Irreverente
Vamos a
divertirnos
Hace varios meses, cuando los de un portal
alemán se me acercaron para comprar los
derechos de mis columnas sindicadas, uno
de los editores no resistió la tentación de
preguntarme si habría manera, de que de vez
en cuando escribiera algo con espíritu teutón.
Les platico lo que le respondí: Mira, lo más
cercano que tengo de Alemania son los
apellidos de mi abuelo paterno, que los
anglisó para escondérsele a los que vinieron
a buscarlo a Estados Unidos, cuando junto
a unos familiares suyos huyeron de la Gran
Guerra desde Gdansk, para venir a caer a
otra, la de la revolución mexicana en 1911.
Lo segundo que tengo cerca de Alemania es a
mi hija Pita, la doctora que después de hacerse
cirujana acá, se quiso aventar una segunda
especialidad en proctología -háganme ustedes
el refabrón cavor- y terminó casándose el año
pasado con un austriaco de poca madre que
se llama Fritz Gugg, que la llevó a vivir a Viena,
donde allá sigue y no la veo desde hace tanto
que espero no se haya olvidado de mí, porque
yo de ella no.
Y en aquella conversación que tuve con el editor
de marras, me preguntó -y yo le respondí- que
en mis artículos, quiero descubrir y describir las
relaciones humanas y sociales auténticas, con
el objeto de destruir las ideas convencionales
de esas mismas relaciones.
Le dije también que quiero poner en crisis todos los días -porque soy el único junto a
Catón que escribe los 365 días del año, según
me dicen- el optimismo aburguesado de
los que prefieren sus abullonadas zonas
del confort particular, que correr el riesgo
público de levantar la mano, alzar la cabeza
y mostrar sus nombres cuando la ocasión de
un gobierno mediocre lo amerita.
Cuando escribo, quiero obligar a mis lectores a
dudar de la conveniente serenidad y seguridad
del orden establecido.
Una vez que me desperté de madrugada, se
me ocurrió que si alguien me preguntara cuál
es mi oficio, le respondería que es encontrar
la diferencia entre los sueños y los ensueños.
¿Hay algo de stress en todo esto? Claro que
lo hay, pero lo tomo como una consecuencia
natural de la intensidad con la que vivo mi vida.
El antídoto que siempre he usado para
administrar el stress, se lo aprendí a uno de
los jefes a quienes más he admirado. Se
llamaba Gustavo Aguilar Kubli y se murió
sin pedirme permiso hace como seis años o
más en Guadalajara.
Yo tenía 23 años y acababa de sobrevivir a
los despiadados reajustes de personal del
Grupo Alfa allá por 1982. De formar parte del
equipo del también finado Diego Sada en la
División Industrias, me llevaron al corporativo
que acaba de inaugurarse en Carrizalejo.
En realidad Gustavo no era mi jefe directo,
porque tenía como sub director a Alejandro
Valadez, y éste a Gerardo Hurtado, gerente
de aquella área. Yo era algo así como jefe y
todos ellos provenían de la División consentida
del Grupo: Acero.
Mis pares en aquél equipo eran Pepe Ortiz (qepd),
Carlos Martínez y Andrés Bermea, y el único
indeseable de la indeseable “Alfa Industrias”,
era yo. A lo mejor por eso, Gustavo -que por
supuesto también era de los “aceros” - me tomó
por su cuenta y todos los viernes por ahí de las
6 de la tarde, se me aparecía en mi cubículo y
me decía: “Plácido, vamos a divertirnos”.
Y en seguida me soltaba un montonal
despiadado de chamba para que se la
entregara resuelta el lunes a primera hora
cuando volviéramos todos al jale. Tenía la
gracia de hacer las cosas así; me divertía de
verdad, y en vez de tomarle tirria, yo mismo
lo buscaba los viernes a las 6, cuando… a él
se le olvidaba…
CAJÓN DE SASTRE
“Entonces, vamos a divertirnos”, detona la
irreverente de mi Gaby.
placido.garza@gmail.com
placido@detona.com
Nominado a los Premios 2019 “Maria
Moors Cabot” de la Universidad de Columbia de NY;
“Sociedad Interamericana de Prensa” y “Nacional de
Periodismo”. Forma parte de los Consejos de Administración de varias corporaciones. Exporta información
a empresas y gobiernos de varios países. Escribe para
prensa y TV. Maestro de distinguidos comunicadores en el ITESM, la U-ERRE y universidades extranjeras.
Como montañista ha conquistado las cumbres más
altas de América.