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A veces debo obligarme a no seguir leyendo
las noticias. Cada día una nota periodística
supera la del día anterior. En México, cada día
son asesinadas 10 mujeres. Cada día, 34 niñas de
10 a 14 años son embarazadas y cada 4 minutos
hay una violación. Los medios no descansan
en señalarlo y nuestro miedo tampoco. Podría
pasarle a cualquiera.
En las calles y redes sociales hay ebullición. Las
mujeres tomaron el espacio público y hay una
convocatoria de paro nacional. En el escenario
universitario, las alumnas, las docentes, las
trabajadoras, se dieron a la tarea de denunciar
el abuso, el acoso, la violencia y han pegado
papeles en las vidrieras con la acusación.
Pareciera que ya no quieren callar. Pareciera
que perdieron el miedo o más bien entendieron
que son voz de las que ya no están.
Algunos dicen que esta causa está siendo
utilizada con fines políticos. Yo solo puedo hablar
por mí: del miedo que me da salir de noche y
no regresar, del miedo que me da que alguien
crea que tiene derecho sobre mi cuerpo o sobre
mis ideas, del miedo que me da enfermarme y
que los servicios de salud me den la espalda.
Pero no puedo dejar de sentir el miedo de las
otras también: de Eva, de Valeria, de Ingrid, de
Fátima…
Si se dio cuenta, la discusión pública se había asentado en ciertos tópicos y a raíz de terribles
muertes en los últimos días, las mujeres sentimos
un llamado. Fue un aullido que convocó a la
indignación, a la solidaridad con esas historias
de vida cegadas. No es que no nos hayamos
conmovido antes y esto va más allá de lo político,
es que ya nos cansamos de que no pare la
violencia, de que el número aumente, de que
las estrategias no funcionen, del discurso vacío.
Me siento orgullosa de lo que actualmente esta
organización de las mujeres está logrando: unión
y respeto a las víctimas.
¿Acaso podrían las mujeres cambiar la agenda
política del país o no es importante lo que está
pasando?
La unión genera fuerza y la fuerza genera
empuje. Se deben mover años de silencio.
Tenemos décadas peleando derechos, pero
siglos donde la sociedad y la cultura nos ha
encasillado, sometido, callado. Este movimiento
hace un grito al unísono.
La palabra “mujeres” es un plural que implica
muchas y por lo tanto variedad. A mi madre
de 80 años le hace mucho ruido la palabra
“feminista”, pero la he visto indignarse y escucho sus reflexiones de apoyo a la causa ante la
ausencia de derechos de las otras, los otros,
mientras se repiensa ella misma. También he
escuchado a la ama de casa, a la secretaria,
a la abogada, a la estudiante y a un grupo de
mujeres-trans levantar la mano para solidarse
con las historias de vida de esa otra que es
víctima de violencia o que tiene cáncer, o de
aquella que es discriminada o de esa otra que
fue violada.
Para muchos, este movimiento es una exageración, una contradicción, una tontería. Yo no lo
creo. Es la decisión de un grupo amplísimo de
mujeres que sintieron el llamado a levantarse, a
discutir, a exigir; que orgánicamente ha crecido
y por ello, debe respetarse.
Esta marea me da esperanza en el futuro. Creo
que en México, la verdadera transformación
deberá contemplar a las mujeres y sus causas,
o no será transformación.
Diana Elisa González Calderón
Diana Elisa González Calderón
Docente e investigadora en la Universidad Autónoma
del Estado de México
Marzo 2020
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