- Obtener vínculo
- X
- Correo electrónico
- Otras apps
- Obtener vínculo
- X
- Correo electrónico
- Otras apps
La exquisitez
de ser nosotrxs
La mirada
de Iván
El éxtasis frente a una obra de arte, no suele
ser una experiencia recurrente. Y tampoco
nos “mueven” a todos las mismas expresiones
artísticas. Lo que se observa, por supuesto
que puede ser valorado desde la objetividad
al señalar un buen manejo temático, técnico
o expresivo. Pero más allá de lo aparente, se
encuentra esa obra que toca nuestra propia
historia, visible u oculta, real o imaginaria. Articula
una serie de signos que hablan al espectador
de manera personal, como si pudiera ser un
confidente que dejó escapar sobre el lienzo algo
nuestro. Repito, no suele ocurrir con todas las
obras artísticas, pero es sanador toparse con
alguna de ellas y mirarse como espejo. En toda
mi vida, solo me ha ocurrido esta experiencia
paralizante en dos ocasiones. Permítame
compartirle la última: “Iván el Terrible y su hijo”,
de Ilya Repin (1885).
Es una escena en 1581, protagonizada por dos
figuras masculinas. Un hombre sostiene a otro
más joven, quien tiene una herida en la cabeza. La
escena se lleva a cabo en una habitación donde
se percibe hubo violencia, dato confirmado
por distintos elementos: muebles volcados, la
alfombra en desacomodo, un cetro en el piso
y sangre derramada en el rostro de uno de los
personajes. Por el tipo de objetos, se percibe
lujo y poder.
Es Iván llamado “el terrible” y el príncipe heredero.
Versiones señalan que la escena atiende a un
momento posterior a la furia desbordada del
padre al recibir la crítica política de su hijo,
otros dicen que es el resultado de una pelea
familiar provocada por la esposa embarazada
del príncipe. Lo cierto es que la escena congela
un momento de arrepentimiento: la mano que
trata de contener la sangre que emana de la
cabeza y la mirada aterrorizada de Iván por el
acto cometido: haber dado muerte a su hijo,
único heredero al trono.
Aporta mucho conocer quien era Iván el terrible,
las costumbres de la época y datos sobre el
autor de la obra, incluso saber que el cuadro fue
atacado en diversas ocasiones. Pero permítame
detenerme en el momento personal captado
en la mirada. Lo percibo cargado de silencio
profundo, de reproche, recuerdos, reclamos,
amor y también de perdón.
Roland Barthes señala la presencia de un sentido
obvio y un sentido obtuso en la experiencia frente
a una imagen. Mientras el primero tiene una
carga informativa y simbólica, el segundo es
oculto, innombrable, pero presente a través de
un acento.
Le confieso que no me canso de ver la obra
y a cada mirada encuentro rasgos que me
fascinan. El dolor mostrado por Iván en esa
mirada, me lleva a sentirla. Como cuando en
la infancia hice algo malo, o de adulta crucé
límites. Es ese hilo helado que recorre la espalda.
Lo hecho. Regresar el tiempo y la imposibilidad.
Dice Alfredo Jaar que al arte hay que acercarse
para entender el mundo, y estoy segura que
es un camino para encontrarnos también a
nosotros mismos.
Diana Elisa González Calderón
Doctorada
por la Universidad Autónoma de Barcelona.
Es docente e investigadora en la Universidad
Autónoma del Estado de México.
- Obtener vínculo
- X
- Correo electrónico
- Otras apps