Nada hay fuera del texto | MIGUEL OMAR DE LEÓN | Diciembre 2025

Jacques Derrida

Nada hay fuera del texto

Últimamente mi mente no deja de girar en torno a lo que quizá sea la frase más célebre de Jacques Derrida: «Il n’y a pas de hors-texte» —“Nada hay fuera del texto”—. Aunque el filósofo francés desarrolla esta noción a lo largo de múltiples obras, su frase más famosa tiene un efecto inmediato: nos descoloca. Nos obliga a cuestionar la aparente solidez del mundo que habitamos y a reconocer el poder de la palabra, del signo, del relato.

Derrida no afirma que la realidad material no exista, sino que no podemos acceder a ella sino a través de estructuras lingüísticas, es decir: el texto organiza y condiciona toda experiencia. Como sugería Nietzsche en La verdad y la mentira en sentido extramoral, lo que llamamos “verdad” no es más que un ejército de metáforas, convenciones y relatos estabilizados.

TEXTO Y CONSTRUCCIÓN DE REALIDAD

Basta mirar la historia para advertir hasta qué punto el texto nos construye y transforma. Estamos en el año 2025, “después de Cristo”: incluso nuestro modo de medir el tiempo parte de un relato fundacional. Toda organización humana, desde las religiones hasta los Estados modernos, descansa sobre sistemas simbólicos. Antes de cada revolución, antes de cada cambio estructural, aparece casi siempre una mano silenciosa que moldea la imaginación colectiva.

LOS EJEMPLOS ABUNDAN:

• La Eneida de Virgilio como instrumento para consolidar el imaginario imperial romano. 
• La Biblia, que en la Edad Media funcionó como matriz política, moral y metafísica. 
• Las 95 tesis de Martín Lutero, inaugurando no solo la Reforma, sino una transformación cultural entera. 
• La Revolución rusa, impulsada por el aparato conceptual de Marx y Engels, luego reinterpretado por Lenin.

En todos estos casos, el texto antecede a la acción. No se trata solo contar una historia: el texto produce las condiciones para que ciertos mundos puedan ser reales.

¿EL ARTE ANTES QUE LA TEORÍA? UNA FALSA SEPARACIÓN

En el terreno musical, que es mi campo, he conversado con artistas que defienden que la música —y en general el arte— precede al texto, a la teoría, al pensamiento articulado. Pero no estoy tan seguro. Aunque la experiencia creativa puede parecer inmediata, la música que conocemos está profundamente atravesada por lenguajes heredados: funciones armónicas, nociones filosóficas de belleza, concepciones teológicas sobre el orden del cosmos, e incluso modelos matemáticos que estructuran nuevos lenguajes.

Theodor Adorno, filosofo de la escuela de Frankfurt, ha señalado que la música no es un lenguaje puro ni espontáneo, sino un sistema simbólico cuyo significado emerge de tradiciones discursivas. Es decir: incluso la música está textualizada.

EL LENGUAJE COMO LÍMITE Y ESPEJO

Cuando describimos una imagen, lo hacemos con palabras; y esas palabras están atravesadas por los textos que nos han formado. El lenguaje habla a través de nosotros. A veces creemos estar diciendo algo nuevo, pero en realidad estamos repitiendo fragmentos de aquello que alguna vez leímos, escuchamos o incluso olvidamos. Es común oír una frase en boca de alguien y, casi sin darnos cuenta, dejar que esa misma frase regrese en nuestra propia voz tiempo después.

Todo enunciado es, en el fondo, un diálogo con discursos previos: una conversación con tradiciones, canciones, películas y experiencias que nos habitan. Como si no nos quedara más que ser ecos y reescrituras, pero ecos que se transforman, que cambian ligeramente de ritmo y de sentido cada vez que pasan por nosotros. En esa mezcla entre repetición y modificación se juega nuestra manera de pensar, de mirar y de nombrar el mundo.

LA BATALLA POR EL RELATO

En política, los movimientos progresistas y conservadores suelen diferir menos en sus objetivos inmediatos que en las narrativas que consideran legítimas. El progresismo busca enraizarse en nuevos relatos; el conservadurismo, recuperar aquellos que organizaron mundos anteriores. Antes de cualquier conflicto político hay una batalla semiótica: héroes, villanos, símbolos, metáforas, relatos de víctima y redentor. 

La historia misma se crea mediante núcleos narrativos que dirigen el cómo interpretamos causas, efectos y sujetos. La guerra comienza mucho antes de la primera bala: empieza en el texto.

LA ETERNIDAD COMO PERMANENCIA SIMBÓLICA

Nos gusta imaginar una vida eterna en un “más allá”, pero quizás la única forma real de eternidad esté aquí misma: en la persistencia del texto, entendido como símbolo del espíritu humano.

En ese sentido, Beethoven sigue vivo en su literatura musical; Dostoyevski, en las psicologías rotas que nos obliga a habitar; Einstein, en las ecuaciones que reformularon nuestro modo de concebir el espacio y el tiempo. Son textos —musicales, literarios, científicos— los que sobreviven a los cuerpos.

Tal vez lo que nos quiere decir Derrida con su célebre frase es que cada fragmento que nos construye, nos transforma o nos destruye es parte de un inmenso mundo de signos: símbolos de espíritus que, a través del texto, se vuelven eternos.


Miguel Omar De León Muñiz 

Músico y compositor Egresado de la UANL. Cuenta con estudios formales en pedagogía, filosofía, artes y humanidades. Ha sido premiado en diversos certámenes de creación artística por PECDA, CONARTE e ITCA y presentado obras originales en festivales como el Forum Universal de las culturas de la UNESCO, Festival Internacional CERVANTINO (FIC) y Festival Internacional Tamaulipas (FIT).