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Sin audiencia no hay medios
¿El libro o la película?
La eterna competencia injusta
Cada vez que alguien refiere al cine como “Séptimo arte”, no faltan los que se manifiestan en uno de dos bandos: los que no están de acuerdo y afirman que no es más que un híbrido de las artes formales y los que señalan que ha generado su propio lenguaje y, por tanto, merece atención y reconocimiento.
Los antiguos griegos usaban la palabra “arte” para referir a todos los oficios. Según sus características, agruparon los que impresionaban al oído y la vista -que consideraban sentidos elevados- llamándolos “Artes Superiores” y a los dirigidos al tacto, olfato o gusto, señalándolos como “Artes Menores”.
En 1746, Charles Batteaux acuñó el concepto de Bellas Artes en su trabajo titulado “Las Bellas Artes reducidas a su expresión primigenia” y refirió las seis ubicadas como superiores, aquellas concentradas en la contemplación y que carecen de función utilitaria: pintura, arquitectura, escultura, música, danza y literatura.
Para 1911, dieciséis años después de que se diera a conocer el cinematógrafo, Ricciotto Canudo editó su “Manifiesto de las siete artes” en el que agregó al cine en la lista de las Bellas Artes. De ahí lo de “Séptimo Arte”.
En el cine encontramos reflejos arquitectónicos, pictóricos y escultóricos (en escenografías) musicales (en identificaciones, apoyos y fondos) y dancísticos (trazos escénicos de actores) La literatura se hace presente en las historias, personajes, los conflictos que enfrentan y el progreso de sus acciones.
Con su particular código expresivo en fondo y forma, se ha nutrido de grandes joyas de la literatura, a la vez que, tomando sus principios, ha desarrollado sus propias fuentes narrativas.
Entre lo más adaptado en la historia del cine, encontramos tragedias, romances, aventuras, épicas, propuestas fantásticas (incluyendo fantasía, horror, terror y ciencia ficción) y biografías. Los personajes a los que más se ha recurrido para la pantalla grande, son Madame Bovary, Macbeth, Romeo y Julieta, Hamlet, Drácula, Frankenstein y Sherlock Holmes.
Hay guionistas que afirman que trabajar en derivado, es decir, tomar las historias armadas por otros para llevarlas a la pantalla, no es algo que tenga mérito. Yo opino lo contrario. Y es que, para proceder a una adaptación, se requiere de compromiso de análisis y apropiación de la esencia del trabajo que se trasladará de un lenguaje y criterio narrativo-literario a otro, muy distinto, como el audiovisual.
Si el espectador conoce la historia original, irá al cine con sus expectativas en alto y con prejuicios. Si no la conoce, irá confiando en que el adaptador hizo su tarea y en que lo que verá es un reflejo de lo que se abstuvo de leer en versiones literarias. En ambos casos, la responsabilidad es mucha.
Por eso, no es del todo correcto que comparemos libros con películas, o al revés, porque, aunque muestren la misma trama, las consideraciones y códigos son distintos. Mejor verlos como ofertas independientes y disfrutarlas como tales.
Escritor, dramaturgo, guionista, asesor y analista de medios. Autor de numerosas piezas teatrales y de scripts para películas como “Cantinflas”, “Juan Diego” y “Jesús de Nazaret”
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