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Un oficio duro | IGNAICIO MENDOZA | Agosto 2019

Por: Ignacio Mendoza
Fotografía: Archivo


Un oficio duro

Todavía falta mucho por hacer, para que los narradores no sean vistos como tipos temerarios, con un oficio duro cuyo afán en nuestra comunidad sea tomado como algo arriesgado o improductivo.

En días pasados almorcé con un amigo que se dedica a escribir profesionalmente. Sus obras –publicadas por un sello de distribución internacional- califican en ese ámbito considerado por muchos lectores como “valioso” porque trata aspectos que, en una opinión generalizada, “sí tienen utilidad”, ya que ofrece contenidos por los cuales los consumidores desembolsan gustosos un promedio de 400 pesos para aprender una estrategia de negocios. 

Animado, mi amigo hablaba de la buena recepción que tenía su más reciente título, mismo que lo iba a poner en una gira sudamericana de talleres y charlas que estarían muy bien pagadas. Al oír aquello me atreví a preguntar si algún día incursionaría en la narrativa. La respuesta fue lapidaria: no, “ahí se requiere otro tipo de preparación; ademásala ganancia no es proporcional al esfuerzo”.

Luego de eso recordé a aquellos otros amigos que se clasifican como narradores. Imposible recordar los años que pasan (al menos dos) hablando de obras que escriben con la paciencia de un franciscano y que en no pocas ocasiones incluso abandonan dado que “la historia se les escapaba”.

También fue inevitable recapitular la pasión que viven cuando traen su obra bajo el brazo para dar con una editorial -marginal la más de las veces- que lea su manuscrito, que apruebe la edición, que ponga al texto en una larga fila de producción que puede tomar seis meses o un año antes de colocar al texto en un estante, así hasta entrar a otra dinámica donde el narrador deja de ser autor y se convierte en publirrelacionista, ponente, promotor, cuentacuentos: una espiral que en muchas ocasiones termina con libros encajonados o puestos a precio de remate. Y a pesar de ello, esos amigos, a diferencia de aquel con quien almorcé, quien se dedica al cien a escribir e informarse, sortean la odisea mientras cumplen con trabajos rutinarios, pagan cuentas, atienden familias, es decir; mientras viven en una jungla de prejuicios donde la narrativa no es un empleo, sino apenas un hobby. 

No obstante, lo cierto es que, a diferencia de aquel amigo que ahora se halla en Sudamérica promoviendo su método para dinamizar negocios por medio de talleres y presentaciones de libros, los narradores que he mencionado asumen que las reglas del juego donde se mueven así son y así serán por muy injustas o poco redituables que resulten.

No les importa sufrir pues antes desean ser leídos, comentados, criticados, puestos en una perspectiva de futuro donde el hecho de vender no necesariamente tiene cabida… lo cual, creo, está mal. Lo creo porque el problema no radica en que existan perfiles redituables o no redituables, sino más bien en formar públicos y criterios donde se demuestre que el arte tiene un valor tan particular que, por ello, debe apreciarse y valorarse como cualquier otro ejercicio profesional que exige calidad y rigor. 

Pero hacer eso no es tarea de los autores, ni siquiera de las editoriales. La tarea le corresponde a quienes inciden directamente en la formación de una persona, como sería el caso de las escuelas, los medios de comunicación, las instancias públicas y privadas relacionadas con el fomento cultural y artístico, las familias. 

Sólo en ellas es donde puede cambiar la perspectiva en torno al valor del arte, una perspectiva que quizá puede dar sus primeros pasos precisando que el arte es algo muy cercano a nosotros. 

Esa tarea no requiere de grandes inversiones, sino más bien de grandes estrategias. Mientras eso no suceda, los narradores seguirán siendo vistos como tipos temerarios con un oficio duro cuyo afán en nuestra comunidad será tomado como algo arriesgado o improductivo incluso por aquellos que, como mi amigo del almuerzo, han hecho del mismo objeto, el libro, y de la misma vocación, la escritura, la forma de ganarse el pan con decencia. 

Ignacio Mendoza 
Catedrático, escritor y promotor cultural. Ha sido Premio Nuevo León de Literatura y Director de Cultura en el Municipio de Monterrey. También se ha desempeñado como profesor de Letras Hispanoamericanas, y prepara actualmente su segunda novela.