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| Jacques Derrida |
Nada hay fuera del texto
Últimamente mi mente no deja de girar
en torno a lo que quizá sea la frase
más célebre de Jacques Derrida: «Il
n’y a pas de hors-texte» —“Nada hay
fuera del texto”—. Aunque el filósofo
francés desarrolla esta noción a lo largo de múltiples obras, su frase más famosa tiene un efecto
inmediato: nos descoloca. Nos obliga a cuestionar
la aparente solidez del mundo que habitamos y a
reconocer el poder de la palabra, del signo, del
relato.
Derrida no afirma que la realidad material no
exista, sino que no podemos acceder a ella sino a
través de estructuras lingüísticas, es decir: el texto organiza y condiciona toda experiencia. Como
sugería Nietzsche en La verdad y la mentira en
sentido extramoral, lo que llamamos “verdad” no
es más que un ejército de metáforas, convenciones
y relatos estabilizados.
TEXTO Y CONSTRUCCIÓN DE REALIDAD
Basta mirar la historia para advertir hasta qué punto
el texto nos construye y transforma. Estamos en el año
2025, “después de Cristo”: incluso nuestro modo de
medir el tiempo parte de un relato fundacional. Toda
organización humana, desde las religiones hasta los
Estados modernos, descansa sobre sistemas simbólicos. Antes de cada revolución, antes de cada cambio
estructural, aparece casi siempre una mano silenciosa
que moldea la imaginación colectiva.
LOS EJEMPLOS ABUNDAN:
• La Eneida de Virgilio como instrumento para
consolidar el imaginario imperial romano.
• La Biblia, que en la Edad Media funcionó como
matriz política, moral y metafísica.
• Las 95 tesis de Martín Lutero, inaugurando no
solo la Reforma, sino una transformación cultural
entera.
• La Revolución rusa, impulsada por el aparato
conceptual de Marx y Engels, luego reinterpretado
por Lenin.
En todos estos casos, el texto antecede a la
acción. No se trata solo contar una historia: el
texto produce las condiciones para que ciertos
mundos puedan ser reales.
¿EL ARTE ANTES QUE LA TEORÍA?
UNA FALSA SEPARACIÓN
En el terreno musical, que es mi campo, he conversado
con artistas que defienden que la música —y en general
el arte— precede al texto, a la teoría, al pensamiento
articulado. Pero no estoy tan seguro. Aunque la experiencia creativa puede parecer inmediata, la música
que conocemos está profundamente atravesada por
lenguajes heredados: funciones armónicas, nociones
filosóficas de belleza, concepciones teológicas sobre
el orden del cosmos, e incluso modelos matemáticos
que estructuran nuevos lenguajes.
Theodor Adorno, filosofo de la escuela de
Frankfurt, ha señalado que la música no es un
lenguaje puro ni espontáneo, sino un sistema
simbólico cuyo significado emerge de tradiciones discursivas. Es decir: incluso la música está
textualizada.
EL LENGUAJE COMO LÍMITE Y ESPEJO
Cuando describimos una imagen, lo hacemos con
palabras; y esas palabras están atravesadas por los
textos que nos han formado. El lenguaje habla a través de nosotros. A veces creemos estar diciendo algo
nuevo, pero en realidad estamos repitiendo fragmentos de aquello que alguna vez leímos, escuchamos o
incluso olvidamos. Es común oír una frase en boca de
alguien y, casi sin darnos cuenta, dejar que esa misma
frase regrese en nuestra propia voz tiempo después.
Todo enunciado es, en el fondo, un diálogo con
discursos previos: una conversación con tradiciones, canciones, películas y experiencias que nos
habitan. Como si no nos quedara más que ser ecos
y reescrituras, pero ecos que se transforman, que
cambian ligeramente de ritmo y de sentido cada
vez que pasan por nosotros. En esa mezcla entre
repetición y modificación se juega nuestra manera
de pensar, de mirar y de nombrar el mundo.
LA BATALLA POR EL RELATO
En política, los movimientos progresistas y conservadores suelen diferir menos en sus objetivos inmediatos
que en las narrativas que consideran legítimas. El
progresismo busca enraizarse en nuevos relatos; el
conservadurismo, recuperar aquellos que organizaron mundos anteriores. Antes de cualquier conflicto
político hay una batalla semiótica: héroes, villanos,
símbolos, metáforas, relatos de víctima y redentor.
La historia misma se crea mediante núcleos narrativos que dirigen el cómo interpretamos causas, efectos y sujetos. La guerra comienza mucho
antes de la primera bala: empieza en el texto.
LA ETERNIDAD COMO
PERMANENCIA SIMBÓLICA
Nos gusta imaginar una vida eterna en un “más allá”,
pero quizás la única forma real de eternidad esté aquí
misma: en la persistencia del texto, entendido como
símbolo del espíritu humano.
En ese sentido, Beethoven sigue vivo en su literatura musical; Dostoyevski, en las psicologías
rotas que nos obliga a habitar; Einstein, en las ecuaciones que reformularon nuestro modo de concebir
el espacio y el tiempo. Son textos —musicales, literarios, científicos— los que sobreviven a los cuerpos.
Tal vez lo que nos quiere decir Derrida con su
célebre frase es que cada fragmento que nos construye, nos transforma o nos destruye es parte de
un inmenso mundo de signos: símbolos de espíritus que, a través del texto, se vuelven eternos.
Miguel Omar De León Muñiz Músico y compositor
Egresado de la UANL. Cuenta con estudios formales
en pedagogía, filosofía, artes y humanidades. Ha
sido premiado en diversos certámenes de creación
artística por PECDA, CONARTE e ITCA y presentado obras
originales en festivales como el Forum Universal de las
culturas de la UNESCO, Festival Internacional CERVANTINO
(FIC) y Festival Internacional Tamaulipas (FIT).