de tambor” fue puesta en su lugar
por el creador de ese grupo - un hombre muy
respetable y respetuoso- y si el del ruido lo
sigue haciendo, muy su flatulencia y muy
su gusto. Se exhibe el que denosta, no el
denostado.
Otra “puerta de tambor” estuvo igual, ingue y
ode mandándome mensajes amenazadores
por lo que escribo y también por lo que no,
hasta que le dije algo bien suavecito, que
rematé con esta sentencia: ...”y no es una
amenaza, es una promesa, okay?”
Tan tan, se acabaron sus agresiones porque
-caray- el mensaje que ya tengo estandarizado
y me sale por default para estas enfadosas
“puertas de tambor” es: “me quieres joder?
Bueno, hazme el favor de formarte en la fila,
toma tu ticket, y sé paciente, porque adelante
de ti hay como veinte...”
Conclusión: soy adicto al silencio y a la acción.
Una vez hace mucho tiempo, en un viaje que
hacía por carretera por primera vez con un
empleado que recién había contratado, le
dije como a los 15 minutos de tomar carretera:
“no te sientas obligado a hacerme plática”.
Por el movimiento de la “nuez” de su garganta,
casi le escuché el “gulp” mientras deglutía el
camote de mi inocente comentario.
Entonces, ¿ya quedamos? o ¿qué?
CAJÓN DE SASTRE
“Ya quedamos”, dice la irreverente de mi Kalifa,
aunque quisiera que dijeran lo mismo otras
“puertas de tambor” a las que no les he dado
el golpecito con mis nudillos; pero en esas
ando, en esas ando...
placido.garza@gmail.com
placido@detona.com
Nominado a los Premios 2019 “Maria
Moors Cabot” de la Universidad de Columbia de NY;
“Sociedad Interamericana de Prensa” y “Nacional de
Periodismo”. Forma parte de los Consejos de Administración de varias corporaciones. Exporta información
a empresas y gobiernos de varios países. Escribe para
prensa y TV. Maestro de distinguidos comunicadores en el ITESM, la U-ERRE y universidades extranjeras.
Como montañista ha conquistado las cumbres más
altas de América.